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Sanar con árboles

Los árboles están constantemente contribuyendo a nuestro bienestar de muchas maneras, siempre silenciosas e invisibles. Un beneficio importante y no bastante valorado es que ayudan a mejorar nuestra salud. Por un lado, los llamados “árboles medicinas” aportan materias primas para elaborar remedios y fármacos. Por otro, los árboles, en general, ejercen un efecto sanador para el cuerpo, la mente y el espíritu si nos exponemos a sus saludables influjos paseando por lugares con árboles frondosos, efecto conocido como “terapia del bosque”.

La celebración del evento Jane’s Walk 2015 (1), en mayo, me dio la oportunidad de explorar el potencial sanador de los árboles con un grupo de personas en un paseo por un parque urbano. La experiencia desarrollada en el Parque de María Luisa (Sevilla) fue una vivencia muy enriquecedora. El éxito de asistencia me ha confirmado el interés creciente que existe por reconectar con los árboles y ahondar en sus múltiples beneficios.

1_Taxodium_Becquer-2

La propuesta de un paseo para conocer el efecto sanador de los árboles está inspirada y basada en corrientes actuales de pensamientos. Que caminar entre árboles sea saludable no es algo nuevo, pero existen estudios e investigaciones recientes que apoyan de un modo científico la necesidad de concebir el contacto con la naturaleza, en general, y con los árboles, en particular, como una verdadera medicina y una forma sana de vivir.

Japón está en la vanguardia de este planteamiento. Desde los años 80 del pasado siglo, los médicos recetan paseos de dos horas por bosques a ciudadanos de grandes urbes afectados de estrés y otras dolencias habituales de la vida de hoy. Los paseos se denominan “Shinrin-yoku” o “baños de aire del bosque”, y sus efectos están siendo evaluados por inmunólogos, neurólogos y fisiólogos. Los resultados son concluyentes: tras dos horas de paseo por un bosque disminuye la hormona del estrés (cortisol), aumenta la concentración de linfocitos y proteínas anti cáncer; y la actividad cerebral se desplaza a áreas del cerebro relacionadas con la emoción, el placer y la empatía (Ver post sobre shinrin-yoku en este blog).

En EEUU, el periodista Richard Louv publicó en 2005 la obra El último niño en el bosque: salvando a nuestros hijos del Desorden por el Déficit de Naturaleza (2), que está teniendo gran impacto. La tesis de Louv, elaborada tras un estudio de más diez años entrevistando a familias rurales y urbanas de todo EEUU, es bien simple: muchos seres humanos actuales no tienen suficiente contacto con la naturaleza y ese déficit contribuye a alimentar problemas físicos y emocionales. A esa falta crónica de contacto con la naturaleza la llama “Desorden por Déficit de Naturaleza”. Para Louv este trastorno se detecta a nivel de los individuos (niños y adultos), las familias y las comunidades. ¿Y por qué sucede esto? Los neurólogos destacan que los humanos hemos evolucionado en la naturaleza, en el bosque, por tanto es dónde nos sentimos más a gusto. Nuestras funciones fisiológicas y psicológicas son el resultado de un largo proceso de adaptación a las condiciones naturales; no podemos asimilar las rápidas transformaciones que ha conocido nuestra forma de vida últimamente, con el paso de una sociedad rural a otra altamente urbanizada. El cerebro humano no está preparado para procesar el exceso de estimulación que implica tales cambios. Es lógico que la vida artificial moderna nos produzca estrés y ansiedad.

Descubriendo los árboles sanadores

Para tomar lo que en Japón llaman un “baño de bosque”, no hace falta ir a un parque natural distante. Los parques urbanos pueden ser lugares igual de propicios si albergan árboles grandes y viejos.  Así que el primer requisito sería disponer de un espacio arbolado y con senderos que faciliten la exposición a árboles maduros.

Ese es el caso del Parque de María Luisa, en Sevilla, donde llevamos a cabo nuestra experiencia. El espacio fue diseñado como jardín privado de una familia aristocrática alrededor de 1860 y luego pasó a ser parque público y fue remodelado en torno a 1914, pero conservando parte de la floresta inicial, de modo que contiene algunos árboles de más de 150 años. Para la intención del paseo, el diseño antiguo es muy apropiado pues mantiene parte del jardín romántico original, de sendas sinuosas, sin parterres, con aire descuidado imitando al caos de la naturaleza y terrenos diáfanos de césped salpicados de grandes ejemplares arbóreos. También aportan valores al paseo sanador las zonas diseñadas posteriormente, siguiendo el estilo del jardín árabe, con fuentes y estanques.

