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Árboles de Montpellier

El planeta Tierra es una isla en el Universo con unos recursos finitos que debemos utilizar de forma sostenible. Con una imagen del planeta azul terminaba su ponencia Peter Vitousek en el Ecosummit de Montpellier. Antes, había revisado la historia ecológica de la colonización y explotación de los recursos en las islas del Pacífico. Mencionó la isla de Pascua como un ejemplo paradigmático de agotamiento de recursos y colapso de una civilización que no supo autorregularse.

Salí de la sala Berlioz abrumado por el oscuro porvenir de nuestro planeta-isla y aproveché la tarde de final de verano para buscar consuelo y esperanza en los árboles de la ciudad. Me gusta descubrirlos en sus plazas y en sus parques. La jardinería es un arte poético y filosófico que refleja el gusto, la sensibilidad y la civilidad de los habitantes de una ciudad.

Para mi periplo arbóreo por Montpellier me fue de gran utilidad la obra Paseos y descubrimientos de árboles destacables [1]. Es inabarcable admirar las 220 especies de árboles repartidas en 14 parques y jardines de la ciudad que recoge la guía, en una sola visita. Como en un gran museo de bellezas vivas, me acerqué a algunas obras de arte arbóreo que me llamaron más la atención por su rareza, su imponente tamaño, su simbolismo cultural o simplemente por azar del paseo.

Naranjo de los osages (Maclura pomifera)
Explorando la zona del arboreto o Ecole Forestière del Jardín Botánico, encontré un viejo árbol con el tronco inclinado, que desconocía. El tronco tenía una corteza llamativa, con profundos surcos que se entrecruzaban en un patrón romboidal, semejando un entramado textil. Las hojas eran simples, ovales, con ápice puntiagudo y color verde oscuro. Los frutos eran grandes (del tamaño de un pomelo), esféricos y con la superficie tuberculada, cubierta de pequeñas protuberancias.

maclura_tree

A pesar de su nombre y del aspecto de su fruto, este árbol no es un cítrico sino una morácea. De hecho, a semejanza de las moras y los higos (en su misma familia), el fruto es en realidad una infrutescencia formada por múltiples drupas pequeñas de una sola semilla. Según parece, tiene un sabor amargo y no es comestible para los humanos. Me encontraba junto a una hembra, anciana, de esta interesante especie dioica (con sexos separados).

maclura_fruitEl falso naranjo o maclura es originario del sur de Estados Unidos, de la cuenca del Río Rojo, en los estados actuales de Texas, Arkansas y Oklahoma. En los bosques de las zonas bajas y terrazas del río, las macluras hembras producen gran cantidad de frutos grandes (pueden llegar a pesar 1 kg) y llamativos. Cuando están maduros, caen al suelo y se pudren, sin que ningún animal del bosque se interese por ellos. ¿Qué sentido tiene para el árbol gastar tanta energía en producir esos frutos? Este sinsentido ha intrigado a los naturalista y ecólogos americanos.

El fruto carnoso es un resultado de la evolución mutualista con los animales: la planta ofrece una recompensa nutricia a los frugívoros que, a cambio, dispersan sus semillas y expanden las poblaciones. ¿Quién se beneficia de los frutos de la maclura? Ahora nadie, pero durante 20 millones de años por esos bosques americanos deambulaban diversas especies de proboscídeos (mastodontes, mamuts y gonfoterios), que posiblemente comían estos frutos y transportaban sus semillas a otros lugares. Sería un caso de «anacronismo ecológico», una relación mutualista rota al desaparecer uno de sus componentes.

Lo más terrible ha sido que la extinción de esta megafauna americana ocurrió en fechas recientes, hace solo 13.000 años. La combinación del cambio climático, las glaciaciones y la llegada de los primeros humanos, con su habilidad cazadora, eliminaron a los grandes animales de los bosques americanos y dejaron a las macluras sin sus sembradores de semillas.
Descendientes de aquellos primeros colonizadores, la tribu de los Osage era famosa por sus guerreros y cazadores. Descubrieron que la madera de la maclura, densa, fuerte y flexible era excelente para fabricar arcos. Estos arcos fueron famosos y muy apreciados por otras tribus que comerciaban con ellos. Por esta razón, los primeros colonos franceses llamaron bois d’arc (madera de arco) a la maclura, que luego derivó en bodark y bow-wood. Es una triste paradoja para este árbol, convertido a su pesar en «anacronismo ecológico» al perder sus animales mutualistas, que fuera famoso precisamente por los arcos de guerreros y cazadores.

La vieja maclura del Botánico de Montpellier fue plantada en 1822, a partir de unos esquejes traídos de Estados Unidos por el nuevo director, anteriormente vicecónsul de Francia en Carolina del Norte. Hace tanto tiempo que entonces Texas, su hábitat natural, formaba parte de México. Descendientes de aquellas macluras americanas se han plantado en casi la mitad de los parques de Montpellier.

Árbol de los 40 escudos (Ginkgo biloba)
En Francia al ginkgo se le conoce como árbol de los 40 escudos por la suma, desorbitada para aquel tiempo, que un botánico de Montpellier pagó por un ginkgo en 1788. Otros prefieren llamarlo árbol de los mil escudos porque en otoño se cubre de miles de hojas amarillas en forma de abanicos, como pequeños escudos dorados.

El ginkgo es una especie solitaria y única, último superviviente de un linaje antiguo, que apenas ha cambiado en 250 millones de años. Es una especie dioica, con árboles machos y hembras. Las semillas tienen una parte externa carnosa, con aspecto de fruto, que se vuelve grisáceo brillante al madurar; de aquí le viene el nombre chino ginkgo (gin = plata y kyo = albaricoque). La parte interna es dura y protege el gametofito que es comestible; se comercializa como «fruto seco» en Oriente

Originario de China, solo quedan algunas poblaciones silvestres refugiadas en zonas remotas de montaña. Ha sido plantado desde antiguo en templos budistas y sintoístas, donde son venerados por su longevidad. En Europa fue introducido durante el siglo XVIII procedente del Japón, a través de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales.

El ginkgo macho del Botánico de Montpellier fue plantado en 1795, al parecer traído desde Inglaterra, siendo uno de los más viejos de Europa. Lamentablemente queda detrás de una valla de obras que impide el acceso a una zona antigua del jardín, diseñada en el siglo XVIII para albergar las «escuelas sistemáticas», y que actualmente está en proceso de restauración. No pude ver de cerca al anciano ginkgo.

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Sin embargo, en la Plaza Planchon, en un bello jardín de estilo parisino diseñado por los hermanos Bülher en 1858, pude disfrutar de un ginkgo centenario. Conformaba un escenario idóneo para una estatua de pastorcillo tocando la flauta de Pan («Le chant rustique», de 1908).

