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Mujeres que van por leña

Los lazos que unen a los árboles con las mujeres son muy variados, como variadas son las historias que se podrían tejer con ellos. Wangari Maathai, Julia Butterfly Hill, Meg Lowman, Úrsula K. Le Guin o Jean S. Bolen son algunas mujeres concretas que han experimentado vivencias profundas con árboles¹. Hay, sin embargo, una historia, protagonizada por millones de mujeres anónimas a lo ancho del mundo, que desata en mí una honda empatía: la de las mujeres que a diario caminan kilómetros para recolectar ramas de árboles. Son mujeres de comunidades pobres que dependen de la energía de la madera para poder realizar las elementales tareas de cocinar, alumbrar y calentar sus hogares.

En este precioso y diverso planeta ser mujer no es fácil, tampoco ser árbol. Pero, según el lugar donde se nazca, puede ser mucho más difícil. En mi hogar dispongo de energía eléctrica y gas; iluminar y calentar mi casa es tan sencillo como darle a unos botones; cocinar es rápido y no me perjudica la salud. Sin embargo, más de 2000 millones de personas en el mundo no tienen acceso a la electricidad y usan la madera como combustible (dendroenergía) para las tareas más básicas de la existencia.  Constituye una considerable parte de la población mundial, la de los habitantes pobres de áreas rurales y ciudades de países en desarrollo de Asia, África o América Latina. Nacer mujer en esas comunidades significa afrontar la responsabilidad de la recogida de leña pues recae mayoritariamente en ellas, otra carga que se añade a su pobreza y que condiciona sus vidas.

Postal comprada en Tánger, Marruecos. Editada por FISA-Escudo de Oro.

Postal comprada en Tánger, Marruecos. Editada por FISA-Escudo de Oro.

Hace unos años, subiendo un pedregoso sendero por las montañas del Rif marroquí, me crucé con una mujer campesina de mediana edad que ascendía la dura pendiente, sola, cargando un pesado haz de leña a su espalda. No sé ni cuánta distancia ni cuánto tiempo había andado, pero sí sé que en ese instante realizaba un gran esfuerzo subiendo la carga monte arriba por un terreno incómodo, sin más compañía que el susurro de los árboles y del viento. En otros viajes, he contemplado imágenes semejantes. No siempre en el campo. Por ejemplo, en plena ciudad de Nueva Delhi (India), he visto a niñas con uniformes escolares y esmerados peinados volver a casa al atardecer con hatillos de leña en la cabeza. En todas las ocasiones y lugares, ver  mujeres o niñas cargando leña me ha impresionado.

Recolectar y manejar leña es una actividad dura, con serias consecuencias para la vida de quienes la realizan. Las mujeres que van por leña no solo hacen esa tarea, también se ocupan del cuidado y alimentación de su familia, del manejo del ganado doméstico y de los productos agrícolas familiares si los hay, además del abastecimiento de agua.

Congo_Mujer acarreando leña

Para recolectar madera, recorren largos trayectos usualmente andando, lo que les consume una gran cantidad de su tiempo. Al suministro de leña dedican entre una y siete horas. Es una trabajo arriesgado, que realizan solas o acompañadas de otras mujeres de la familia o de la comunidad, expuestas a ataques, violaciones y otros daños, como sucede por ejemplo en Darfour (Sudán), una región en conflicto bélico. La leña pesa, estas mujeres acarrean grandes cargas, un esfuerzo físico que suman a su ya larga jornada de trabajo. La leña aún les afecta de otro modo más cuando la queman en sus cocinas, pues se exponen a las partículas nocivas y cancerígenas del humo, que les provocan no pocos problemas de salud.

Todas son consecuencias graves. Además, el tiempo que consumen en la labor recolectora es un factor clave en su vidas. Ese tiempo se lo quitan a su educación y capacitación. Una mayoría de niñas y jóvenes dejan de asistir a la escuela, ya que emplean mucho tiempo en ir por leña, mientras sus hermanos varones no tienen ese impedimento. Sin educación, las mujeres no consiguen progresar ni escapar de la pobreza. Esta es la “brecha de género”, brecha que en otra escala también la sufrimos en nuestra sociedad desarrollada, pero en estos lugares del mundo donde ocupa tantas horas disponer del combustible para las necesidades básicas, la mujer está impedida para mejorar sus condiciones de existencia.

