Los árboles urbanos le dan carácter y seña de identidad a una ciudad. El viajero recuerda los pinos en la parte antigua de Roma, el bulevar Bajo los Tilos en Berlín, los castaños de Indias en los Campos Elíseos de París o los naranjos que perfuman en primavera las callejuelas de Sevilla.
La ciudad de La Coruña, en la costa noroeste de España, parece tener una predilección singular por los metrosideros. No se sabe exactamente cómo ni cuándo llegó allí el primer ejemplar de esta especie. En el Monte Alto, en el jardín del antiguo hospital, hoy cuartel de la Policía Municipal, se yergue un metrosidero imponente, centenario, con una copa inmensa que sobresale por los muros y oficinas colindantes buscando su espacio vital, como un gigante acorralado.
Se piensa que fue plantado a finales del siglo XVIII, por marinos ingleses que hicieron escala en el puerto. Es decir que tendría algo más de 200 años. No puede ser mucho más viejo, porque los primeros ejemplares que llegaron a Europa fueron los recolectados en Nueva Zelanda en 1768, por los botánicos Banks y Solander durante el famoso viaje del Endeavour, capitaneado por James Cook.
Sin embargo, no pocos vecinos creen que el venerable árbol lleva en el barrio por lo menos 400 ó 500 años. Es más, se especula sobre su condición de prueba viva de que los marinos españoles visitaron Nueva Zelanda antes que el capitán Cook. Un casco militar del siglo XVI descubierto en el puerto de Wellington alimenta ese misterio y ha dado lugar a una novela histórica de intrigas y conspiraciones titulada «The Spanish helmet» («El casco español»), por Greg Scowen.
El metrosidero del Monte Alto, como una gran madre, ha ido propagando y llenando de jóvenes vástagos la ciudad. Muy cerca de este epicentro botánico se ha rotulado una vía nueva como la Avenida Metrosidero. Se une así a la lista de árboles en cuyo honor se han nombrado calles y avenidas, contribuyendo a la identidad urbana. Y La Coruña se une a la lista de ciudades sensibles que han incluido una especie de árbol singular en su callejero. En el inventario reciente (de 2015) de árboles urbanos se pueden contar hasta 285 individuos de esta especie, distribuidos por el Paseo Marítimo (82), la Avenida Metrosidero (42), Parque Monte San Pedro (23) y otros jardines y calles de la ciudad. Además del gigante del Monte Alto hay otros metrosideros grandes (con perímetro de tronco superior a los 4 m) en los Jardines de Méndez Núñez y la Plaza de Portugal.
Al estar incluido en el Catálogo de Árboles Singulares de la Xunta de Galicia, el metrosidero centenario tiene garantizada su protección y la «prohibición de cualquier acción que pueda afectar negativamente a su integridad, a su salud y a su apariencia». ¿Qué sabemos de este árbol exótico que llegó de las antípodas?
Árbol de flores rojas que vive junto al mar
La historia empieza con Daniel Solander (1733-1782), un botánico sueco, discípulo de Linneo, que trabajaba en el Museo Británico cuando fue contratado por Joseph Banks para la expedición del Endeavour. Durante los seis meses de 1768 que pasó en Nueva Zelanda recolectó y describió gran número de especies de plantas. Entre ellas nombró al Metrosideros excelsa¹, de la familia Mirtácea. El nombre genérico Metrosideros deriva de las palabras griegas «metra», acuñada por Teofrasto para designar el interior del tronco, y «sideros», hierro; de esta forma describía los árboles que tienen el corazón (duramen) del tronco con la dureza y el color del hierro. De la misma época se conserva en el Museo de Historia Natural de Londres una acuarela de Sydney Parkinson, artista a bordo del Endeavour, con la primera iconografía de metrosidero que se pudo ver en el hemisferio norte. Así, este árbol «corazón de hierro» adquirió nombre e imagen para incorporarse a la cultura y al imaginario europeos en el siglo XVIII.
Pero antes que los europeos, los maoríes llegaron a Nueva Zelanda hace 700 años, desde la Polinesia. En la nueva tierra aprendieron a utilizar la madera y las propiedades medicinales del metrosidero y lo incorporaron a sus leyendas y tradiciones. Más poéticos que los botánicos europeos, lo llamaron pohutukawa, que viene a significar «árbol con adornos rojos que crece junto al mar». Para este pueblo navegante tenía un gran significado simbólico como el primer árbol que veían al llegar a la costa, y el último en las despedidas. Sus llamativas flores rojas en realidad son inflorescencias, que tienen una media de 14 flores, cada una con cerca de 30 estambres muy largos (entre 2,0 a 3,7 cm) y de color carmesí o escarlata ².