Micocoulier de la Provenza (Celtis australis)
El almez, en francés micocoulier (sus frutos se llaman micocoules), está muy plantado en las plazas, parques y jardines de Montpellier. Justo en la entrada del Botánico hay un gran almez de 5 metros de perímetro de tronco, que se plantó en 1804 para celebrar la coronación de Napoleón.

Es un árbol bello y fuerte, originario de la Cuenca Mediterránea y perteneciente a la familia Cannabáceas (hasta hace poco incluido entre las Ulmáceas, pero cambiado por la reciente revisión filogenética). Tiene un tronco recto con la corteza lisa y color gris. Es caducifolio, las hojas son simples, con el margen serrado y puntiagudas. En verano proporciona una sombra ligera muy apreciada en los pueblos del sur de Francia, para descansar, charlar (palabrer) o jugar a la petanca.

Puede vivir 500 ó 600 años y es símbolo de fuerza y longevidad. En la Provenza es tradicional que los ancianos lleven como amuleto un colgante con un fruto seco de almez. Los frutos, almecinas (micocoules), son pequeños, carnosos (tipo drupa), casi negros cuando están maduros, y muy buscados por los pájaros.

Es resistente a la sequía y a la polución; muy utilizado como árbol urbano en Francia, España e Italia. Sus raíces fuertes se introducen en los terrenos calizos y pedregosos, recibiendo en Italia el nombre de spaccasassi (rompe-piedras).

La madera es dura y flexible, fue muy utilizada para fabricar aperos de labranza. En Sauve, cerca de Montpellier (a unos 50 km), se cultivan micocouliers desde hace siglos y se fabrican aún horcas o bieldos, siguiendo las técnicas del siglo XII. Se dejan crecer renuevos a partir de los tocones, y se van dirigiendo y conformando durante 5-7 años para que tomen la forma de las horcas. Para mantener esta tradición artesanal ligada al almez, se ha creado el Conservatorio de la Horcas, convirtiéndose en una atracción turística local.

Marronnier (Aesculus hippocastanum)
El castaño de Indias, en francés marronnier, ni es un castaño ni es de Indias. Es una de las 18 especies del género Aesculus, en la familia Sapindácea; por tanto no tiene relación con el castaño (Castanea sativa) en la familia Fagáceas. Tampoco es de Indias; es un árbol europeo, originario de los Balcanes y del norte de Grecia, donde está amenazado por la deforestación y los incendios. En el siglo XVI fue introducido en Austria e Italia desde el Imperio Otomano, induciendo a la confusión de muchos botánicos que pensaban que su origen era oriental. El mismo Linneo lo describió erróneamente en 1753 como «Habitat in Asia Septentrionaliore».

En las primeras descripciones de este árbol, por el médico y botánico que servía en la embajada del Emperador Fernando I en Constantinopla, se asoció con el uso que hacían los turcos de darles sus frutos a los caballos enfermos para calmarles la tos. Desde entonces quedó el nombre científico hippo-castanum o castaño de los caballos, también mantenido en inglés: horse chestnut.

El nombre francés marronnier es específico para el árbol que produce los marrons, semillas en forma de piedras o guijarros, término derivado de la raíz ligur (pre-indoeuropea) marr. Estas semillas tienen saponinas tóxicas y no son comestibles. Por tanto no se deben confundir con las verdaderas castañas o châtaigne que son bien comestibles y nutritivas (botánicamente son frutos secos tipo aquenio). En principio la diferencia entre los dos árboles, marronnier y châtaignier es bien clara. Pero la cosa se complica porque se han seleccionado variedades de castañas llamadas «marrones» que tienen un solo embrión, son grandes y la piel se desprende con facilidad. Son las usadas para repostería, por ejemplo para el marron glacé. Parece que este cambio de nombre tuvo lugar en el siglo XVII con una connotación social: para distinguir el dulce de los nobles de la vulgar castaña, pan de pobres y alimento para cerdos. Escribió Linneo que «si no conoces el nombre de las cosas, también se habrá perdido el conocimiento sobre ellas». Cambiando la frase en positivo, podemos decir que los nombres de las plantas aportan conocimiento sobre la historia y la cultura de nuestra relación con ellas.

El castaño de Indias es un árbol muy popular en Francia y frecuente en los parques de Montpellier. En el Campo de Marte hay un gran marronnier que puede tener un siglo de edad. Este parque fue antiguamente un campo de ejercicios militares, dedicado al dios Marte. A finales del siglo XIX fue cedido al ayuntamiento por Defensa y convertido en parque. Los jardines fueron diseñados por el arquitecto paisajista Édouard André (1840-1911), autor del libro El arte de los jardines (1879). Se plantaron más de 60 especies de árboles y hoy es el arboreto más interesante de Montpellier, después del Jardín Botánico.

Paseamos por el parque a la hora del almuerzo, admirando su riqueza arbórea. Grupos de jóvenes del cercano Liceo Joffre ocupaban las sombras de los grandes árboles, en animadas tertulias, intercambiando las peripecias de las vacaciones recién terminadas. Algunos habían trepado a las ramas bajas de un gran magnolio.

Otro marronnier, esta vez virtual, llamó mi atención. Por toda la ciudad banderolas y carteles anunciaban una exposición dedicada a Federico Bazille (1841-1870) pintor pre-impresionista nacido en Montpellier. El cuadro con un gran marronnier a cuya sombra se reúne la familia engalanada del artista, había viajado desde París hasta su tierra, Montpellier, donde pudimos conocerlo en el Museo Fabre. El árbol real se encontraba en la residencia de verano de la familia Bazille, en Meric, en la periferia de Montpellier. Este castaño de Indias inmortalizado por el pintor cuenta el origen de su fama en el libro Historias de árboles y artistas [2]. Un domingo de agosto de 1867 el pintor reunió a su familia en la terraza, a la sombra del gran árbol. Sería el primer retrato de grupo al aire libre (au plein air) de la pintura francesa y precursor de los impresionistas en el uso de luz y el color. La luz intensa del sur se filtra a través del follaje del árbol, modifica los tonos y colores de vestidos, y de la tierra. La fina sombra fresca del árbol contrasta con el azul luminoso del cielo.

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Bazille escribió en una de sus cartas: «para pintar al aire libre, me hacen falta los árboles del Languedoc, las casas con las fachadas ocres y tejas rojas y sobre todo, mi luz del sur.» Cuando volvía de París, encontraba en su casa de Meric un paraíso de belleza y silencio. Era un apasionado de los árboles y las flores.

Viaje a un tiempo perdido
El tiempo pasa rápido y me despido con pena de Montpellier y sus árboles. La vuelta a Sevilla en tren me permite alargar un poco el viaje y aprovecho para sumergirme en el mundo perdido de Proust y buscar árboles en los recuerdos del narrador [3].