10_Ginkgo_árbolEl trazado del paseo contribuye también a su resultado. En el Parque de María Luisa traté de facilitar el contacto con ejemplares viejos y hermosos de diversas especies en una variedad de ambientes. Ver un árbol grande, bien desarrollado, manifestando toda la grandeza y belleza que es capaz de alcanzar es emocionante. Eso ocurrió en nuestro paseo al descubrir magníficos ejemplares de especies comunes como el plátano de sombra, el ciprés calvo, el olmo, el almez, el eucalipto rojo, el ciprés mediterráneo o las palmeras. También impresiona ver por primera vez especies menos frecuente y conmoverse ante su belleza nueva, así sucedió con la araucaria de Australia, el ginkgo, el tilo europeo, el árbol del fuego o el baniano australiano (3). Cada parque tiene sus tesoros arbóreos por descubrir.

Además de disponer de buenos ejemplares de árboles, el otro indispensable requisito para que pasear entre árboles sea sanador, es el modo en que se realiza el recorrido. Basándome en las indicaciones de los médicos japoneses, expertos en esta nueva disciplina, en nuestro paseo se siguieron tres pautas: caminar de forma sosegada, respirar conscientemente el aire del bosque y exponer los cinco sentidos al ambiente que se atraviesa.  La conciencia es clave para la experiencia, que los paseantes enfoquen la atención en la quietud interior, en la respiración, en las sensaciones, y también en la contemplación del árbol.

El aire del bosque

El poder terapéutico de los árboles se debe en gran parte a la calidad del aire que ellos generan. Hay una gran diferencia entre el aire que respiramos en una avenida atestada de vehículos y el que se respira en el corazón de un parque amurallado de elevados árboles cargados de hojas, esos órganos vegetales diseñados para el intercambio de gases. En ese rincón verde de la ciudad, el aire es más oxigenado; es más limpio, porque los árboles retiran de la atmósfera dióxido de carbono, gases nocivos y partículas dañinas; es más saludable, porque contiene compuestos orgánicos volátiles (se conocen como COV) que los árboles emiten; y es más fresco y húmedo, por la sombra de los árboles que además reducen la pérdida y evaporación de agua.

Entre todos esos aspectos de la calidad del aire, los compuestos volátiles son de gran valor curativo. Esos compuestos son los principales responsables del efecto beneficioso sobre el sistema inmunológico. En Japón, se han realizado experimentos con diversos compuestos aromáticos naturales, como pinenos, limonenos, cedrol o isoprenos, demostrándose en algunos de ellos su efecto antimicrobiano y supresor de tumores. De hecho, con estos compuestos volátiles se elaboran los aceites esenciales que se usan en aromaterapia y medicina holística.

Para que realmente nos beneficie el reparador y salutífero aire del parque, tenemos que exponer nuestro sistema respiratorio a la entrada de ese aire, respirar de manera que el aire llegue al fondo de los pulmones y distribuya con la mayor eficiencia su rico cargamento por todo el organismo. El estrés permanente de la vida actual provoca que nos habituemos a respirar a la mitad o menos de nuestra capacidad pulmonar. Respirar bien es un arte que mejora considerablemente la calidad de nuestra vida, como llevan siglos alertando los yoguis indios. Durante el paseo es recomendable que nuestra respiración sea natural, libre, armoniosa y consciente.

Los cinco sentidos

Una de las consecuencias del Déficit de Naturaleza es lo poco que hoy día ejercitamos y valoramos los sentidos. Pasamos tantas horas observando pantallas, bien sea de móvil, tableta, ordenador o televisión, que no nos quedan resquicios de tiempo para atender lo que nos rodea y conectar con el mundo circundante a través de los sentidos. Según un informe de 2014, la tendencia a estar todo el día mirando una pantalla ocurre en cualquier rincón del mundo; en España pasamos casi 6,6 horas mirando sobre todo el móvil, algo parecido ocurre en México, mientras en China el promedio es de casi 8 horas. Estos datos evidencian el enorme tiempo que le dedicamos en exclusividad al sentido de la vista, o habría que decir al sentido de “la vista de pantallas”.

Caminar entre árboles es una oportunidad para detener ese ritmo y dedicarle un tiempo a percibir los elementos de la naturaleza circundante. Algo que, como insiste Richard Louv, nos reconforta y equilibra porque lo necesitamos para estar de verdad sanos.

En el paseo por el parque sevillano, encontramos bastantes ocasiones para el disfrute visual. La sola visión del verdor del entorno bajo la luz primaveral resultaba un alivio para los ojos. Cambiando la dirección de la mirada hacia arriba, las copas verdes extendidas hacia el azul del cielo brindaban una sensación de expansión. En la rica paleta de verdes, distinguimos el verde vivo de las hojas nuevas de plátanos, almeces, olmos y otros árboles caducifolios, una imagen que contagia alegría y vitalidad. La parada en la Glorieta de los Lotos, un estanque amplio rodeado de una pared de árboles grandes, permitió descansar la vista en un horizonte verde vivo que transmitía sosiego y alegría en contraposición al no tan estimulante horizonte edificado que suele rodearnos.

