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El Árbol del Color y la Música

A veces el encuentro con un árbol nuevo llega por caminos insospechados. Esta vez ha sido por la publicidad. En la prensa me topé con el anuncio de un lápiz de madera de pernambuco, un árbol que desconocía por completo, fabricado por una prestigiosa marca de lápices alemana. En el reclamo publicitario se destacaba “el carácter cálido y natural de la madera, normalmente usada para elaborar arcos de violín”. Siguiendo esa pista llegué a este árbol tropical, más conocido como palo brasil (Caesalpinia echinata), y a su historia asombrosa y tremenda de explotación, que lo ha llevado al borde de la extinción a la par que lo ha convertido en un símbolo de la historia y la cultura de Brasil, país que le debe parte de su historia y su nombre al árbol.

En términos botánicos, la especie es una leguminosa endémica del Bosque Atlántico tropical de Brasil, la selva conocida localmente como Mata Atlántica. Entre sus peculiaridades destacan el tronco muy recto cubierto de aguijones, unas llamativas flores amarillas muy aromáticas, las legumbres espinosas y, sobre todo, el tesoro que guarda tras la corteza grisácea: una madera muy dura, muy densa, de un vistoso color rojo, objeto de deseo.

 

El árbol del color rojo

El 22 de abril de 1500, ocho años después del descubrimiento de América, una expedición portuguesa de trece navíos comandada por el caballero Pedro Alvares Cabral llegó a una costa desconocida de Sudamérica (donde hoy se encuentra Porto Segura, estado de Bahía), una costa muy bella, rebosante de aves coloridas y de árboles de muchos tipos, habitada por indígenas que llevaban el cuerpo pintado con un colorante rojo extraído de la madera de un árbol, al que llamaban ibira-pitanga (rojo en lengua tupí). Los exploradores quedaron fascinados por el pigmento rojo. La razón de ello estaba en Europa.

La madera del ibira-pitanga tenía gran parecido con otra madera exótica importada de Asia, de gran valor entonces en Europa para fabricar tinte rojo y tinta. De hecho se trataba de una especie de la misma familia y género, la Caesalpinia sappan, conocida en el mercado por diversos nombres: brasilere en español, brazil, bresil, verzino, etc. en otras lenguas. Todos estos términos procedentes de la palabra latina, brasa, relativa a la semejanza del color encendido de la madera con las brasas; mientras en Asia, se conocía por la palabra malaya sapang, rojo.

Cabral y sus hombres llamaron al árbol pau brasil (en portugués, palo brasil en español). La tierra virgen estaba llena de árboles y, a la vista de tal abundacia, los exploradores en seguida enviaron barcos a Portugal cargados con toneladas de madera de palo brasil. Un trabajo duro. Talar los árboles, quitarles la corteza y la albura a los troncos (pues el pigmento está en el duramen), cortarlos en tablas que pudieran llevarse a hombros, y acarrearlas desde el lugar cosechado hasta los barcos. Por fortuna para los colonizadores, el trabajo lo realizaban los indígenas a cambio de objetos insignificantes, de modo que la explotación resultaba prácticamente gratis. Para entender la dimensión del valor que repentinamente había cobrado el palo brasil, hay que acercarse al mundo de los tintes naturales.

Rojo europeo, rojo asiático y rojo americano

La actividad tintorera es un arte antiquísimo desarrollado en todas las culturas. Las fuentes de color en la naturaleza son muchas y variadas: hojas y tallos, flores, cáscaras y vainas, bayas, semillas, raíces, cortezas, maderas, moluscos, insectos y líquenes. Un maestro tintorero maneja conocimientos de botánica, química y cromatismo. Domina las técnicas de extracción del colorante de cada materia natural y las recetas idóneas de mezclas de colores y aditivos para obtener los más bellos tonos y la máxima durabilidad. Los museos del mundo ilustran los admirables colores naturales conseguidos por los artesanos hasta la invención de los colores sintéticos.