Los paseos familiares por Combray tenían dos alternativas a elegir: el camino de Swann por un hermoso panorama de llanura o el lado de Guermantes, por un típico paisaje de ribera. Proust describe el paseo junto al río Vivonne, en un día de Pascua, con pinceladas de literatura impresionista.

Cómo se paseaba el río, vestido de azul celeste, por entre tierras negras y desnudas, sin otra compañía que una bandada de cucos prematuros y otra de prímulas adelantadas, mientras que de cuando en cuando una violeta de azulado pico doblaba su tallo al peso de la gotita de aroma encerrada en su cucurucho. El Puente Viejo desembocaba en un sendero de sirga, que en aquel lugar estaba tapizado cuando era verano por el azulado follaje de un avellano; a la sombra del árbol había echado raíces un pescador con sombrero de paja.

Como por aquel sitio había en las orillas mucho arbolado, la sombra de los árboles daba al agua un fondo, por lo general, de verde sombrío, pero que algunas veces, al volver nosotros en una tarde tranquila después de un tiempo tormentoso, veía yo de color azul claro y crudo tirando a violeta, tono interior de gusto japonés.

En cambio, por el camino de Swann estaban los árboles añosos y los espinos aromáticos y evocadores.

En el caminito susurraba el aroma de los espinos blancos. El olor se difundía tan untuosamente, tan delimitado en su forma, como si me encontrara delante del altar de la Virgen, y las flores así ataviadas sostenían, con distraído ademán, su brillante ramo de estambres, finas y radiantes molduras de estilo florido, como las que en la iglesia calaban la rampa del coro o los bastidores de las vidrieras, abriendo su blanca carne de flor de fresa.

Me volvía a los espinos, como se vuelve a esas obras maestras, creyendo que se las va a ver mejor después de estar un rato sin mirarlas; pero de nada me servía hacerme una pantalla con las manos para no ver otra cosa, porque el sentimiento que en mí despertaban seguía siendo oscuro e indefinido, sin poderse desprender de mí para ir a unirse a las flores.

Pasear y leer eran las grandes aficiones del narrador protagonista. Aquel otoño mis paseos fueron más agradables, porque los daba después de muchas horas de lectura. Y en verano, la lectura siempre era más agradable bajo un gran árbol. ¡Hermosas tardes de domingo, pasadas bajo el castaño de Indias del jardín de Combray; mientras que yo iba progresando en mi lectura e iba cayendo el calor del día.!

En la tercera parte, el narrador evoca la vida en París, con su percepción aguda y sensible de los árboles y parques. Dibuja el efecto de unas heladas tardías de primavera sobre los brotes recién hojecidos de los castaños de Indias.

Veía los castaños de Indias de los bulevares que, aunque hundidos en un aire glacial y líquido como agua, invitados exactos, vestidos ya, y que no se desaniman por el tiempo, empezaban a redondear y cincelar en sus congelados bloques el irresistible verdor que el frío lograría contrariar con su poder abortivo, pero sin llegar nunca a detener su progresivo empuje.

Y por supuesto el maravilloso Bosque de Bolonia, simplemente el Bosque, gran parque urbano con más de 800 hectáreas, al oeste de París.

He vuelto a encontrar esa complejidad del Bosque de Bolonia, este año, cuando le atravesaba camino de Trianón, una de las primeras mañanas de noviembre; porque este mes inspira una nostalgia de hojas muertas, una verdadera fiebre, que llega hasta quitar el sueño.

Era la estación y la hora en que el Bosque parece más múltiple, no solo porque está más sudividido, sino porque lo está de otra manera. Frente a las sombrías masas de árboles sin hojas o aún con las hojas estivales había una doble fila de castaños de Indias anaranjados que parecía, como en un cuadro recién comenzado, ser lo único pintado aún por el decorador, que no había puesto color en todo lo demás, y tendía su paseo en plena luz para el episódico vagar de unos personajes que serían pintados más tarde.

En aquellos sitios donde había aún árboles con hojas, el follaje parecía sufrir como una alteración de su materia desde el momento que le tocaba la luz del sol, tan horizontal ahora por la mañana como lo estaría horas más tarde, cuando empezara el crepúsculo vespertino, que se enciende como una lámpara y proyecta a distancia sobre el follaje un reflejo artificial y cálido, haciendo llamear las hojas más altas de un árbol que no es ya más que el candelabro incombustible y sin brillo donde arde el cirio de su encendida punta.

El sol se había puesto. La Naturaleza tornaba a enseñorearse del Bosque. Grandes pájaros cruzaban por encima del Bosque como por encima de un bosque, y lanzando chillidos penetrantes se posaban uno tras otro en los robles añosos, que con su druídica corona y su majestad dodeneana, parecían pregonar el inhumano vacío de la selva sin empleo y me ayudaban a comprender la contradicción que hay en buscar en la realidad los cuadros de la memoria, porque siempre les faltaría ese encanto que tiene el recuerdo y todo lo que no se percibe por los sentidos. La realidad que yo conocí ya no existía.

Apuraba y saboreaba las últimas palabras, la bella imagen del atardecer en el Bosque de Bolonia, las reflexiones sobre el tiempo pasado. Cuando una voz metálica interrumpió mis pensamientos. La megafonía del tren anunciaba que estábamos llegando a la estación de Santa Justa. Volvía a mi realidad.

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[1] Claude Leray (2014). Parcs et jardins de Montpellier. Promenade et découverte des arbres remarquables. Éditions les Presses du Midi, Toulon, Francia.

[2] François-Bernard Michel (2013). Histoires d´arbres et d´artistes. Le Papillon Rouge Editeur, Villeveyrac, Francia. Dedicado a ocho árboles, uno de los capítulos es Le marronnier de Frederic Bazille (pp. 101-120).

[3] Marcel Proust (2016). En busca del tiempo perdido. 1. Por el camino de Swann. Alianza. Traducción de Pedro Salinas. La primera edición en francés fue en 1913. Consta de tres partes: Combray, Unos amores de Swann, y Nombres de tierras: el nombre.
He comprobado que Salinas traduce equivocadamente como «castaño» el marronnier (castaño de Indias), que aparece 9 veces en el libro: el viejo árbol del jardín de Combray y por supuesto los castaños de Indias de los Campos Elíseos de París. El verdadero castaño, châtaignier, no aparece en la obra.

 

Escrito por Teo, jueves 27 octubre 2016.