Una manera más íntima de contactar con los árboles es cerrando los ojos y palpando, por ejemplo, las cortezas de los troncos. Dice Caballero Bonald en su poema en prosa “Apenas sensitivo”: Tocar un árbol, recorrerlo, intuir lo que ocurre en su interior, equivale a aceptar que cualquier inventario apenas sensitivo de los árboles circundantes supone juntamente el árbol de la vida (4). Las sugerentes palabras del poeta inspiran a las manos a intuir la vida única que palpita en todos los árboles. Tocar las formas y texturas que el paseo invita ensancha el horizonte interior. En nuestra ruta pudimos acariciar la suave corteza del almez, sentir el tronco descamado del plátano, seguir los surcos profundos del olmo o rodear el desmesurado tronco de un eucalipto rojo .

El mundo invisible del bosque está poblado de aromas. Los árboles, las plantas, constantemente están emitiendo compuestos aromáticos. Según investigaciones recientes, esas sustancias constituyen un rico lenguaje con el que las plantas se comunican, es un verdadero código de mensajes; los hay de alerta, de defensa, de atracción para los insectos y, así, una gran variedad de mensajes para una diversidad de fines. La gama de olores es amplia, desde olores intensos de algunas flores a otros más sutiles de hojas o maderas. En el paseo del Parque de María Luisa recorrimos territorios aromatizados por las hojas de mirtos, naranjos y eucaliptos, cada uno con su carga curativa. Un jardín es una atmósfera fragante para disfrutar de la belleza aromática y dejarse impregnar de su riqueza balsámica.

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El efecto sanador del paseo es mayor si acallamos el parloteo constante de nuestra mente y permitimos que los sonidos del bosque suenen. En el Parque de María Luisa, el viento se dejaba oír, a veces moviendo las grandes hojas de las altas palmeras, otras, las pequeñas de los almeces. La voces de distintos pájaros con sus diferentes notas irrumpían en el camino para callar poco después. Hubo ocasión para oír el gorjeo grave de un mirlo, el arrullo vibrante de la tórtola, el canto metálico del carbonero, el canto vivaz del verderón, los graznidos de pavos reales o los gritos ruidosos de cotorras de Kramer. El agua de las fuentes con su voz cristalina también acompañó tramos de nuestro paseo, refrescándonos con su incesante fluir y cantar.

La percepción sensorial es completa si también se degusta una infusión de plantas del bosque. Saborear una infusión es otro modo de recibir las bendiciones terapéuticas de las plantas. En nuestro paseo, paramos bajo un tilo a tomar una mezcla de tila y flor de azahar, ambas de efecto relajante, junto con hojas de ginkgo.

La contemplación del árbol

12_FicusEl simple hecho de contemplar un buen árbol ayuda a sanarnos emocional y espiritualmente, debido a que  el árbol es una figura simbólica de grandes significados arraigada en la conciencia colectiva. En el árbol los seres humanos hemos visto el símbolo de la vida, la agrupación de los cuatro elementos de la naturaleza, la unión entre el cielo y la tierra, la semejanza con nosotros mismos, y el maestro que enseña la verdad de la vida. Por esa razón, la contemplación de un árbol maduro, bien enraizado, con tronco firme y copa abierta al cielo, nos inspira paz, sosiego, equilibrio y bienestar.

En un paseo, los árboles más esplendorosos ayudan a conectar con esa figura mítica y nos reconcilian con lo que somos.

En el Parque de María Luisa, comenzamos el paseo junto a al ciprés calvo de majestuosa presencia, elegido para el monumento al poeta romántico sevillano Gustavo Adolfo Bécquer; un ejemplar de más de 150 años, que infunde asombro y respeto como un árbol sagrado, a la vez que transmite sensaciones de cobijo y protección como un árbol madre. Al final del itinerario,  le dedicamos unos momentos a contemplar una magnífica higuera australiana, de porte armonioso y poderoso capaz de inspirar esa plenitud del árbol como símbolo de la vida.

Epílogo

Padecemos muchas dolencias, malestares y sufrimientos causados por nuestra forma de vivir y de pensar. Los árboles están ahí, a nuestro alcance en el bosque o el parque, para reconfortarnos y aliviarnos esos padecimientos. Volvamos a restablecer el contacto sanador con ellos.