Cada vez más organizaciones gubernamentales y no gubernamentales se ocupan de buscar soluciones para mejorar la calidad de vida de estas mujeres. Algunas se orientan hacia el acceso a unos hornos o cocinas que sean solares o más eficientes en el uso de la leña y más saludables. Otras al empoderamiento de las mujeres a través de la educación, la capacitación en el manejo sostenible de los recursos naturales de los que dependen y en su implicación en las decisiones de la comunidad. También surgen iniciativas de las propias mujeres como el Movimiento Cinturón Verde de Kenia en el que las mujeres se organizaron para plantar los árboles de los que dependen.

¿Y qué pasa con los árboles cuya leña recogen esas mujeres? ¿Cómo les afecta? En 1859, la poeta norteamericana Emily Dickinson consideró esta cuestión desde su original perspectiva individual, y escribió²:

Robé a los Bosques,
los confiados Bosques.
Los Árboles desprevenidos
mostraron sus Frutos y sus musgos
para agradar a mis delirios.
Escudriñé, curiosa, sus adornos;
se los arrebaté, me atreví a robar.
¿Qué dirá el solemne Abeto?
Y el Roble, ¿qué dirá?

Siguiendo a la poeta, podemos ver la madera como un “fruto” del árbol, un tesoro muy apreciado por los humanos desde el descubrimiento del fuego. “Robarle” la madera a los confiados bosques les afectará más o menos, según el modo en que se realice esa tarea.

La acción de menor efecto es recoger del suelo las ramas desprendidas de los árboles, el bosque se conserva intacto; es lo que hacen una gran mayoría de mujeres andando largas distancias, buscando leña donde la haya. Acción de mayor efecto sobre el bosque es talar los árboles para hacer leña o aclarar zonas de bosque para disponer de tierras de cultivo, en este caso, el bosque se destruye; en muchos sitios las mujeres acuden a esos lugares para abastecerse. En otras regiones donde se dedica poco cuidado y control de los bosques, la gente corta las ramas a los árboles hasta que los dejan sin ninguna, los esquilman. En los países que tienen una política forestal medianamente responsable, se dedican áreas de bosque para consumo de leña, por medio de cortar todo el ramaje superior (desmoche) y esperar varios años a que vuelvan a crecerle las ramas antes de cortarlas de nuevo; en este caso, se conservan los pies de árboles, es una plantación que se renueva.

Nepal Mujeres con leña

A diferencia de los combustibles fósiles, la madera es un combustible renovable. Pero hay que esperar el tiempo suficiente para que el árbol regenere lo que se le arrebata. Cuando el ritmo de consumo de madera es mayor que la capacidad de los árboles para generarla, se habla de “crisis de la leña”. En aquellos lugares donde no hay una manejo apropiado de los bosques, el consumo de leña para cocinar está llevando a la desaparición de los bosques. Haití es un ejemplo muy conocido, ha perdido el 98% de los árboles por este motivo. Muchos otros países están en riesgo de perder su riqueza boscosa por la misma razón, especialmente en África.

Como un rayo de esperanza, se abre paso la valoración de la mujer para dar respuesta a los problemas económicos, sociales y ambientales de las comunidades rurales. Como ejemplo, en el informe de la FAO sobre el Estado de los Bosques del Mundo de 2012 se contempla la importante contribución de la mujer a la economía rural y se declara la necesidad de mejorar su injusta situación mediante algunos principios básicos universales:

Eliminar la discriminación ante la ley; promover el acceso a los recursos y oportunidades en pie de igualdad; velar por que las políticas y programas agrícolas, forestales y de desarrollo rural tengan en cuenta la perspectiva de género; y permitir que las mujeres sean asociados para el desarrollo sostenible en igualdad de condiciones. (…). El logro de la igualdad de género y el empoderamiento de la mujer en la agricultura y la actividad forestal no solo constituyen un objetivo justo, sino que son factores decisivos para el futuro sostenible³. 