 

Enlaces
Ecosummit de Montpellier: Peter Vitousek

Artículo de Connie Barlow sobre Anacronismo ecológico

Entrada sobre el ginkgo, en este blog

El Museo de las horcas de almez en Sauve

Cómo distinguir castañas y marrones

Crónica sobre la exposición de Bazille en el Museo Fabre

Castaño de Indias en la lista roja de la IUCN

Botánico de Valencia

Si fuera un árbol urbano me gustaría vivir en el interior de un jardín botánico, cuidado, mimado y protegido de los vandalismos, acompañado por otros árboles de diferentes partes del mundo, visitado y admirado por los amantes de las plantas y de la naturaleza.

bosque_protegidoEntré en el Botánico de Valencia, como se entra en un santuario o en un museo; fuera de sus tapias quedaban el ruido del tráfico, los humos, las prisas, la gente corriendo de un lado para otro. Dentro de ese bosque urbano de unas 4,5 ha donde conviven unos 450 árboles encontré la calma, la sombra fresca, los trinos de los pájaros, el aroma forestal y sobre todo una gran diversidad de árboles (126 especies, según el Catálogo¹), con gran variedad de texturas y colores en la corteza de los troncos, en la forma de las copas, en la densidad del follaje; árboles que cuentan historias de sus linajes antiguos, de su ecología y de su relación con los habitantes de países exóticos.

ZelkovaEl árbol más grande del Jardín es una zelkova del Cáucaso (Zelkova carpinifolia, de la familia Ulmáceas), con 33 metros de alto y un tronco, con más de 5 metros de circunferencia, parcialmente ahuecado. Es un árbol impresionante, a pesar de tener algunas cicatrices de roturas de grandes ramas e incluso ramas sujetas por tirantes.

La zelkova es un relicto de la era Cenozoica (que empezó hace unos 65 millones de años) cuando se extendía por casi toda Europa, en un ambiente templado y húmedo. Formaba parte de un bosque de gran diversidad que fue progresivamente diezmado por el efecto de las sucesivas glaciaciones, que empezaron hace unos 2,5 millones de años. Actualmente sobrevive en bosques de Georgia, Turquía, Irán, Armenia y Azerbaiyán, donde ha sido explotado por su valiosa madera ligera, flexible y resistente a la pudrición; también se valoran las ramas para tutores de vides y el follaje para alimento de ganado. Está calificada como «casi-amenazada» por la Unión Internacional de Conservación de la Naturaleza (IUCN).

Emparentadas con esta zelkova del Cáucaso existen dos zelkovas endémicas mediterráneas, una en Creta (Z. abelicea) y otra en Sicilia (Z. sicula). Además de otras tres especies en Asia oriental (Z. serrata, Z. schneideriana y Z. sinica); recuerdo un bello ejemplar de la zelkova de China (Z. sinica) con su corteza de parches anaranjados en el Botánico de Roma. Este grupo de especies de árboles relictos que han sobrevivido en diferentes «refugios» climáticos, aislados y separados entre sí está siendo objeto de un programa internacional de jardines botánicos para su estudio y conservación².

¿De dónde vendría la semilla de zelkova que fue plantada en Valencia hace más de 150 años? ¿de Turquía, de Georgia? En su larga vida ha sufrido temporales y arriadas, ha resistido la ciega barbarie de la guerra y aún se mantiene erguido, majestuoso, cuidado por los arboricultores del jardín. Hermoso destino de un árbol, poder morir de viejo, tan insólito fuera de ese recinto protector. Y todavía debe tener bastante vida por delante, si se considera que algunos ejemplares de Georgia o Irán tienen más de 800 años.

Cupressus_torulosaLa segunda atalaya del Botánico es el impresionante ciprés del Himalaya (Cupressus torulosa) con su tronco recto que alcanza 32 m de alto y tiene una circunferencia de 2,8 m. Forma bosques abiertos en las solanas secas del Himalaya, hasta los 3.670 m de altitud. La madera es valorada por su aroma, grano fino, durabilidad y resistencia a la podredumbre; tradicionalmente ha sido utilizada en la construcción de templos budistas y en las tallas de figuras religiosas, también se utiliza como incienso. Algunos bosquetes son protegidos como «bosques sagrados» por los monjes budistas. Es el árbol nacional de Bután, donde le tienen gran estima; los butaneses se identifican con su porte recto y fuerte y la capacidad para crecer en sitios difíciles, escarpados y duros.

Ficus_obscuraEn contraste con estos gigantes, me llamó la atención un arbolillo pequeño pero muy peculiar. Tenía el tronco lleno de pequeños frutos amarillentos, todavía inmaduros. Era un ficus oscuro de Borneo (Ficus obscura) y en mi visita de octubre 2014 tuve la suerte de coincidir con su período de fructificación.

Las plantas son obras de arte vivo, que cambian con el tiempo; se puede visitar un Botánico varias veces al año y siempre se descubre algo nuevo; una flor, un fruto, una hoja otoñal.

Los árboles del género Ficus son un recurso clave para aves y mamíferos de los bosques tropicales. Producen frutos durante casi todo el año, en grandes cantidades, son blandos y con muchas semillas pequeñas, fáciles de coger y de consumir, y son ricos en calcio. Como prueba de esta importancia, se han identificado 990 especies de aves y 284 especies de mamíferos que consumen habitualmente frutos de 260 especies de Ficus distribuidas por todas las zonas tropicales del mundo.

En los bosques malayos los frutos del ficus oscuro son consumidos por 31 especies de aves y 9 de mamíferos. Son grandes consumidores de estos higos el gibón (Hylobates lar), el orangután (Pongo pygmaeus) y diversas clases de ardillas y tupayas. Un solo árbol puede producir hasta 4.000 higos, todo un festín para los animales del bosque.

En la colección de cuercos (especies de Quercus) de Valencia, junto a las especies europeas más familiares como la encina (Q. ilex), el alcornoque (Q. suber) y los robles (Q. humilis y Q. cerris), se podían encontrar otras especies de diversas partes del mundo. Desde Asia habían llegado Q. glauca de Japón y Q. hartwissiana de Georgia, donde forma bosques mixtos con la zelkova. Procedente de América estaban Q. macrocarpa, Q. polymorpha y Q. virginiana, este último es conocido por las películas ambientadas en las plantaciones del sur de EEUU. En conjunto, una pequeña muestra de las más de 500 especies que tiene este género de árboles, tan importante para la economía y la cultura en los países del Hemisferio Norte.

Quercus_anillosUn viejo tronco de roble americano (Q. macrocarpa) es utilizado con fines didácticos para mostrar el crecimiento de los anillos; este ejemplar tenía 86 años cuando murió en 2011. En sus anillos están marcados algunos hitos en la historia de la ciencia y del medio ambiente; por ejemplo, en el anillo formado en 1953 se recuerda el descubrimiento de la estructura del ADN; mientras que el de 1972 marca la primera Cumbre de la Tierra en Estocolmo.

Sterculia_discolorMe sedujo la belleza del árbol sombrero (Brachychiton discolor) con su corteza verde lisa moteada y sus hojas otoñales; este árbol de la familia Malvácea vive en las selvas de la costa este de Australia.