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Notas
1. Jane’s Walks es un evento que se celebra anualmente en diversas ciudades del mundo. Consiste en organizar paseos guiados voluntarios por la ciudad. Se realizan en honor de la periodista y activista americana ya fallecida Jane Jacob, que luchó por la mejora de la vida en el espacio urbano. En el paseo por el Parque de María Luisa de 2015 colaboró el médico del deporte Eliseo Monsalvete, interesado en esta terapia.
2. Richard Louv. Last Child in the Woods: Saving Our Children from Nature-Deficit Disorder. Algonquin Books of Chapel Hill. New York, 2006. No existe edición traducida al castellano.
3. Algunos árboles del Parque de María Luisa que se vieron en el paseo fueron: araucaria (Araucaria cunninghamii); almez (Celtis australis); ciprés mediterráneo (Cupressus sempervirens); ciprés calvo (Taxodium distichum); eucalipto rojo (Eucalyptus camaldulensis); ginkgo (Ginkgo biloba); grevillea o árbol del fuego (Grevillea robusta); higuera australiana (Ficus macrophylla); olmo (Ulmus minor); palmera excelsa (Trachycarpus fortunei); plátano de sombra (Platanus orientalis y Platanus hispanica); o tilo común (Tilia platyphyllos).
Un inventario completo de los árboles del Parque de María Luisa fue compilado en la obra:
R.Cintas, J.Cruz, A. Furest, M. Librero y P. Martín de Agar. Árboles del Parque de María Luisa (Sevilla). Junta de Andalucía y Ayuntamiento de Sevilla. Sevilla, 1981.
4.  J.M. Caballero Bonald . Desaprendizajes. Seix Barral. 2015. Barcelona.

Escrito por Rosa, jueves 11 de junio de 2015.

Enlaces
Paseo de Janes Walk 2015 en el Parque María Luisa de Sevilla.
Reseña de Informe sobre el tiempo que pasamos mirando pantallas.

Entradas de este blog con temas relacionados:
Sobre efectos sanadores: el bosque medicina; el árbol medicina Nim.
Sobre sonidos, colores, aromas y sombras de los árboles.
Sobre algunas especies singulares: Ginkgo; Higuera australiana; Araucaria de AustraliaCiprés mediterráneo.
Sobre la contemplación del árbol.

La sombra del ciprés

En un pequeño pueblo de la vieja China, a orillas del río Yangtsé, vivía un comerciante de especias llamado Li, conocido por su mal carácter y su falta de generosidad. Además de la tienda de especias, poseía una casa junto a la carretera del pueblo que compartía con su esposa y dos fieros perros. Fuera de la casa, en el borde de la carretera, se alzaba un ciprés grande y viejo que, según decía Li, había sido plantado por su bisabuelo. El espléndido árbol protegía del sol a la casa todo el año y en las cálidas tardes de verano daba una estupenda sombra a la sala de estar; el comerciante estaba orgulloso de él.

Un día al salir de casa, Li encontró a un andrajoso vendedor ambulante dormitando bajo el gran ciprés y se enfadó tanto que zarandeó al hombre y lo amenazó con echarle a sus perros si no se marchaba enseguida. El buhonero, que creía que los árboles eran de todo el mundo, y desconcertado por el brusco despertar, se defendió replicando que el ciprés estaba en espacio público. Pero Li, aun admitiéndolo, le gritó que el árbol era suyo y que nadie más que él podía disfrutarlo. Ante el aspecto feroz de los perros el vendedor ambulante recogió sus cosas y se alejó maldiciendo.

Unos días más tarde el buhonero pasó otra vez por allí y se detuvo un momento junto al ciprés recordando el humillante episodio. Entonces el árbol le susurró algo al oído, cosa que le sorprendió y le agradó pues se marchó con semblante complacido. Un tiempo después, cuando Li volvía de su tienda se encontró de nuevo al andrajoso vendedor durmiendo bajo el gran ciprés. El comerciante de especias, enojadísimo, volvió a echarlo de allí. Pero esta vez el buhonero tenía una propuesta que hacerle: quería comprar la sombra de su árbol por nada menos que veinticinco monedas de oro. Li nunca había oído que nadie hubiera comprado antes la sombra de un árbol pero movido por su codicia en seguida aceptó y cerraron el trato, no sin antes registrarlo por escrito ante un notario. Li se sentía muy contento con su dinero, y el vendedor ambulante muy feliz con la sombra del ciprés.

Detalle de la ilustración de Helen Cann.

Detalle de la ilustración de Helen Cann.

A partir de ese momento, el buhonero venía todos los días a disfrutar de la sombra del árbol. Un día muy caluroso de verano vino acompañado de unos amigos con ropas andrajosas como las suyas, y se pusieron a jugar a las cartas bajo el árbol. Por la tarde, la sombra del ciprés se proyectó sobre la sala de estar de la casa de Li y en ella se metieron los hombres a seguir su partida de cartas. Al verlos tan campantes en su salón, la mujer del comerciante rápidamente mandó llamar a su marido a la tienda. Cuando Li llegó se puso hecho una furia y trató de echarlos de la casa acusándolos de granujas. Entonces el mercader ambulante sacó el contrato de compra-venta y le recordó que la sombra del árbol era suya, estuviera donde estuviera. Mientras defendía su derecho a la sombra, los amigos contenían las risas. Li, con la rabia quemándole el pecho, fue a ver al notario y este le confirmó que el buhonero tenía toda la razón según rezaba en el contrato firmado.

