Junio es el mes de llegada de los días largos, los primeros calores y las frutas de verano. En el mercado todas ellas, desde las pequeñas cerezas a las voluminosas sandías, despliegan sus atractivos, susurran promesas de goces futuros.
Cada fruta representa el verano a su manera, le da su toque único, un sabor divino, un color provocativo o un olor delicioso. Entre las que mejor encarnan la estación calurosa, al menos en el ámbito mediterráneo, tengo especial predilección por la breva y el higo, las frutas tiernas, delicadas y dulces que el árbol de la higuera (Ficus carica) produce entre junio y septiembre.
La fruta perfecta
En los veranos de mi infancia, el día que comíamos las primeras brevas de junio era una fiesta, nos gustaban tanto que las devorábamos enseguida; era sin duda la fruta preferida de todos, blanda, dulce, incomparable. Y es que brevas e higos, además de heraldos del verano, son frutas extraordinarias en muchos sentidos. La propia existencia de dos cosechas, una de breva y otra de higo, es una peculiaridad. Se pueden consumir tanto frescas como desecadas, los higos secos, perdurables casi un año.
El fruto en sí, el higo fresco, es de tamaño mediano, color verde, morado o negro, según la variedad, de piel fina comestible y con sugestiva forma de gota. La pulpa es de una textura peculiar, debido a que en realidad es un falso fruto (llamado sicono, propio del género Ficus) consistente en un delicado saco en forma de pera, cubierto en su pared interior por cientos de flores diminutas que al madurar (los verdaderos frutos) producen una semilla pequeña. Esa pulpa es muy blanda pero también algo crujiente por las semillas, y tiene un delicioso dulzor. Si por algo destacan los higos y las brevas, es por la dulzura, equiparable a la de la miel, como sabiamente dice el proverbio, “por San Miguel, los higos son miel”.
La exquisitez extraordinaria de este fruto la resume bien Julie O’Hara, la escritora gastronómica norteamericana, quien no duda en asemejar el higo a la perfección, “el higo solo, sin más adorno, lo tiene todo”, dice. Y añade que si reuniese a las más dotadas mentes culinarias del mundo no podrían encontrar nunca una forma de mejorar un higo fresco en sabor, textura o apariencia.
Una joya para el paladar y también para la salud. Es una fruta muy rica en calcio y en fibra, tiene un alto contenido en agua y en azúcares, y contiene una buena cantidad y calidad de vitaminas y minerales. Con esta composición, además de nutritivo el higo es un alimento “funcional”, que fomenta la salud y previene enfermedades. Da energía y vitalidad, hidrata, regula el organismo, desintoxica y previene enfermedades degenerativas y cáncer, mejora funciones cerebrales, ayuda al mantenimiento de los músculos, las articulaciones y la piel, y contribuye a curar heridas y resfriados.
De tal fruto, tal árbol
Un fruto tan extraordinario no puede proceder más que de un árbol excepcional, aunque sea una de las plantas cultivadas más comunes y representativas de la región mediterránea, junto al olivo y la vid. Refrescarse bajo la sombra de una higuera en verano, dejando que el aroma nos sosiegue, observando cómo los pájaros acuden al néctar que gotea de la breva madura, mientras la chicharra corta el cálido aire con su voz de metal, puede ser la viva estampa de la cultura mediterránea.
En un yacimiento arqueológico de un pueblo neolítico del Valle del Jordán, se han hallado restos de higos carbonizados, supuestamente de higueras cultivadas, que datan de hace 11.000 años, casi mil años antes que los primeros cereales y legumbres cultivados por el ser humano; los investigadores especulan que la higuera probablemente sea la primera planta domesticada durante la revolución neolítica.
En aquellos comienzos neolíticos tan trascendentales, proveerse de fruta fresca en verano y fruta almacenable, rica en azúcar, todo el año debió ser un paso importante para los grupos humanos de Oriente Medio y Asia Occidental, el área natural nativa de la higuera. El éxito fue debido probablemente a la facilidad de propagación de la higuera, que se logra simplemente cortando ramas y plantándolas, junto a que en 3-4 años produce ya una generosa cosecha de frutas.
Para la especie Ficus carica también supuso un antes y un después, porque su cultivo se extendió rápido por toda la cuenca mediterránea, y más allá, cultivándose hoy por toda la zona templada del planeta. Actualmente, según la FAO, los mayores productores de higos en 2012 fueron: Turquía, Egipto, Argelia y Marruecos.