Cuando se visita un Botánico, igual que cuando se vuelve a un museo ya conocido, siempre hay un árbol o una obra de arte que te sorprende o que redescubres. Así me pasó en esa mañana de otoño con este árbol, que no es el más grande ni el más espectacular del jardín, pero me cautivó por el verdor de su follaje traslúcido. Situado entre un grupo de troncos que se elevaban en paralelo, miraba a las copas que se entremezclaban y formaban una envolvente manto verde que me cubría. Una experiencia memorable.

Y el ginkgo (Ginkgo biloba); en ningún  jardín botánico puede faltar este fósil viviente, este árbol tan arcaico y tan elegante, con sus hojas palmeadas que se vuelven amarillas en otoño. También llamado albaricoque de plata, árbol de las pagodas, árbol de Goethe, árbol de los 40 escudos, panda botánico, es el último superviviente de un linaje antiguo que apenas ha cambiado en los últimos 250 millones de años. Casi extinguido en su hábitat natural, solo quedan algunas poblaciones relictas en las montañas de China. Sin embargo, su cultivo se expandió por China, Corea y Japón, plantado en templos budistas y sintoístas. En el siglo XVIII fue introducido en Europa y desde entonces se ha extendido como árbol urbano por la calles y jardines de todo el mundo.

Podría seguir relatando otras historias que me inspiraron los árboles del Botánico de Valencia. La sola mención de sus nombres ya evoca una relación antigua e intensa con habitantes de países lejanos: Angelitos de Argentina, Árbol del dolor de muelas y Ciprés funerario de China, Arbusto de madera de sangre y Pica-pica de Australia, Cafetero de Kentucky, Goma elástica y Palo amarillo de México, Karaka de Nueva Zelanda, Palisandro, Palo borracho y Pimentero de Brasil, Palo de jabón de Chile, Pitósporo de Japón…

Bosque_grafitiLa lista de especies de árboles es muy larga. Animo al lector a que se adentre en ese bosque urbano, que deje atrás las prisas y las preocupaciones cotidianas, y escuche directamente de ellos sus historias.

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¹ Corbera, J., J. Güemes y C. Puche. 2005. Un bosque en la ciudad. El Jardín Botánico de la Universidad de Valencia. Publicaciones de la Universidad de Valencia.
² Kozlowski, G., D. Gibbs, F. Huan, D. Frey, J. Gratzfeld. 2012. Conservation of threatened relict trees through living ex situ collections: lessons from the global survey of the genus Zelkova (Ulmaceae). Biodiversity and Conservation 21: 671-685.

 

Escrito por Teo, jueves 26 marzo 2015.

 

Enlaces

Página web del Botánico de la Universidad de Valencia

Descripción de la zelkova y el ciprés en la web Monumental Trees

Estatus de conservación de la Zelkova carpinifolia según la IUCN

Estatus de conservación de Cupressus torulosa según la IUCN

Revisión sobre los animales que se alimentan de frutos de Ficus

Programa de radio del Bosque habitado, sobre el Botánico de Valencia

Otras entradas de este blog relacionadas:
Visita al Botánico de Roma
Especies de Quercus
Ginkgo
Higueras y ficus

Historias de castaños

En el otoño, los paisajes oscuros siempreverdes de algunas sierras del sur de España se visten con tonalidades ocres que desvelan la presencia de los castañares. En el paisaje vegetal mediterráneo los castaños destacan como árboles singulares: tienen grandes hojas de bordes aserrados que caen en invierno; los frutos espinosos (erizos) esconden de uno a tres aquenios (castañas) sabrosos y nutritivos; la madera es de buena calidad y crecimiento rápido.
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¿De dónde vienen los castaños?

Las hipótesis evolutivas recientes proponen que los ancestros del género Castanea se originaron en los bosques del este de Asia al principio del Paleoceno (hace unos 60 millones de años). Desde allí, un linaje migró hacia el oeste, a partir del cual se diferenciaron (hace unos 43 millones de años) los antepasados del castaño europeo (Castanea sativa). Posteriormente, pasaron a Norteamérica a través de un antiguo puente noratlántico y se diferenciaron los castaños americanos.

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Mapa del género Castanea con su posible ruta migratoria y evolutiva. Tomado de Lang y cols. (2007)

Las siete especies existentes del género Castanea que se distribuyen por el Hemisferio Norte son pues el resultado de un proceso lento de evolución, dispersión y diferenciación durante millones de años. Una historia apasionante que se ha podido reconstruir analizando y comparando las secuencias del ADN cloroplástico de castaños de todo el mundo¹.

La domesticación del castaño europeo

El castaño silvestre posiblemente estaba extendido por toda Europa. Durante las sucesivas glaciaciones del Pleistoceno (la última terminó hace unos 11.000 años) hubo una extinción masiva de especies arbóreas al quedar cubierto parte del continente por el hielo. Algunas poblaciones de castaño y de otras especies sobrevivieron en los llamados «refugios» del sur. Se han identificado seis posibles refugios para el castaño; los más importantes estarían en la Transcaucasia y la orilla sur del Mar Negro, las penínsulas de Grecia e Italia, y en Iberia la Cordillera Cantábrica, Galicia y norte de Portugal.

Las primeras evidencias del cultivo del castaño son de hace 3.700 años en la península de Anatolia (Turquía). Durante la época griega, Teofrasto (siglo III-IV a.C.) mencionó la utilidad del castaño para la producción de madera y carbón en su obra «Historia de las Plantas». Las técnicas griegas para la domesticación del castaño pasaron a la cultura latina y fueron aplicadas en Italia, posiblemente en castaños silvestres nativos (se han encontrado diferencias genéticas entre los castaños griegos e italianos). Desde Italia el cultivo del castaño se expandió a todas las regiones ocupadas por el Imperio Romano, incluidas las Islas Británicas. El agrónomo romano Columela (nacido en Gades, Cádiz, el año 4 d.C.) en su obra De re rustica («Los trabajos del campo») destacaba las cualidades de la madera de castaño para los postes que soportaban las viñas. Parece que tanto para griegos como para romanos el uso principal del castaño era la producción de madera y solo secundariamente las castañas para alimentación ².

La producción de castañas tuvo su apogeo en Europa occidental durante la época medieval (siglos XI a XVI). Para muchos pueblos de zonas montañosas constituía la principal fuente de hidratos de carbono, el llamado «pan del bosque».

Castaños con historias

Los árboles grandes y viejos inspiran sentimientos de veneración, respeto y admiración. Es frecuente que tengan asociadas historias y leyendas sobre eventos singulares protagonizados por personajes notables, de la realeza o santos. Viajemos a Sicilia, a Londres y a la sierra de Málaga para visitar tres castaños singulares con interesantes historias.