Dos mujeres indias plantando árbol

En el libro Como un árbol, Jean S. Bolen asemeja las mujeres a los árboles porque ambos son tratados con amor en unos contextos, mientras que en otros acaban dañados, vendidos o aniquilados; y asegura que valorar a las niñas es igual que valorar a los árboles; es bueno para ellas y para el planeta. Los hilos que unen a las mujeres con los árboles no solo tejen historias individuales, también son la urdimbre imprescindible de nuestro futuro, un futuro con más árboles y con mujeres más felices.
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1. En este blog se encuentran semblanzas de Wangari Maathai, Julia Butterfly Hill, Meg Lowman, Úrsula K. Le Guin o Jean Shinoda Bolen.
2. Emily Dickinson. Poesía Completa. Traducción  de Enrique Goicolea. Amargord Ediciones. Madrid, 2011. Página 58.
3. Informe de la FAO sobre El estado de los bosques del mundo, 2012. Capítulo 3, página 43.

Escrito por Rosa, jueves 13 de marzo de 2014.

Fuentes
Artículo de Drew Corbyn  sobre el acceso a la energía en The Guardian, 2010.
Artículo del blog de la Fundación Tierra sobre la crisis de la leña.

Semillas de Esperanza

“Cuando plantamos árboles, sembramos semillas para la paz y la esperanza”.

Emocionantes palabras de Wangari Maathai, una mujer que como un árbol fecundo dispersó semillas de esperanza en los corazones de muchísimas personas y en el alma del planeta Tierra.

La activista y bióloga keniata inició en 1977 el Movimiento Cinturón Verde, gracias al cual se han plantado millones de árboles en Kenia y otros países africanos y del mundo. El Movimiento nació con el afán de plantar árboles para la mejora de las condiciones de vida de la población y se basó en el protagonismo de las mujeres. Su éxito ha inspirado iniciativas en otros países y el Programa de Naciones Unidas Campaña Mil Millones de Árboles, del que es patrona.

 

Ilustración de Sonia Lynn Sadler para el libro “Semillas de Cambio” sobre Wangari Maathai, Editorial Lee & Low.

Ilustración de Sonia Lynn Sadler para el libro “Semillas de Cambio” sobre Wangari Maathai, Editorial Lee & Low.

En 2004 recibió el Premio Nobel de la Paz por su contribución al desarrollo sostenible, la democracia, los derechos de las mujeres y la paz.

Wangari Maathai nació el 1 de abril de 1940 en Kenia y murió el 25 de septiembre de 2011 en Nairobi, a la edad de 71 años. Tras su muerte, la Unión Africana estableció el 3 de marzo como el Día de Wangari Maathai, la misma fecha en la que se celebra también el Día del Medio Ambiente Africano.

Las semillas de su legado siguen dispersándose y germinando a lo ancho del globo. En España, el pasado 7 de marzo, la Fundación Mujeres por África y la Universidad Complutense de Madrid (UCM) celebraron el acto “71 años, 71 árboles. Homenaje a Wangari Maathai”. La conmemoración consistió en la plantación de 71 árboles, uno por cada año de su vida, y la inauguración del paseo que lleva su nombre, todo ello en el jardín Botánico de la UCM. Plantar árboles el Día Internacional de la Mujer es uno de los mejores modos de honrar su memoria.

3 de marzo, 8 de marzo, 1 de abril, cualquier fecha es ideal para plantar un árbol y recordar a una mujer que dedicó su vida a que el mundo fuese un lugar mejor, más pacífico, justo, saludable y arbolado.

Escrito por Rosa, 25 de abril de 2013

Movimiento Cinturón Verde
Campaña Mil Millones de Árboles
71 años, 71 árboles. Homenaje a Wangari Maathai

Invocar a Nim

De viaje por la India en diciembre de 2010 recalamos en Anantapur, estado de Andhra Pradesh, para visitar la Fundación Vicente Ferrer y conocer in situ los proyectos que desarrolla en ese distrito indio. Uno de los lugares que conocimos fue el centro de Planificación Familiar, un pequeño hospital donde se realizan intervenciones quirúrgicas a mujeres recientemente paridas que no desean concebir más hijos y se ayuda así a regular la tasa de natalidad de la región.