Entonces el desesperado comerciante de especias volvió a la casa y le propuso al buhonero comprar la sombra del árbol por cincuenta monedas de oro. Pero este le pidió doscientas. Li consideró el precio un robo y se enfureció aún más de lo que ya estaba, pero a pesar de ello sacó una bolsa de su bolsillo y le dio las doscientas monedas para librarse definitivamente del fastidioso buhonero.

El vendedor ambulante montó una casa de té con el dinero de la sombra del ciprés y le fue muy bien el resto de su vida. Li, sin embargo, se arruinó y su mujer le abandonó; se quedó solo, con la única compañía de sus perros. Pero nunca más se opuso a que alguien disfrutara de la sombra del ciprés.

Este cuento chino lo encontré entre las Historias de Árboles Mágicos de todo el Mundo*; trata sobre el beneficio de la sombra de los árboles, uno de los regalos más comunes, aprovechados y apreciados de cuantos nos dan esos amables gigantes. En una entrada anterior del blog, titulada Buena Sombra, exploré el sugerente tema de la sombra de los árboles desde diferentes perspectivas y lo continúo ahora con este ingenioso cuento.

La sombra del ciprés es una historia realista, aparentemente. Narra el conflicto entre dos hombres por la propiedad y el disfrute de la sombra de un árbol. Sin embargo, introduce lo fantástico aunque de una forma tan sutil que apenas es perceptible: el árbol susurra una idea (ocultada al lector) al oído del vendedor ambulante ofendido. Es un pequeño momento mágico en un argumento realista pero de total trascendencia en los hechos. El buhonero, imaginamos que siguiendo el plan sugerido por el viejo ciprés, burla al comerciante de especias motivando su codicia. El genio del árbol parece castigar así al comerciante por impedir disfrutar de su sombra a los demás, esa sombra que tan generosamente y sin distinción brindan los árboles a todas las criaturas vivientes. En verdad es un duro castigo para el egoísta comerciante de especias pero le sirve de escarmiento y ya nunca prohíbe a nadie refugiarse en la fresca sombra del árbol. El gran ciprés del cuento consigue su objetivo, que su provechosa sombra sea disfrutada por todos. Y a nosotros los lectores nos enseña una moraleja: que la sombra de un árbol no tiene precio.

El cuento del ciprés sin duda se presta a otras lecturas. Rina Singh, la redactora del libro, afirma que este cuento trata de la creencia universal en que los árboles pertenecen a todo el mundo. Quienes amamos a los árboles y a toda la naturaleza desde luego lo sentimos así. Pero existe la propiedad privada y los sentimientos de dominio y posesión de la naturaleza. En el cuento chino se presenta de forma explícita que el buhonero “creía que los árboles pertenecían a todos“ y también que el ciprés al estar en una carretera, en un espacio público, era de dominio de todos los transeúntes. En un viaje a Finlandia me enteré que en ese país, aun existiendo la propiedad privada, todos sus habitantes tienen derecho a disfrutar de los beneficios naturales de los bosques, siempre sin molestar a los propietarios, y pueden libremente, por ejemplo, dar un paseo, acampar o recoger arándanos silvestres. Me pareció admirable. Pero esa es otra historia.

Los cuentos, la literatura y el arte, revelan lo invisible, la esencia, la magia de los árboles. Una manera de convocar esa magia bien podría ser leer este cuento a la sombra de un ciprés, quizás nos susurre algo maravilloso al oído.

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* Este texto es una versión abreviada del cuento El Ciprés adaptado por Rina Singh y basado en Tales from Old China de Isabelle Chin Chang (Norton, Nueva York, 1969). Está incluido en el libro El Bosque de Cuentos. Historias de Árboles Mágicos de todo el Mundo, traducido del inglés por Fina Marfà y editado por Intermón Oxfam ediciones, en Barcelona, 2007, con ilustraciones de Helen Cann.

Escrito por Rosa, jueves 28 de agosto de 2014.


El Bosque de Cuentos
en la editorial Intermón-Oxfam.
Entrada sobre la Buena Sombra, en este blog.
Entrada sobre la web de cuentos El espíritu de los árboles, en este blog.

La Ciudad Perfumada

Todos los días tenemos la oportunidad de presenciar fenómenos fascinantes pero nuestro ritmo acelerado de vida los mantiene fuera del foco de atención. Un atardecer majestuoso, unas nubes espectaculares o un abrazo inmenso pueden ser motivo de admiración.  Y admirar lo extraordinario que surge de lo cotidiano siempre gratifica y enriquece, porque nos sitúa en el momento presente y nos conecta a lo que nos rodea.