Para experimentar las propiedades tintóreas de los árboles me apunté a un curso de Iniciación al Teñido de Fibras con Colorantes Naturales en el Jardín Botánico de Córdoba, me fascinó. Cuando en un caldero hirviendo con unas simples cáscaras de cebolla o unas hojas trituradas de higuera, ves cómo el color penetra la lana, te sientes como asistiendo a un descubrimiento, o revelando un secreto antiguo. La vivencia te hace mirar los árboles y demás vegetales de otra manera, la recomiendo. La magia del color, que tanto usamos, es otro servicio callado que las plantas nos obsequian desde el origen de los tiempos.

En Europa la producción de materias tintóreas constituía una actividad económica muy activa desde comienzos del medievo. Obviamente, en un principio se usaban materias del entorno natural. El rojo, junto al púrpura, era un color prestigioso, un poderoso símbolo de poder dentro del lenguaje de los colores. Las sedas y terciopelos de los nobles se teñían con un colorante, llamado grana, extraído al triturar y hervir las agallas que un insecto, el quermes, forma en la coscoja y otros robles.

El inicio de los grandes viajes a Oriente en busca de especias y otros bienes de lujo, descubrió a Europa la madera tintórea de la Caesalpinia sappan, el brasilere. El prestigio de los rojos y púrpuras se debía en parte a la cantidad astronómica de animales que se necesitaban para extraer una buena dosis de colorante. El árbol oriental era mucho más abundante, porque se cultivaba, y más rico en colorante rojo, casi 10 veces más que el quermes, y así ocupó el primer lugar en el mercado. En Asia, esta Caesalpinia se usaba desde muy antiguo tanto en medicina como para teñir las sedas y linos de los trajes que vestían los nobles orientales.

En Japón, el brasilere importado desde China gustó tanto sobre la seda que ese rojo se consideró un color especial, el koro, e incluso se prescribió su uso exclusivo en la corte del emperador tal como aparece en un texto del siglo X, el Engishiki; esa apreciación de “color especial” del rojo aún pervive en la cultura japonesa. Marco Polo y otros grandes viajeros europeos seguro conocieron el texto japonés y el árbol sapang, pues en sus crónicas dejaron notas del comercio del brasilere y de la presencia de cultivos por todo el sudeste asiático, en lugares legendarios como las Islas de las Especias, India o Tailandia.

La primera cita del brasilere en Europa procede de la Francia del siglo XI. En el siglo XIV, el uso del rojo brasil ya era extensivo, incluso se distinguen diferentes calidades por la procedencia, el mejor venía de la costa india de Malabar. El árbol asiático en cuestión es pequeño, espinoso y, a diferencia del palo brasil, ha sido cultivado durante siglos y naturalizado en un amplia área de Asia.

Cuando la madera del palo brasil americano llegó a Europa (tras la expedición de Cabral en 1500), los maestros tintoreros se dieron cuenta de que no era de mejor calidad que el rojo asiático, pero su abundancia, los menores costes del transporte y la mano de obra indígena gratuita hacía que el negocio compensase; además el brasilere de Asia se estaba volviendo más difícil de importar, ya que la ruta oriental estaba bloqueada por la conquista turca de Constantinopla. Portugal se quedó así con el monopolio del tinte rojo en Europa.

Piratas locos por el color

Troncos de palo brasil en la revista Smithsonian Magazine.

El comercio del palo brasil hizo ganar tanto dinero de repente a Portugal que Francia, España, Inglaterra y Holanda, las otras cuatro grandes naciones exploradoras del Siglo de los Descubrimientos, se lanzaron a buscar el palo brasil en la selva americana o, lo que les traía más cuenta, a piratear los barcos portugueses cargados con la madera.

Cincuenta años después de la llegada de los portugueses a América gran parte del territorio aún permanecía inexplorado. En la década de 1520 los franceses empezaron a recorrer la costa y a apresar todos los barcos, querían una parte del botín rojo. En 1555 el vicealmirante Nicolás Durand de Villegaignon y sus caballeros de la Orden de Malta, junto con colonos hugonotes huidos de la persecución, establecieron una colonia, a la que llamaron la Francia Antártica, en lo que hoy es Rio de Janeiro. El intento iba en contra del Tratado de Tordesillas de 1494, que había repartido el Nuevo Mundo entre España y Portugal, y aunque llegaron más colonos en los años siguientes, esta vez calvinistas, los franceses fueron finalmente expulsados por los portugueses en 1567. No obstante, Francia mantuvo la piratería y el interés sobre el palo brasil durante bastante tiempo. El escritor francés Jean-Christophe Rufin narró estos hechos en la novela histórica “Rojo Brasil”, con la que ganó el Premio Goncourt en 2001.