Baño de bebé

Baño de bebé

Llegamos al hospital a la hora justa en la que las abuelas de los recién nacidos bañan a sus nietos al estilo tradicional, mientras las madres convalecientes guardan cama. La forma tradicional india de bañar a los bebés es realmente sorprendente y colorista, todo un espectáculo que nos encantó conocer.

Después de asistir al baño y saludar a las abuelas, nuestra amable intérprete Satya Lakshmi nos condujo por el jardín del hospital hasta un árbol de Nim, y nos contó que cada noche las abuelas se reúnen a su alrededor a rezarle plegarias. Invocan la ayuda del árbol para que sus hijas se restablezcan pronto de las operaciones. El árbol de Nim, nos dijo, tiene numerosas propiedades medicinales y es uno de los árboles sagrados de la India.

Era extraño estar junto al árbol escuchando testimonios de su veneración y observando evidencias de los ritos. A los cuatro lados de la base del tronco, en lo que parecían altares, había unos mandalas pintados en el piso; eran signos indescifrables para mí pero revelaban el dominio de un lenguaje antiguo de comunicación con el árbol por parte de esas mujeres que a mí se me escapaba. La escena me sobrecogía un poco por lo desacostumbrada y a la vez me fascinaba. La idea misma de encontrarme delante de un árbol sagrado me causaba perplejidad. En un intento por comprender el significado de todo aquello, abrí mis sentidos e inhalé profundamente, con el deseo de aspirar junto con el aire la esencia de la invocación a Nim y averiguar su sentido. Mas solo pude registrarlo en fotos y guardar las impresiones en mi memoria, prometiéndome indagar más sobre ese culto cuando tuviera ocasión.

Mandalas al pie de cada altar.

Más tarde, de vuelta del viaje, investigué. Y descubrí que el árbol de Nim corresponde a la especie Azadirachta indica, nativa de India, Pakistán y Bangladesh, una especie extendida por toda la India porque da buena sombra y abastece de múltiples recursos medicinales y otros diversos productos. Neem es su nombre hindi; en inglés es neem e Indian lilac; en América tropical se cultiva y se ha castellanizado el nombre como Nim, también se le conoce como margosa, lila india y paraíso de la India. Es un árbol de la familia Meliácea a la que pertenece el árbol del paraíso (Melia azedarach), una especie ornamental frecuente en las calles y parques de nuestras ciudades.

Árbol de Nim, con cuatro altares blancos en la base del tronco.

Árbol de Nim, con cuatro altares blancos en la base del tronco.

También hallé que se aprovechan todas las partes del árbol: las hojas, flores, frutos, semillas, ramas y corteza. Que las ramitas jóvenes se usan en toda India como cepillos de dientes por sus virtudes para la salud bucal. Y que se le reconoce una gran variedad de propiedades medicinales: antibacterianas, antidiabetes, antiparásitos, antivirales, antifúngicas, insecticidas, antirreumáticas y para combatir afecciones de la piel como eccemas, tiña, caspa, lepra, viruela y sarna. Asimismo el árbol de Nim es considerado un buen purificador del aire y un excelente repelente de insectos. Por todos estos servicios sanitarios, la población  lo valora como “farmacia de la aldea” y “farmacia de la naturaleza”.

Considerando los abundantes recursos para la salud que el Nim aporta, no me extraña que los indios le manifiesten agradecimiento. Si nos trasladásemos por un momento a una zona rural de India donde no hay agua corriente, luz, condiciones higiénicas, farmacia, asistencia médica ni seguro social, podemos entender fácilmente que un árbol que proporciona tantos beneficios para la salud infunda en la gente sentimientos de gratitud. En la sencillez de unas vidas muy dependientes de la naturaleza de su entorno, los seres humanos de la India rural viven la presencia del árbol de un modo muy distinto a nosotros. Desde su perspectiva, parece comprensible que lo estimen como un ser superior, y que le muestren respeto en la forma ceremoniosa a la que están acostumbrados: llevándoles ofrendas y rogándole ayuda y bendición.