Tengo la suerte de vivir en una ciudad que cada primavera brinda una experiencia olfativa soberbia proporcionada por árboles: la floración perfumada del naranjo amargo (Citrus aurantium). El acontecimiento sensorial reside en la emanación masiva del aroma de azahar por los 48.000 naranjos que florecen a la vez en patios, calles, plazas y jardines de Sevilla. La nube aromática, invisible pero intensamente odorable, impregna el aire por unos días y constituye uno de esos hechos extraordinarios en los que merece la pena detener nuestro ajetreo, para dedicarle un tiempo a admirarlo y disfrutarlo en toda su plenitud.

La floración masiva de árboles es un fenómeno natural muy apreciado por su vistosidad. Los cerezos en flor son objeto de contemplación muy antigua en Japón y más reciente en el Valle del Jerte español.  A la gracia y belleza de sus flores blancas, el naranjo amargo une el intenso y agradable aroma. Por ser un árbol de fácil aclimatación y cultivo ha sido plantado con éxito en diversas regiones del mundo a partir de su lugar de origen en el Sur de Asia. Hay muchas ciudades en España y en todo el orbe que probablemente comparten este espectáculo olfativo del naranjo en flor; sin embargo, Sevilla parece ser la ciudad que acoge más árboles de este tipo. El trazado estrecho de las calles antiguas y la abundancia de plazoletas con poco espacio vital para árboles grandes hacen del naranjo un árbol idóneo por su porte mediano. Además suma el atractivo de las flores, hojas y frutos y la calidad de la mermelada que se obtiene de las naranjas, por lo que el naranjo amargo ha resultado ser el árbol ideal para Sevilla y de hecho es, hoy en día, el árbol más representativo de la ciudad.  Tal es así que da nombre a la variedad “Sevilla” de naranja.

AzaharLa flor del naranjo amargo, que protagoniza esta entrada, inicia su vida como capullo blanco y en unos veinte días abre los pétalos y muestra su característica y hermosa corola estrellada. En ese instante comienza a aromar el aire y toda la urbe se impregna de su fragancia. Las sustancias volátiles desprendidas de miles de flores se difunden por las calles y plazas y el aire se vuelve azahar.

Oler es un proceso involuntario. Las sensaciones olfativas van desde la nariz al cerebro por una vía corta y rápida, y llegan al centro de las emociones y de la memoria. Por eso, los olores nos evocan recuerdos de personas, momentos y lugares, también sensaciones de vivencias pasadas y estados de ánimo. Entran directo al alma.

Sentir el aroma del azahar es respirar su belleza. Ajeno a la voluntad, penetra y conmueve. Nos lleva durante unos instantes al territorio del éxtasis, de lo inenarrable. Juan Ramón Jiménez, en Platero y yo, lo expresa con su prosa poética: “De vez en cuando, miraba con infinita nostalgia, por una lona rota que, trémula en el aire, me parecía la vela de un bote de la Ribera, un naranjo sano que el sol puro de fuera aromaba el aire con su carga blanca de azahar… ¡Qué bien -perfumaba mi alma- ser naranjo en flor, ser viento puro, ser sol alto!”.

La irrupción del azahar en la ciudad sucede entre marzo y abril y es silenciosa. Suele coincidir con las Fiestas Primaverales de Sevilla, principalmente con la Semana Santa, en la que sevillanos y turistas inundan las calles del centro histórico con la bulliciosa algarabía de voces y los continuos acordes de bandas procesionales de música. Pero los miles de naranjos humean su esencia volátil en silencio.  En el libro Viaje al Silencio, Sara Maitland escribe: “En nuestra cultura obsesionada por el ruido, es muy fácil olvidar que muchas de las principales fuerzas físicas de las que dependemos son silenciosas: la gravedad, la electricidad, la luz, las mareas, el movimiento invisible e inaudible del cosmos. (…). El crecimiento orgánico también es silencioso. Las células se dividen, la savia fluye, las bacterias se multiplican, la energía recorre la tierra, y todo sin un murmullo. «La fuerza que con su mecha verde impulsa a la flor»(*) es una fuerza silenciosa”.

Agua-Azahar-La-Giralda

El naranjo amargo no produce naranjas sabrosas pero sí las flores más grandes y blancas y de aroma más intenso que ningún otro cítrico. Son las preferidas para obtener las esencias y fabricar el Agua de Azahar, que se ha usado como remedio medicinal desde hace cientos de años para calmar nervios y mejorar cólicos y desmayos, además de para componer perfumes y aromar dulces. El árbol del naranjo, a diferencia de los grandes árboles, no es elogiable por la magnitud de su porte sino por un ramillete de cualidades, la más etérea su fragancia, y muestra con ello una “fuerza verde” admirable que debemos agradecerle.