Según la mitología maorí el joven héroe Tawhaki subió a los cielos para buscar ayuda y vengar la muerte de su padre, pero fue fulminado, cayó a la tierra y su sangre se esparció cubriendo de rojo los pohutukawas. Sangre de héroe convertida en flor.
En el extremo norte de la isla, en el Cabo Reinga (que significa «inframundo»), un viejo pohutukawa de unos 800 años es venerado por los maoríes como el lugar donde los espíritus de los muertos llegan desde todos los lugares de la isla para deslizarse por sus raíces a las profundidades bajo el mar y viajar hasta su tierra ancestral Hawaiki. Árbol como puerta al más allá.
Los primeros colonos europeos también utilizaron el pohutukawa para sus rituales y tradiciones espirituales. Con sus ramas siempreverdes adornaban las casas e iglesias durante la Navidad y le llamaron «acebo de las antípodas». Como su explosiva y colorista floración carmesí coincide con el solsticio de verano austral (diciembre) es muy popular entre los neozelandeses, que frecuentan la costa en esa época, convirtiéndose en un árbol icónico bautizado como el «Árbol de Navidad de Nueva Zelanda».
Es un árbol con vocación marina. Tiene una estrategia pionera que le permite colonizar las rocas desnudas de la costa; produce numerosas semillas pequeñas que se dispersan por el viento, sus plántulas son tolerantes a la sequía y al spray salino. Cuando se establece en una grieta, se expande mediante las raíces adventicias que penden de sus troncos retorcidos, juntándose las copas de los árboles vecinos y formando un bosque denso e impenetrable.
Esta especie es endémica de la isla norte de Nueva Zelanda (solo se encuentra allí en estado natural). Aunque no se puede considerar como amenazada, sus bosques han sufrido una gran merma (se estima que solo queda el 10% de los originales). Las principales razones de su declive han sido la ocupación de las zonas costeras para residencias y granjas, el efecto del fuego y la introducción de herbívoros, como la zarigüeya australiana (Trichosurus vulpecula).
Hace 25 años comenzó una iniciativa conservacionista denominada «Proyecto Carmesí» (Project Crimson) con la misión de «hacer posible que el pohutukawa vuelva a florecer en su hábitat natural, como un icono en los corazones y las mentes de los neozelandeses». El programa está siendo un éxito, se ha ampliado a otras especies de árboles nativos y a restaurar todo el ecosistema; incluye aspectos de investigación y de educación ambiental. Se han plantado unos 600.000 árboles nativos, con la colaboración de las comunidades locales y las escuelas. Como símbolo del cambio de mentalidad realizado en estos años, gracias en parte a este proyecto, sus impulsores se enorgullecen de que en las tarjetas navideñas de Nueva Zelanda cada vez se ven menos muñecos de nieve y en cambio más flores rojas de pohutukawa.
Los metrosideros de Hércules
En La Coruña, un bosquete de jóvenes metrosideros embellece el parque escultórico de la Torre de Hércules; promontorio donde el héroe de la mitología clásica venció al gigante Gerión y allí enterró su cabeza. En ese rincón acogedor del hemisferio boreal, durante los días del solsticio de invierno, el viento y el fuerte oleaje humedecen los árboles del parque con agua salada del océano. Gotas marinas evocadoras de sus ancestros, los pohutukawas, que allá en las costas antípodas lucen su esplendor carmesí por Navidad.
¡Feliz Navidad a los lectores del blog!
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¹ La descripción de Solander quedó inédita y años más tarde, en 1788, fue recogida en la publicación del botánico alemán, Joseph Gaertner, dedicada a las semillas y frutos: De fructibus et seminibus plantarum. Academiae Carolina, Stuttgart. El nombre válido de la especie por tanto incluye a los dos autores: Metrosideros excelsa Sol. ex Gaert.
² Existe una revisión reciente sobre la biología y ecología de esta especie en su lugar de origen: Bylsma RJ, BD Clarkson y JT Efford (2014) Biological flora of New Zealand 14: Metrosideros excelsa, pohutukawa, New Zealand Christmas tree. New Zealand Journal of Botany, 52: 365-385.
Escrito por Teo, jueves 24 diciembre 2015.
Enlaces
Artículo en El País (2008) sobre el metrosidero centenario de Coruña y su relación con Nueva Zelanda
Decreto que regula el Catálogo Gallego de Árboles Singulares
Inventario del arbolado de la ciudad de La Coruña
Proyecto Carmesí (Project Crimson) para la conservación de Metrosideros excelsa en Nueva Zelanda

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