La complejidad del bosque y de sus historias se puede concentrar en una pequeña superficie, algo mayor de un metro cuadrado. Siguiendo la tradición tibetana del mandala como ventana espiritual a la iluminación, el biólogo David Haskell trazó un círculo virtual en el suelo de un bosque maduro en Tennessee (EEUU) y durante un año lo estuvo visitando regularmente. Fruto de la observación y la meditación continuada en ese mandala del bosque, enriquecidas con sus conocimientos de profesor de Biología, es el hermoso libro titulado El bosque que no se ve (The Forest Unseen, en inglés).
Su lectura nos transporta y nos hace compartir las sensaciones que se perciben al adentrarnos en un bosque templado en el noreste de América. Comienza su viaje en invierno, “… el olor húmedo y denso de las maderas inunda mi olfato. La humedad ha hinchado la alfombra de hojarasca que cubre el suelo y el aire está repleto de aromas foliares suculentos. Paso junto a un gran nogal (Carya glabra), reposo mi mano sobre su corteza y observo el mandala a mis pies. Me siento en una roca plana. Después de una pausa para inhalar el aire tan rico de aromas me preparo para observar”.*
En el bosque invernal, aletargado y gris, llaman su atención los colores resplandecientes de los líquenes que cubren las rocas, troncos y ramas. La ductilidad de la fisiología de los líquenes les ha permitido amoldarse a las variaciones en la temperatura y son capaces de aprovechar un día soleado de invierno. Esta observación la conecta con la sabiduría taoísta de la aquiescencia y el saber acomodarse a las circunstancias externas. La aparente simplicidad de los líquenes esconde una maravillosa complejidad en la unión de dos criaturas que renuncian a su individualidad para formar un nuevo organismo que, en sus múltiples combinaciones, se extiende con éxito por gran parte del planeta, sobre todo por las zonas frías de la tundra. Esa unión íntima, esa fusión de criaturas, existe también a un nivel celular en los cloroplastos que contienen los pigmentos fotosintéticos y además tienen su propio ADN; de hecho descienden de bacterias que renunciaron a “su sexo y su libertad” para forma parte de la célula vegetal hace 1,5 mil millones de años. La reflexión sobre la interdependencia y la individualidad le lleva a Haskell a recordarnos que en nuestras propias células, las mitocondrias, esas pequeñas fábricas de energía, son también descendientes de bacterias que renunciaron a su libertad para integrarse en la célula animal en los albores de la evolución.
Una ola de frío polar ha hecho bajar las temperaturas hasta mínimos de 20ºC bajo cero; junto al mandala el autor reflexiona sobre los límites fisiológicos que el frío extremo impone sobre la vida del bosque. Observa entonces una bandada de carboneros (Poecile carolinensis) que saltan inquietos de rama en rama por el dosel de árboles desnudos, buscando insectos escondidos entre las cortezas. ¿Cómo sobreviven con ese frío extremo? se pregunta. El denso plumaje de invierno (con un 50% más de plumas que en verano) actúa como aislante para conservar su calor. Mediante movimientos vibratorios de sus poderosos músculos pectorales (la cuarta parte de su masa corporal) bombean sangre caliente y mantienen la temperatura de sus cuerpos. Se ha estimado que un carbonero necesita unos 65 Kjulios de energía para mantenerse vivo un día de invierno; la mitad de esa energía la gasta en temblar y agitarse para mantener el calor. Por la noche, buscan refugio en algún hueco de un árbol dónde duermen apelotonados y caen en un estado hipotérmico de torpor (pueden bajar su temperatura hasta 10ºC) que les permite ahorrar energía. Sin embargo, en esas noches de frío extremo muchos carboneros morirán. “Solo la mitad de los carboneros que se alimentaban entre las hojas que caían en otoño vivirán para ver cómo se abren las yemas de los robles en primavera”. Se trata de un ejemplo patente de selección natural y adaptación: “el frío extremo purgará de la población de carboneros aquéllos que sean deficientes en sus capacidades para temblar y mantener calor, en la capacidad aislante de su plumaje o en el almacenamiento de energía”.
A diferencia de los pájaros saltarines, los árboles con sus ramas grises y desnudas parecen muertos. Pero bajo esa apariencia inerte se esconden tejidos vivos que han realizado una sorprendente transformación fisiológica y bioquímica para resistir los rigores del invierno. Los árboles comenzaron su preparación varias semanas antes de las primeras heladas. En sus células, el ADN y otras estructuras delicadas se dispusieron en el centro, envueltas y protegidas. En el citoplasma aumentó el contenido de lípidos y sus enlaces químicos cambiaron para mantenerlos fluidos a temperaturas bajas; el contenido en azúcares también aumentó para disminuir el punto de congelación. Las membranas se volvieron más permeables y elásticas. Estas células transformadas, más mullidas y flexibles, eran capaces de absorber la violencia de los cristales de hielo en expansión, sin sufrir daño durante los frecuentes episodios de congelación en invierno. La aclimatación y la vitalidad invisible en los árboles será puesta de manifiesto cuando llegue la primavera y las yemas exploten produciendo nuevas hojas y flores que cambiarán la faz del bosque.
Otras plantas, las herbáceas anuales, murieron todas en otoño incapaces de sobrevivir el invierno. Sin embargo persisten de forma invisible, en forma de semillas enterradas entre la hojarasca y el suelo. Las semillas tienen cubiertas duras y un interior seco que les permite resistir la congelación y esperar durmientes hasta la llegada de la primavera.
En el capítulo “13 de marzo – Hepatica”, el naturalista ya atisba en el mandala las señales de la primavera: “La temperatura ha sido cálida durante toda la semana. Las primeras flores de la primavera han percibido el cambio y los tallos con las yemas florales han comenzado a emerger a través de la hojarasca… ”. Pero esa es otra historia que será motivo de una entrada de esta bitácora en primavera.
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* Las citas son traducción libre del original en inglés.
Escrito por Teo, jueves 21 febrero 2013
Libro The Forest Unseen publicado por el grupo Penguin

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