A pesar de llevar tantos siglos domesticada, la higuera no ha dejado de tener un carácter indómito. Con frecuencia se la ve germinar y prosperar en los lugares más improbables, con apenas sitio para enraizar y casi nada para sustentarse, en sitios secos, rocosos, muros y grietas. La admirable capacidad de desarrollarse y la poco exigencia hacen que la especie se extienda sola, con la ayuda inestimable de los pájaros que devoran sus frutos y diseminan las pequeñas semillas.
La higuera posee parte de la exuberancia y robustez del género Ficus. Aunque es un árbol de poca altura (no más de 10m) y tronco corto, tiene una anchurosa copa con ramas que crecen hacia los lados y crean una densa masa verde. La isla de Formentera, en Baleares, es un caso único en el mundo, porque alberga algunas higueras casi centenarias de copas horizontales muy amplias, cuyas larguísimas ramas han sido apuntaladas por los campesinos con multitud de estacas para que sus ramas no se caigan y enraícen. En realidad, son un tipo curioso de arquitectura vegetal o arquitectura viva, modelada por el ser humano para proporcionar cobijo al ganado. Se las conoce localmente con el poético nombre de “Blancas”, tal vez por el color claro de la corteza. En 1993, dos de ellas fueron catalogadas como Árboles Singulares por el Gobierno balear, hoy son uno de los atractivos de la isla.
Es también un árbol lechoso. Cuando se le cortan hojas, ramas o frutos, el árbol segrega una savia blanca o látex para proteger la herida infligida. Ese látex, según cuenta Font Quer en su Dioscórides Renovado, tiene la propiedad de cuajar la leche (en la isla de Mallorca se ha usado tradicionalmente para fabricar quesos) y es un remedio popular contra las verrugas.
Antes de ver a la higuera, ya la olemos. Es un árbol fragante, de tenue e inconfundible aroma que evoca la delicia de los higos. Los perfumistas lo saben y han creado líneas de perfumes basados en los olores tanto del árbol como del fruto.
Lo más excepcional de la higuera es, sin embargo, su complicada biología reproductiva, conocida y manejada por los horticultores desde tiempos inmemoriales. La rareza de las higueras estriba en: la existencia de árboles machos y hembras (en realidad es una especie ginodioca); una inflorescencia característica, el sicono; la simbiosis entre la higuera y su polinizador especializado, la avispa Blastophaga psenes.
En algún momento de su domesticación se produjo una mutación sorprendente: árboles hembras con la capacidad de producir frutos dulces y grandes sin polinización, higueras que no dependen de la avispa para producir higos sabrosos (fenómeno conocido como partenocarpia). Estas higueras mutantes fueron seleccionadas por el tamaño y dulzura de sus frutos y propagadas vegetativamente por todo el área mediterránea.
Sin embargo, algunas variedades todavía necesitan la polinización para el desarrollo de los higos, son las higueras tipo Esmirna. Los horticultores de estas higueras las polinizan de manera artificial, por un curioso método muy antiguo llamado caprificación, ya conocido desde los tiempos griegos y romanos o antes. Para fertilizar estas higueras, se recolectan ramas con siconos maduros de cabrahígos (nombre de las higueras silvestres) machos con las avispas en su interior, se llevan a la plantación de higueras (hembras) y se cuelgan al lado de los siconos jóvenes para que las avispas entren en ellos y los polinicen. Se dice que estos higos son de una calidad maravillosa.
Maestra de Dulzura
Sin duda, la higuera, como todos los árboles, como toda la naturaleza, puede inspirarnos a los humanos determinadas enseñanzas profundas sobre la vida. Conocerla como árbol terrenal nos revela su genio peculiar, su mensaje escondido, la metáfora de la cualidad en la que sobresale.
La higuera destaca por su generosidad, exige poco y da mucho; y por su fecundidad, da abundantes frutos y prospera felizmente en cualquier sitio. Es fácil imaginar que para los antiguos pueblos del Mediterráneo fuera un símbolo de abundancia y bienestar. Con este simbolismo aparece varias veces en la Biblia, además de cubriendo con sus grandes hojas la desnudez de Adán y Eva (Libro del Génesis).
Para mí, por encima de todo, la higuera representa la dulzura, una actitud que admiro. La dulzura de carácter entraña la suavidad en el trato con los demás, la afabilidad natural, la palabra cariñosa, el gesto apacible, la actitud complaciente, el estar gustoso. Si no hemos nacido con tal talento, podemos desarrollarlo con nuestro empeño.