Los españoles, por su parte, buscaron con ahínco el palo brasil en sus posesiones americanas y descubrieron otras especies cuyo duramen también producía tintes rojos intensos. En los antiguos territorios hoy ocupados por México, Guatemala y Belice descubrieron el palo campeche (Haematoxylum campecchium), otra leguminosa tintórea que comercializaron desde España. La especie fue después explotada por los ingleses en Belice. Tambien se descubrieron y aprovecharon las especies Caesalpinia brasilensis, la Caesalpinia violacea y el Haematoxylum brasiletto, todas dadoras de un rango de tintes rojos, desde carmines hasta rosas.

En el mercado de tintes de aquellos tiempos, tal como aparecen en los documentos, las maderas de las distintas especies se vendían con nombres parecidos: brasil, palo brasil, palo de pernambuco, palo de campeche, palo de tinta, brasiletto. Y además cada especie aparece con distintos nombres, una confusión nominal que dura hasta nuestros días; es fácil ir a comprar palo brasil y que te den virutas o polvo de otra madera roja.

A nivel molecular, tienen algo común. Resulta que la sustancia química que aporta el color rojo es la misma en todas las especies de Caesalpinia: la brasilina (C16H14O5), un pigmento que también se conoce como Rojo Natural 24. Igual que en todas las especies de Haematoxylum es la hematoxilina (fórmula C16H14O6), a su vez solo diferente en un átomo de oxígeno. Ambas sustancias de la madera se oxidan espontáneamente con la luz y el aire, se convierten en brasileína y hematoxileína o hemateína, y adquieren el rojo intenso.

Mapas del tesoro rojo

La relevancia económica del palo brasil en los siglos XVI y XVII fue tal que el árbol aparece constantemente en la cartografía de la época. Pocos casos hay de tanta presencia de un árbol en los mapas. El mapa más antiguo, el Planisferio de Cantino, de 1502, dos años después de la llegada de Cabral a América, muestra la demarcación acordada en el Tratado de Tordesillas y los resultados de todas las expediciones realizadas desde 1492 hasta 1501; el territorio de Brasil está representado por pájaros y árboles de palo brasil. Otros importantes mapas posteriores, (de 1519, 1542, 1546, 1550 y 1579), contienen escenas de los nativos tupíes realizando tareas, sobre todo cortando árboles y acarreándolos a los barcos. Son mapas muy artísticos de gran valor histórico con una sorprendente información económica y etnológica del comercio del palo brasil.

Detalle del mapa «Brasil» de G. Gastaldi, 1550.

Historia de una devastación

Los interesantes mapas de la época también atestiguan el comienzo de la deforestación de la selva atlántica. Desde el minuto uno en que los portugueses pusieron sus pies en la costa brasileña el número de árboles de Caesalpinia echinata empezó a disminuir sin remedio y siguió haciéndolo año tras año, hasta mermar de un modo alarmante la población de la especie.

A lo largo del XVI, los portugueses (y, en parte, también franceses) mandaron a Europa una media de 7000 toneladas de madera de palo brasil al año. Se ha estimado que solo en el primer siglo de explotación se talaron cerca de 2 millones de árboles, es decir, una media de 20 mil al año, lo que equivale a 50 árboles al día. También se esquilmaron animales y otros recursos de la selva. Un barco francés apresado por los portugueses llevaba 3000 pieles de jaguar, 600 aves (muchas de ellas papagayos) y otras materias como aceites medicinales y minerales. No solo se perdían grandes árboles sino que se empobrecía rápidamente la biodiversidad original de la selva virgen.