Los azahares aroman cada primavera siguiendo el ciclo natural del naranjo; algo repetido y previsible. Pero no hay que descuidarse y perder la magia de ese momento por lo ocupado de nuestra agenda cotidiana. Algo me dice que conviene detenerse y dedicarle un tiempo de silencio a recibir al azahar, inhalarlo con plena consciencia y dejar que nos perfume el alma.

Escrito por Rosa, jueves 9 de mayo 2013

(*) Verso de Dylan Thomas (18 Poemas, 1934).

Monarca del Parque

Desde lejos, mirando hacia el Sur se divisa su silueta erguida, oscura, que sobresale por encima de las copas de los demás árboles del Parque.
Araucaria_silueta_abril_cielo-azulUna vez dentro del Parque no es fácil encontrarlo. Se descubre rodeando uno de los estanques y mirando a través de un claro en el dosel arbolado. Desde esa media distancia se aprecia su hermosa copa recta, vertical, que parece rivalizar en altura y elegancia con una torre cercana.

Araucaria y torreAún hay que sortear un gran ficus (Ficus macrophylla) para llegar al fin a la base de su gran tronco, que mide algo más de 3 metros de perímetro. Un cartel nos explica que se trata de una araucaria australiana (Araucaria cunninghamii). Visto desde abajo, asombra su impresionante tronco recto de más de 30 m de alto. En las ramas más bajas se pueden ver sus características hojas pequeñas, en forma de escamas agudas, imbricadas alrededor de las ramillas. La corteza del tronco es gris oscura, rugosa, con bandas circulares y tendencia a exfoliarse.

¿Cómo ha llegado hasta aquí esta araucaria australiana, tan lejos de su país de origen? Como cualquier ser vivo su existencia es el resultado de una larga historia evolutiva y de una serie de contingencias y casualidades.

Su azarosa historia comienza hace unos 160 años cuando un príncipe francés (Antonio de Orleans) tiene que huir de París en 1848 al instaurase en Francia la República. Como se había casado con una infanta española (María Luisa Borbón), acaba recalando en Sevilla donde los duques de Montpensier compran una magnífica mansión barroca, el Palacio de San Telmo. Deciden comprar además unos terrenos de huertas aledaños para crear un gran jardín acorde a la magnificencia del palacio. Posiblemente fuese Lecolant, el paisajista francés que trabajaba para los duques, quien seleccionó a esta araucaria australiana junto con otros árboles exóticos para poblar el jardín palaciego de estilo romántico. Hacia finales de siglo XIX (1893) la duquesa, viuda, donó los jardines del palacio a la ciudad de Sevilla. Desde entonces la araucaria forma parte del Parque de María Luisa, nombrado así en recuerdo de la duquesa, y puede ser admirada y disfrutada por todos los sevillanos.

Años más tarde, ya en el siglo XX, otro paisajista francés, Jean Claude Nicolás Forestier, recibe el encargo de reformar el Parque y diseñar las zonas ajardinadas para la Exposición Iberoamericana de 1929. Con buen criterio, decide respetar los árboles antiguos del jardín de los duques y permite que algunas zonas del Parque conserven su estilo romántico de arboledas densas e irregulares. También por la misma época, la araucaria vio alzarse en su proximidad la torre norte de la Plaza de España, diseñada por Aníbal González con estilo regionalista de ladrillo visto y cerámica. La esbelta y vistosa torre de 74,10 metros, junto a su compañera la torre sur, con el tiempo se han convertido en uno de los emblemas arquitectónicos de la ciudad, llamando la atención del visitante. En la pugna por alcanzar la máxima altura, la araucaria, a pesar de su porte vegetal sobresaliente, ha quedado empequeñecida por la estructura artificial de la torre y parece invisible cuando desde lejos se contempla la línea que recorta el cielo.

Lámina de 1870 en Flora Japonica, by Philipp Franz von Siebold and Joseph Gerhard Zuccarini.

Lámina de 1870 en Flora Japonica, por Philipp Franz von Siebold y Joseph Gerhard Zuccarini.

La historia de su origen nos lleva a Australia, unos años antes de la precipitada huida del príncipe francés y la creación del jardín. En septiembre de 1824, Allan Cunningham, quien entonces tenía 33 años, viajaba en una expedición por la costa como «Botánico del Rey» (a la sazón Jorge IV de Inglaterra), enviado a Nueva Gales para colectar plantas para los Jardines Reales de Kew. En el bergantín Amity (Amistad) viajaban unas 70 personas (entre soldados, exploradores, convictos y sus familias), a la búsqueda de un lugar idóneo para emplazar una nueva colonia penal. Recalaron en la bahía Moreton, desde donde Cunningham remontó el río Brisbane en una patrulla de reconocimiento. En su diario escribió: «hemos sido gratificado con una vista lejana del Pino; inmediatamente nos acercamos a uno de estructura magnífica, el Monarca de estos bosques. Era un árbol adulto, sano, con más de 37 metros de altura. Fue totalmente imposible no parar unos momentos para admirar este noble árbol». En otro viaje posterior volvió por los mismos lugares «donde crecen esos árboles impresionantes, los monarcas de estos bosques, la nueva Araucaria». Le llamó «pino de Brisbane» y recogió varias muestras para enviarlas a Kew; más tarde la especie botánica fue descrita y nombrada en su honor como Araucaria cunninghamii.