Y descubro también que un “gran árbol” en cualquier aldea india es una presencia central que aúna el símbolo de poder de la comunidad y el reconocimiento de la supremacía de la naturaleza. Desde tiempos inmemoriales los árboles y animales han obtenido así el carácter sagrado. Pero los dones materiales o la presencia grandiosa de los árboles no son únicamente los que le atribuyen ese carácter sagrado, sino también la creencia popular de que todas las plantas son seres conscientes con personalidad propia, habitadas por dioses o espíritus divinos. En textos muy antiguos, como los Puranas, aparecen ya leyendas asociadas a los principales árboles venerados en la India desde los tiempos remotos. El árbol de Nim también cuenta con leyendas de este tipo. Una de las que más me ha llamado la atención relata la creencia de que las seis diosas que regulan las enfermedades viven en el árbol, estas diosas  protegen de las enfermedades pero también tienen el poder de provocar afecciones y dolencias a personas de comportamiento pecaminoso, por ejemplo, a quienes mienten bajo su copa. Las mujeres les rezan cuando tienen enfermos en la familia y cuando se extienden las epidemias en los períodos de fuertes lluvias. En sus ritos les cantan plegarias y les dejan ofrendas, especialmente hojas, flores o frutos.

Desde nuestra posición de occidentales, venerar a un árbol suena a ignorancia, creencia, primitivismo y superstición, algo propio de personas sin formación. Sin embargo admito que a mí, europea de España, me maravilla esa relación con el árbol. En cierto modo echo de menos que no tengamos tiempo ni ocasión para agradecer a los árboles lo que nos dan, como si todavía tuviera en mi memoria recuerdos frescos de los ritos que nuestros antepasados europeos mantenían con los árboles tiempos atrás. En nuestra vida cotidiana de hoy, urbanizada, industrializada e informatizada, no somos conscientes de cuántos de los productos que usamos provienen de los árboles. No enfocamos nuestra conciencia totalmente en nuestros actos diarios como respirar, comer, pasear o cualquier otro. Sino que normalmente los realizamos pensando en otras cosas o pendientes de unas pantallas (televisión, ordenador, teléfono móvil…). ¿Quién se acuerda cada día de que el aire que respiramos es mucho mejor gracias al oxígeno que proporcionan los árboles de nuestras ciudades y al dióxido de carbono que fijan?

En la India los árboles no son invisibles. Tienen una presencia notable. Me gustaría que en nuestras latitudes la tuviesen también, porque un gran árbol es un ser extraordinario. No tiene que ser morada de dioses ni de espíritus para que inspire respeto y veneración. Recordemos que un significado de veneración, según la Academia de la Lengua (RAE), es “respetar en sumo grado a alguien por su santidad, dignidad o grandes virtudes, o por lo que representa o recuerda”. ¿Acaso los árboles, como el árbol de Nim, no son seres admirables de sobresalientes cualidades que representan la grandeza de la naturaleza? ¿Y no nos recuerdan nuestra propia grandeza?

Febrero de 2013, en la Revista Informativa de la Fundación Vicente Ferrer del año 2012, leo la noticia de que el centro de Planificación  Familiar de Anantapur, tras 20 años de practicar la cirugía abierta para regular la natalidad, ha sustituido esta práctica por la laparoscopia, que no necesita el ingreso de las pacientes. Por lo que, salvo la sala de intervenciones, el centro se está rehabilitando para convertirlo en una academia de formación profesional para jóvenes. Ya no se podrá contemplar allí la hermosa escena del baño tradicional de recién nacidos. Ni los ritos de las abuelas alrededor del árbol venerado. Y me pregunto qué pasará con él. ¿Invocarán salud a Nim las jóvenes estudiantes para terminar felizmente sus estudios profesionales?

 

Agradezco a la Fundación Vicente Ferrer la inolvidable y gratificante experiencia de conocer los proyectos que desarrolla en Anantapur y animo a los lectores de este blog a que los conozcan. Doy las gracias también a las mujeres indias por respetar a los árboles de Nim.

 

Escrito por Rosa, jueves 14 marzo 2013

Fundación Vicente Ferrer

Veneración a la naturaleza

Descripción de la biología y los usos del árbol de Nim