En El Jardín Simbólico, un texto griego bizantino del siglo XI, muy novedoso dentro de la historia del simbolismo de las plantas, el anónimo autor expone la interpretación simbólica de doce plantas mediterráneas, entre las que incluye a la higuera. Cada una de ellas representa una virtud.
Es una obra muy original en la que el autor, basándose en textos de las Sagradas Escrituras y de botánica y farmacología de su tiempo, explica de cada planta detalles botánicos y medicinales, y recomienda maneras de cultivar cada virtud en el jardín interior del lector.
Entre las plantas que el poeta místico eligió y alegorizó aparecen la vid de la Alegría espiritual; el granado de la Valentía; o la palmera de la Justicia. En la higuera encontró inspiración para cultivar la Dulzura del corazón.
De la higuera o de la Dulzura
A continuación del parterre de los lirios, ha venido a florecer la higuera, ofreciéndonos el modelo de la amenidad y la dulzura. En efecto, aquel que no tiene preocupación alguna por las riquezas, por las cuales los hombres se agitan, ¿por qué iba a temer la rabia de su corazón?
He aquí el aspecto exterior de la higuera: completamente roma, no presenta espinas, no se ve prolongada por delgados aguijones; tiene amplias hojas. Su follaje ofrece una disposición feliz. Su fruto se mantiene derecho. Muy poco le falta para decir al paseante: Ven a sentarte bajo mis hojas.
Así es también la virtud de la dulzura y la amenidad. Jamás lanza una palabra hiriente, sino que posee una lengua ancha y cortés. Pues abre su corazón a aquellos que la atacan y no lo mantiene nunca cerrado.
La savia de la higuera vertida en leche cuaja a ésta. Del mismo modo, el lenguaje de la dulzura afirma en el amor a aquellos que quieren llegar lejos en su camino, sirviéndoles de savia por todas parte el lenguaje de la concordia.
El fruto de la higuera, antes de su maduración, cocido al fuego y aplicado al cataplasma, cura las escrófulas. Igualmente la virtud de la dulzura, aplicada cálidamente, elimina desde el momento de su intervención, cuanto de crueldad devoradora, ardor belicoso y aspiración guerrera hay en los sentimientos del corazón. Cuando ya está bien maduro, el fruto alivia grandemente a los nefríticos. Del mismo modo la virtud de la perfecta dulzura puede eliminar el veneno escondido en los riñones: porque a los riñones se les llama los órganos de la cólera.
Diez siglos más tarde, en el otro extremo del Mediterráneo, en Moguer, Huelva, donde el viejo mar se une al impetuoso Atlántico, otro poeta, Juan Ramón Jiménez, narró la magia de las higueras cuando se va a por brevas.
Fue el alba neblinosa y cruda, buena para las brevas, y, con las seis, nos fuimos a comerlas a la Rica.
Aún, bajo las grandes higueras centenarias, cuyos troncos grises enlazaban en la sombra fría como bajo una falda, sus muslos opulentos, dormitaba la noche; y las anchas hojas – que se pusieron Adán y Eva – atesoraban un fino tejido de perlillas de rocío que empalidecía su blanda verdura. Desde allí dentro se veía, entre la baja esmeralda viciosa, la aurora que rosaba, más viva cada vez, los velos incoloros del Oriente.
Vayamos a sentarnos bajo sus hojas, hartémonos de brevas e higos. Quizás así nuestras palabras se vuelvan más dulces, y nosotros más amenos, gustosos y pacíficos.
Escrito por Rosa, jueves 28 de julio de 2016
Fuentes
Julie O’ Hara: Perfection Is A Fresh Fig. National Public Radio. 2008.
Kislev y otros: Early domesticated fig in the Jordan Valley. Science. 02 Jun 2006.
FAOSTAT. Producción mundial de higos en 2012.
Cristina Amanda. Los nudos de blanca. Blog Territorio Ibiza.
Font Quer, P. Plantas Medicinales: El Dioscórides Renovado. Editorial Labor. 1985. Pág 121.
El Jardín Simbólico. Texto griego anónimo extraído del Clarkianus XI por Margaret H. Thomson (1960). Traducción de Ramón Martínez y Mª Ángeles López. Barcelona. José J. de Olañeta, editor. 1984. Pág. 36-37.
Juan Ramón Jiménez (1917). Platero y yo. IX: Las Brevas. Editorial Austral. Barcelona, 2013. Pág. 73-74.
Otros enlaces
Árboles singulares de las Islas Baleares: Higueras.
Perfumes de higuera. Blog Tocador de Dorothy.
Otras higueras en este blog:
La higuera gigante que vino de Australia
Ficus obscura en el Botánico de Valencia

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