Desde el principio, y no por motivos ambientales sino económicos, los portugueses advirtieron con preocupación la evidente deforestación paulatina y descontrolada. Pronto, en 1542 y en 1605, se proclamaron leyes para racionalizar y regular el comercio del palo brasil, con castigos de pena de muerte o confiscación de bienes a quien talara árboles sin permiso de los propietarios de las tierras. La intención era que nadie más que los colonizadores portugueses talasen los árboles. Sin embargo, esas reglas y otras posteriores se incumplieron sistemáticamente y así se llegó a 1822, año de la Independencia de Brasil de la corona portuguesa.

Poco después, en 1856, tuvo lugar un descubrimiento que cambiaría para siempre la actividad de teñido con colorantes naturales. El químico inglés William Henry Perkin intentaba sintetizar quinina pero lo que consiguió fue producir el primer colorante sintético, la anilina morada. En poco tiempo los tintes sintéticos de todos los colores llegaron al mercado y antes de finalizar el siglo XIX las empresas de colorantes naturales se arruinaron por falta de demanda. Habían pasado 375 años de explotación ininterrumpida del palo brasil y lo habían dejado al borde de la extinción.

El interés por el tinte del palo brasil casi desapareció. Pero entonces se descubrió que, además del tinte, la madera poseía otra propiedad igual de admirable o más aún y comenzó un nuevo interés por el expoliado árbol.

El pernambuco, árbol música

En la ciudad del Sena, entre los años 1785-1790, los destinos del palo brasil y Francia volvieron a unirse. El lutier François Xavier Tourte tuvo la inspiración y el talento de inventar un nuevo arco para instrumentos de cuerda, tan revolucionario que se ganó el apodo de el Stradivarius del arco. Tourte introdujo una serie de cambios esenciales, convirtiendo al arco en algo nuevo y poderoso. Alargó la longitud, puso más madera en la vara, hizo una nuez más pesada para tensar las crines de caballo y, para lograr la concavidad tan importante para el sonido, calentó la madera, lo que antes se realizaba aserrando. Por último, experimentó su diseño con diversas maderas (entonces los arcos se fabricaban con maderas europeas y algunas tropicales), hasta que en el centro de París encontró toneladas de palo brasil destinadas a tinte y descubrió sus maravillas sónicas.

El palo brasil es un árbol musical excepcional debido a una combinación de cualidades de la madera: la densidad, resistencia y flexibilidad, y la habilidad de curvarse con el calor y mantener la curvatura al enfriarse. El arco emite sonido; cuando se desliza por las cuerdas del violín preserva las vibraciones creadas y su frecuencia interactúa con la propia del instrumento creando un tono distinto. Según sugieren las investigaciones, la capacidad sónica de la madera de pernambuco tiene que ver con el contenido en brasilina, o sea, que la sustancia tintórea también es responsable de los atributos musicales del árbol.

El arco es una pieza crucial. Es una herramienta mágica. El virtuoso violinista del XVIII Giovanni Batista Viotti, consejero de Tourte, lo expresó con un significativo aforismo “el violín es el arco”. El violinista Günter Seifert, autor de “The Pernambuco Waltz”, describe así su importancia: “el arco puede ser más esencial para expresar el alma de la música que el propio violín, por eso, usan arcos de pernambuco tanto los músicos profesionales como los aficionados, todos saben que es mejor tener un arco excelente y un violín mediocre que a la inversa”.

No hay ninguna otra materia que iguale la excelencia musical de la madera de pernambuco. Los arqueteros y músicos de cuerda del mundo dependen de la continuidad de la especie para mantener la calidad de sonido de sus interpretaciones.

El árbol de las muchas palabras

Un árbol con muchos nombres. Ya he aludido a la confusión reinante desde el principio por los diversos nombres que se le asignaron al tinte rojo asiático de la especie C. sappan. Confusión que heredó, en primer lugar, la especie C. echinata por haber recibido la misma constelación de nombres y, en segundo lugar, los otros árboles tintóreos americanos por haber sido nominados con nombres parecidos. A ello se suma que en el ámbito musical se le conozca como pernambuco en vez de palo brasil (término más usado en el comercio de tintes). Pernambuco es un estado brasileño, dentro de la Mata Atlántica, que conserva algunas poblaciones intactas del árbol, de donde proceden maderas valoradas como las de mejor calidad.