El Castaño de los Cien Caballos es un árbol magnífico que vive en las laderas del Etna, en Sicilia (Italia). Según la leyenda, cuando la reina Juana de Trastámara (1454-1517), Infanta de Aragón, Reina de Nápoles y hermana menor de Fernando el Católico, visitaba aquellas tierras fue sorprendida por una tormenta y se refugió con su séquito de 100 caballeros bajo la copa de este inmenso castaño. En otras versiones de la leyenda la reina es Juana I de Nápoles (1326-1382) o Isabel de Inglaterra (1214-1241), casada con Federico II de Sicilia. Todas las historias coinciden en que era una reina con un séquito de 100 caballeros que buscaron protección bajo la amplia copa del castaño.

Castaño de los Cien Caballos por JP Houël (Museo del Louvre).

Castaño de los Cien Caballos por JP Houël (Museo del Louvre).

 Cuando en 1780 se midió su perímetro de tronco alcanzaba los 58 m., todo un récord (recogido en la lista Guinness). Unos años antes (1777) fue retratado por el artista y viajero Jean Pierre Houël ³; se puede observar en la obra que existía un cobertizo construido en su interior. Actualmente sobreviven cuatro troncos (el mayor con 22 cm. de perímetro) que rodean un gran centro hueco. Se estima su edad entre 2.000 y 4.000 años, aunque probablemente no supere los 2.500 años. Situado a tan solo 8 km. del cráter del Etna es un milagro que haya sobrevivido tanto tiempo a pesar del riesgo de las erupciones y la lava volcánica; «una supervivencia milagrosa de un tiempo profundísimo» en palabras del escritor siciliano Vincenzo Consolo.

A iniciativa del Ayuntamiento de Sant´Alfio, en 2008 la UNESCO declaró al castaño «Monumento mensajero de la paz en el mundo». Entre otros motivos porque «junto a este árbol uno siente la armonía con la naturaleza, en paz con nuestros semejantes y con el Universo (…) el ánimo encuentra su equilibrio y el cuerpo su bienestar.»

Kew_oldest_chestnutEl árbol más antiguo de los Kew Gardens, cerca de Londres (Inglaterra), es un castaño. Cuando visité en marzo 2011 este Jardín Botánico, mientras admiraba otros árboles más vistosos reparé en su tronco grueso, de 8,4 m. de perímetro. Estaba todavía sin hojas y no sabía muy bien qué especie de árbol era hasta que leí en el cartel informativo su singular historia. Posiblemente formaba parte de la avenida de los castaños (llamada Love Lane, camino del amor) plantados sobre 1730 en los jardines de la reina Carolina de Brandeburgo-Ansbach, consorte de Jorge II. En Inglaterra lo llaman «castaño dulce» o «castaño español» (Spanish chestnut) porque eran importados principalmente desde España.

El Castaño Santo se encuentra en un lugar remoto de las sierras de Málaga (España). Es un ejemplar singular con más de 14 m. de perímetro de tronco (21 m. si se mide en la base) y una edad estimada de 800 años.

Algunas historias refieren que su nombre se debe a que cerca del árbol habitaba un ermitaño, y sería por tanto el «castaño del santo». Sin embargo, la leyenda más extendida cuenta que bajo este árbol se celebró en 1501 una misa, en la que el rey Fernando el Católico (1479-1516) y su ejército pidieron la bendición antes de la batalla por la conquista de Marbella. Según otras versiones fue Luis Ponce de León, duque de Arcos (1528-1573), quien bajo este castaño asistió a una misa de acción de gracias tras aplacar las revueltas de los moriscos. El carácter de «templo» natural donde los guerreros rezaron y agradecieron la victoria contra los infieles le daría el apelativo de «santo».

Cartel turístico en Istán con la localización (Nº 8) del Castaño Santo.

Cartel turístico en Istán con la localización (Nº 8) del Castaño Santo.

En el siglo XXI el Castaño Santo es motivo de atracción turística en el cercano pueblo de Istán, aunque no es fácil llegar, hay que recorrer más de 30 kms de pista forestal. Este espléndido castaño está catalogado en la lista de árboles singulares de la provincia de Málaga, pero se halla en una finca particular y no cuenta con ningún tipo de protección especial; parece que ha sido propuesto como «Monumento Natural».

Cuando lo visitamos en diciembre 2011 sus raíces descalzadas habían sido cubiertas con tierra y piedras para protegerlas en la zona erosionada de la pendiente, además un letrero pedía que se respetara el árbol durante la visita. Era un día de final de otoño, estuvimos sentados junto al árbol prácticamente solos, se podía sentir esa paz y esa armonía que infunde un árbol centenario.

Que se llame «castaño santo» no significa que haya tenido o tenga un significado sagrado para la población local. A pesar de que en la web «Monumental Trees» lo hayan traducido como «Castaño sagrado». No podía ser un árbol sagrado porque la iglesia católica no lo hubiera permitido; algún San Bonifacio local lo hubiera talado y quemado como símbolo pagano.

Castaño_Santo_Istán_dic2011

Posiblemente la historia de la misa, la guerra contra los infieles y el apelativo de «santo» lo haya salvado de la tala y la quema en esos largos 800 años. De hecho, es muy difícil encontrar árboles viejos, «milagrosos supervivientes de los tiempos profundos» (como diría Consolo), en el sur de España. En ese sentido, se puede considerar «santo» porque realmente es un milagro que haya sobrevivido hasta nuestros días. Y gracias a ese milagro podemos imaginar cómo serían los castaños salvajes, viejas moles de madera que morían de muerte natural, en aquellos bosques primigenios del Mediterráneo.

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¹ Lang, P., Dane, F., Kubisiak, T. L. y Huang, H. (2007). Molecular evidence for an Asian origin and a unique westward migration of species in the genus Castanea via Europe to North America. Molecular phylogenetics and evolution, 43: 49-59.
² Conedera, M., Krebs, P., Tinner, W., Pradella, M. y Torriani, D. (2004). The cultivation of Castanea sativa (Mill.) in Europe, from its origin to its diffusion on a continental scale. Vegetation History and Archaeobotany, 13: 161-179.
³ Jean-Pierre Houël (1782). Voyage pittoresque des Isles de Sicile, de Malte et de Lipari. Paris.

 

Escrito por Teo, jueves 18 de diciembre 2014.

 

Enlaces
Ficha del Castaño de los Cien Caballos (Sicilia, Italia) en la web Monumental Trees
Ficha del castaño del Jardín Botánico Kew en la web Monumental Trees
Ficha del Castaño Santo de Istán en la web Monumental Trees
Página web del ayuntamiento de Sant’ Alfio (Italia) sobre el Castaño de los Cien Caballos
Página web del Ayuntamiento de Istán (España) sobre el Castaño Santo
Castaño Santo en el Catálogo de árboles singulares de la provincia de Málaga
Leyenda de San Bonifacio en el post Siempreverdes en Navidad

Botánico de Roma

Los árboles han sido buscados, talados y utilizados para diversos fines (construcción, combustible, navegación) durante la expansión de la especie humana, produciendo una deforestación masiva de amplias zonas del planeta. La cuenca mediterránea, cuna de civilizaciones milenarias, ha sufrido de manera especial ese proceso de deforestación que siempre acompaña al desarrollo humano.