Tronco de la araucaria con las bandas paralelas y exfoliaciones.

Tronco de la araucaria con las bandas paralelas y exfoliaciones.

Desde el principio, los primeros exploradores consideraron a estas araucarias como un árbol excelente para la construcción de mástiles y arboladuras de los barcos por sus troncos rectos y altos. La magnífica calidad de su madera para la construcción y la fabricación de muebles llevó a la casi desaparición de los bosques nativos de araucaria en el sudeste de Australia a finales del siglo XIX. Los leñadores la llamaban hoop pine («pino de aros») porque en los troncos caídos, la corteza impregnada en resina tardaba más en descomponerse que la madera y quedaba formando aros. Durante el siglo XX, ante la escasez de las araucarias naturales se inició un programa de plantaciones y de investigación en técnicas de silvicultura de esta especie nativa. Actualmente se plantan en el SE de Australia más de 45.000 hectáreas de «pino de aros» que producen unos 440.000 m3 de madera y abastecen una floreciente industria de fabricación de muebles, pavimentos, molduras, recubrimientos y construcción naval. Por la particularidad de la madera de ser inodora e insípida fue muy utilizada para fabricar cajas para envasar alimentos como mantequilla, frutas y carne; aún hoy se utiliza para fabricar palos de helados y agitadores de café.

La araucaria de Cunningham se extiende por los bosques tropicales y subtropicales de las costas orientales de Australia y en Nueva Guinea. Se desarrolla en suelos profundos y en clima húmedo, con lluvias anuales que superan los 750 mm y pueden alcanzar los 5.800 mm en Nueva Guinea. Es una especie sensible al fuego y no soporta las heladas severas. ¿De dónde vino la araucaria sevillana? Es difícil saberlo. Se podría tomar una muestra de su ADN y rastrear sus parientes más cercanos en los bosques nativos de Nueva Gales del Sur.

Su información genética también nos puede contar historias de un linaje antiguo. Las araucariáceas se originaron a comienzos del Triásico (hace unos 252 millones de años) después de la gran extinción del Pérmico-Triásico que supuso una renovación de la mayor parte de los grupos de seres vivos del planeta. Los bosques de araucarias se extendían por el super-continente Gondwana (formado por Sudamérica, África, Australia y la India) durante el Jurásico (hace unos 180 millones de años), que también se ha llamado la «era de las coníferas». Se piensa que las araucarias constituían una de las principales fuente de alimentación de los grandes dinosaurios y que algunos de estos saurópodos desarrollaron largos cuellos para poder ramonear en los árboles más altos. Tenemos la oportunidad de contemplar un fósil viviente, relicto de un esplendor pasado que comenzó a declinar durante el Cretácico (hace unos 65 millones de años) debido a las variaciones en el clima y a la competencia cada vez mayor de las nuevas especies de Angiospermas o plantas con flores. En las zonas del Hemisferio Sur donde han persistido condiciones cálidas y húmedas las araucarias han encontrado un refugio ideal. Gracias a su gran crecimiento vertical y al hábito emergente pueden competir por la luz en las intrincadas selvas costeras. Además, su extraordinaria longevidad les permiten aprovechar las oportunidades poco frecuentes, por ejemplo la apertura de un claro por alguna perturbación, para regenerarse.

Volvemos al aquí y ahora. España en mayo 2013 se encuentra en una crisis económica, política y moral; parte de la población (según las últimas encuestas) está descontenta con el rey actual, Juan Carlos I, tataranieto del príncipe fugitivo que creó los jardines y trajo la araucaria a Sevilla. Esta reliquia del Jurásico, según la esperanza de vida de su especie, puede vivir hasta 450 años y ser testigo de nuevos e impredecibles acontecimientos en la ciudad que le ha dado cobijo. Para algunos sevillanos, divisarla cada día, con su porte erguido y majestuoso sobresaliendo entre las copas del Parque nos hace la vida más rica y nos da otra perspectiva del tiempo y de nuestra existencia. ¡Larga vida a la Monarca del Parque!

Escrito por Teo, jueves 2 de mayo 2013

Página web dedicada al botánico y explorador Allan Cunningham

Informe de la IUCN sobre el estado de conservación de Araucaria cunninghamii

Historia y descripción del Parque de María Luisa en Sevilla