Para un «buscador de árboles» entrar en un arboreto o jardín botánico es tener la oportunidad de conocer a esas criaturas magnánimas que tanto nos han dado y que allí encuentran su refugio. En unas cuantas hectáreas de terreno podemos mirar, tocar y oler árboles que proceden de lugares remotos y que cuentan variadas historias evolutivas y culturales. La solución perfecta para «las personas de imaginación aventurera pero de carácter perezoso», que escribía Muñoz Molina, o sin suficientes recursos económicos para los viajes exóticos, añado yo.

En mi última visita a Roma el pasado mes de noviembre, para participar en la reunión final del proyecto EnvEurope, tuve la ocasión de acercarme al Orto Botanico. Es un jardín relativamente pequeño (unas 12 hectáreas), cuando se compara con los grandes parques botánicos como Kew (132 ha) en Inglaterra, Kirstenbosch (528 ha) en Sudáfrica o Cienfuegos (97 ha) en Cuba, por citar solo algunos. Sin embargo, tiene el encanto de los jardines históricos que forman parte de una ciudad y conservan ornamentos de su pasado palaciego.

Estos jardines formaban parte del palacio construido en el siglo XV por el cardenal Riario. Tuvo como huésped ilustre a la Reina Cristina de Suecia quien, después de abdicar al trono en 1654 y convertirse al catolicismo (la religión de sus enemigos en la Guerra de los Treinta Años), se expatrió a Roma donde tuvo una intensa actividad como mecenas cultural, fundando la Academia de la Arcadia. Todavía se conservan en el actual Jardín Botánico algunas piezas procedentes de su colección de antigüedades. En el siglo XVIII fue comprado por el cardenal Corsini y bajo su encargo el arquitecto Fernando Fuga remodeló el palacio y los jardines dándoles la imagen barroca actual. Por último, en 1883 el Estado compró el conjunto, cediendo los jardines a la Universidad de Roma para organizar el Orto Botanico, mientras que el palacio lo convirtió en la Galería Nacional de Arte Antiguo.

Quercus suber L.

Quercus suber L.

Visité el jardín un miércoles de otoño por la mañana y estaba prácticamente solo en ese refugio de placer. Me dediqué a pasear y admirar los árboles; les preguntaba por sus lugares de origen, sus rasgos biológicos y sus virtudes para los humanos. Atravesé el paseo de las palmeras, pasé junto a la fuente de los tritones y llegué a un poderoso alcornoque (Quercus suber) con un tronco de más de 5 metros de circunferencia ¹. He visto muchos alcornoques por mi tierra pero no había visto ninguno tan alto y majestuoso. Estaba adornado por una compañera inusual, la trepadora americana Campsis radicans (familia Bignoniaceae), emparejados por el capricho del jardinero. El alcornoque es un árbol mediterráneo bien conocido en España, donde se extraen cada año unas 60.000 toneladas de corcho (el 25% de la producción mundial). Este preciado producto se utiliza principalmente en la fabricación de los tapones de botellas de vino. La corteza del tronco se «pela» cada 9-10 años y el árbol la renueva, pero acorta su vida.

Muy cerca de allí, en el invernadero Corsini, había dos bañeras de mármol usadas actualmente como maceteros que recordaban a su antigua dueña, la reina Cristina de Suecia, quien paseó por estos jardines hace más de tres siglos.

Subiendo por la colina, la masa oscura de la colección de gimnospermas perennifolias destacaba en el aspecto general de bosque otoñal del jardín. Pero un árbol daba la nota entre los demás con sus hojas anchas que comenzaban a amarillear. ¡Qué extraño! Me acerqué y efectivamente era un árbol extraño y peculiar, el ginkgo (Ginkgo biloba). Además era una hembra que estaba cargada de frutos (en esta especie dioica las flores machos y hembras están en árboles separados). En el suelo se mezclaban las hojas caídas, los frutos y restos de semillas abiertas por algún depredador.

Ginkgo biloba L.

Ginkgo biloba L.

El ginkgo es un fósil viviente, es decir un árbol primitivo que apenas ha cambiado su aspecto en los últimos 200 millones años. Existen muy pocos ejemplares en su hábitat natural, en las montañas de China, pero se ha plantado en casi todo el mundo por la singularidad y elegancia de sus hojas palmeadas que se vuelven amarillas en otoño. Los primeros ginkgos que llegaron a Europa se plantaron en el siglo XVIII, posiblemente en los Países Bajos. Esta hermosa «ginkga» de Roma debe ser de finales del XIX cuando el jardín palaciego se convirtió en jardín botánico. En China se comercializan las semillas comestibles de ginkgo y en occidente se ha extendido el uso de los extractos de hojas como estimulante de la memoria.

Justo al lado del ginkgo se elevaba la masa oscura de una Torreya grandis (familia Taxaceae), con un tronco de 4,6 m de circunferencia. Este árbol es endémico del sureste de China donde es utilizado por su madera, se consumen las semillas (no son tóxicas, a diferencia de las del tejo) y se produce un aceite de sus arilos (cobertura carnosa de la semilla). Sin embargo no fue conocido en Europa hasta el siglo XIX cuando el «cazador de plantas» Robert Fortune compró algunas semillas en China y las envió a Inglaterra. Este botánico se haría famoso más tarde por robar los secretos del cultivo y la manufactura del té en China e introducirlos en la India, entonces bajo el dominio británico.

El silencio y la soledad del jardín se rompió con un bullicio de voces y risas infantiles. Me acerqué a la escalinata dieciochesca y, manteniendo una distancia prudencial, estuve observando cómo un grupo escolar atendía las indicaciones del maestro que les señalaba dos plátanos centenarios, situados a ambos lados. Terminada la breve disertación, subieron corriendo y alborotando por las escaleras hacia la parte alta del jardín.

Platanus_childrenVolvió el silencio y subí entonces por las escalinatas para acercarme a los plátanos. Un cartel explicaba que la «Fuente de los 11 chorros» fue construida por Fernando Fuga a mediados del siglo XVIII y la cascada-escalera aprovecha el desnivel de la colina del Gianicolo. Cuando en 1883 el Estado compró el jardín y lo convirtió en Botánico, conservó la fuente, la escalinata y los dos plátanos centenarios que la escoltan; ahora son un elemento singular del patrimonio natural del jardín.

Los plátanos orientales (Platanus orientalis) son autóctonos del mediterráneo oriental; recordaba haberlos visto en los bosques de ribera en las montañas de Sicilia. Sin embargo, el plátano de sombra que se planta normalmente en las ciudades y que es tan común en las calles de Sevilla, es un híbrido (Platanus x hispanica) de este plátano oriental mediterráneo y del plátano occidental americano.

El plátano del lado norte de la escalera tiene un grueso tronco de unos 6,5 m de circunferencia. Estaba casi desprovisto de hojas. Buscando una perspectiva adecuada para capturar una imagen que diera idea de la monumentalidad del árbol, me fijé en una pareja de ánades reales (Anas platyrhynchos) que me miraban inmóviles desde un pequeño estanque casi al pie del mismo árbol. Procuré alejarme para no molestarlos y seguí mi camino. En este refugio de árboles, en el corazón de Roma, también encuentra su hábitat una fauna variada.

En mi paseo por el jardín había visto diversas aves: un agateador (Certhia brachydactyla) trepando nervioso por un tronco, un petirrojo (Erithacus rubecula) que me miraba curioso desde su rama, los bandos de gritonas cotorras (Myiopsitta monachus), que posiblemente eran las responsables de los restos de semillas de ginkgo comidas en el suelo, y que se han convertido en una plaga en muchas ciudades europeas, un pito real (Picus viridis) que voló veloz al acercarme dejando una estela verde, y las omnipresentes cornejas cenicientas (Corvus cornix).

Desde la parte alta del jardín, en la colina del Gianicolo, se divisan las cúpulas de las iglesias de Roma sobre las copas de los árboles. Una visión espléndida, privilegiada. Estás en la ciudad pero a la vez fuera, en una isla de verdor y silencio.

Roma_view

De pronto, un terrible estruendo me sobresaltó. Las aves, cotorras, cornejas y palomas volaron aterrorizadas por la explosión. Recupero el ritmo cardíaco después del susto, miro el reloj, son las 12 en punto, sonrío. Al momento me viene el recuerdo de cuando vivía en el Trastévere y me llegué a acostumbrar al cañonazo que marca la hora del mediodía. Según cuentan, esta absurda contaminación acústica data de 1847 cuando el papa Pío Nono ordenó que un cañonazo a las 12 sirviera para ajustar el horario de las campanas de las iglesias de Roma.

Repuesto del sobresalto continué mi amable paseo por la parte alta del jardín. Hacia el norte está la zona del jardín japonés, con sus puentes, cursos de agua, linternas de piedra y un coqueto pabellón cubierto al estilo japonés, que ese día estaba desierto. Los pequeños arces japoneses (Acer palmatum) estaban cuajados de sámaras y lucían sus hojas palmeadas, rojas, prestas a caer.

Descendí por el sendero junto al campo de bambúes y llegué hasta un árbol de tronco grande y rugoso, con una copa baja, hojas pequeñas y ramitas terminadas en espinas. Busqué la etiqueta con el nombre pero no la encontré. Una de las frustraciones de este jardín botánico es que faltan muchas etiquetas y no es posible identificar todos los árboles. Sospecho que se trata del Schinus polygamus (familia Anacardiaceae) que Fratus recogió en su lista de árboles monumentales, con un tronco de más de 4 m de circunferencia. Es nativo de Sudamérica, donde lo llaman huingán, molle o boroco; con sus frutos se prepara una chicha o aguardiente.

Zelkova sinica Schneid.

Zelkova sinica Schneid.

Si tuviera que elegir un árbol de este jardín por la belleza de su tronco, sin  duda sería la «zelkova» de China (Zelkova sinica, familia Ulmaceae). Su corteza gris suave se exfolia en parches de un naranja intenso que confieren gran vistosidad al tronco. El género Zelkova es un relicto del Terciario con seis  especies distribuidas en dos áreas: el suroeste de Eurasia (Creta, Sicilia y Cáucaso) y el este de Asia (China, Corea y Japón). Son árboles adaptados a las condiciones húmedas y cálidas del Terciario que fueron diezmados por los cambios climáticos y ambientales. En el 2010 ha comenzado un plan internacional de conservación del género Zelkova, auspiciado, entre otros organismos, por la red Internacional de Conservación de los Jardines Botánicos (BGCI, del inglés Botanical Gardens Conservation International).

En dirección a la salida, casi escondido detrás de un seto, encontré al alcanforero Cinnamomum camphora (familia Lauraceae). Es un árbol robusto, con un tronco de más de 5 m de circunferencia que se bifurca desde casi la base. Esta especie es nativa del este de Asia (China, Corea, Japón y Vietnam), aunque ha sido plantada por todo el mundo. Recordaba la primera vez que vi un alcanforero, en el arboreto del Campus de Dehradun (India). Fui allí en 2003 a un congreso y a la vuelta me traje algunas semillas; aún conservo en mi terraza un pequeño alcanforero, que ya tiene 10 años y apenas levanta 1,5 metros del suelo de la maceta. Me gusta coger sus hojas senescentes y estrujarlas para aspirar su aroma expectorante. El alcanfor es el compuesto químico (tipo terpenoide) que abunda en su madera y sus hojas; se extrae por destilación. En Asia se usa ampliamente en medicina tradicional, como repelente de insectos, para aromatizar dulces y en rituales religiosos.

Salí del jardín embriagado por mis paseos y mis conversaciones con esos árboles magníficos que cuentan historias maravillosas de lugares remotos: el ginkgo y la zelkova de China, el alcanforero de la India, el alcornoque y el plátano del Mediterráneo, el arce del Japón y el huingán de Chile. Agradecido a la ciudad de Roma por crear y mantener este jardín botánico e histórico, que es al mismo tiempo un «lugar de investigación y de recreo, parque público y laboratorio, espacio de retiro y centro de enseñanza» (en palabras de Muñoz Molina).

Traspasada la verja del refugio protector, me encuentro entre las callejuelas del animado y bullicioso barrio del Trastévere. Me detengo en una trattoria y pido una penne al boscaiolo acompañada de una birra Peroni para reponer fuerzas después de la deliciosa giornata en el Botánico de Roma.
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¹ Inventario de árboles monumentales del Orto Botanico de Roma por Tiziano Fratus (14 febrero 2011).
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Nombre de la especie y circunferencia del
tronco en metros (medida a 1,3 m de altura)
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Platanus orientalis                                 6,5
Casuarina cunninghamiana                 5,5
Quercus suber                                        5,4
Cinnamomum camphora                      5,2
Pterocarya fraxinifolia                           4,7
Torreya grandis                                      4,7
Schinus polygamus                                4,4
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Escrito por Teo, 30 enero 2014.

Fuentes

Web oficial del Jardín Botánico, Universidad de Roma
Inventarios de árboles monumentales de Roma por Tiziano Fratus
Artículo de Antonio Muñoz Molina sobre los jardines botánicos