Un árbol da nombre a un país. Al principio, la tierra que descubrió Cabral recibió varios nombres: Terra de Vera Cruz, Terra de Santa Cruz, Nuevo Mundo, América, Terra Papagalli. Sin embargo, la intensa actividad comercial entorno al palo brasil hizo que finalmente se adoptara el nombre Terra do Brasil, y al final del XVI el nombre Brasil quedó fijado. El hecho evidencia la magnitud de la explotación maderera y la importancia del árbol en el origen y desarrollo del país. No obstante, el asunto fue y sigue siendo motivo de una cierta oposición en Brasil, en parte por cuestión de la falta de connotación religiosa, pero sobre todo por cuestiones de orgullo, al relacionar el nombre de un país con el de una actividad tan prosaica como la mercantil. Los tintoreros del mundo, sin embargo, se sienten orgullosos de que haya un país con nombre de un tinte, y los amantes de los árboles también celebramos que un árbol haya nombrado a una nación.

Un árbol al que le cambian el nombre. La especie del palo brasil fue clasificada y descrita por el naturalista francés Jean Baptiste Lamarck en 1785, la llamó Caesalpinia echinata. El nombre genérico fue un homenaje al médico botánico italiano Andrea Cesalpino (1519-1603) y el epíteto griego echinata lo eligió en referencia a las abundantes espinas del árbol. En el siglo XXI, un nuevo estudio del ADN ha confirmado que el palo brasil representa un linaje evolutivo único y distinto, mereciéndose el reconocimiento de género aparte. El nombre elegido para el nuevo genero es Paubrasilia, latinización del nombre común portugués, dada la importancia histórica del árbol para Brasil, y para la especie Paubrasilia echinata. El género Paubrasilia ha sido descrito en la revista Phytokeys (2016) por un equipo de científicos de Canadá, Brasil y Reino Unido dirigido por Edeline Gagnon, de la Universidad de Montreal. Con ese nombre emblemático los autores tienen la esperanza de atraer la atención sobre el frágil estado del hábitat del palo brasil.

De paraísos perdidos y árboles casi perdidos

A su llegada al litoral brasileño, los portugueses admiraron la espléndida belleza natural de la tierra, los árboles, muchos, muy grandes, y de infinitas especies, las aves, muchas, y vistosas, las bellas playas y la abundancia de manantiales. Un paraíso virgen.

Antes de la Era de los Descubrimientos, la Mata Atlántica se extendía por toda la franja litoral brasileña, desde el actual estado de Rio Grande del Sur hasta el de Rio Grande del Norte. Se estima que ocupaba unos 130 millones de hectáreas, de los que hoy sólo queda el 7% en estado original. Y ese porcentaje se presenta fragmentado en pequeños espacios de pocas hectáreas separados entre sí, lo que dificulta la conservación.

La devastación empezó con la explotación de la madera del palo brasil y de otros árboles como la caoba, el palisandro y el cedro; luego siguió con la tala de selva para cultivos, de caña de azúcar, café y cacao, y para ganadería; y, finalmente, con la expansión de las ciudades. El paraíso se pierde. El Bosque Atlántico es uno de los 34 puntos críticos (hot spots) mundiales de gran valor para la conservación de la naturaleza, principalmente por la reducción de su área; son enclaves importantes de biodiversidad porque en ellos se encuentran la mayoría de especies aún desconocidas para la ciencia.

La Mata Atlántica es el único hábitat del mundo para el palo brasil o pernambuco. A pesar de la preocupante situación de la especie sigue siendo objeto de explotación y exportación ilegal. Afortunamente desde hace unos años se ha comenzado a llevar a cabo iniciativas para salvarla.

Con el fin de concienciar a la población, en 1978 el gobierno brasileño lo declaró Árbol Nacional y al día 3 de mayo el Día del Palo Brasil. Años más tarde, en 1992, la especie fue declarada especie en peligro de extinción por el gobierno y en 1998 por la UICN.

En 2001, en París, los músicos y fabricantes de arcos de violines de diversos países del mundo crearon la IPCI (International Pernambuco Conservation Iniciative), con la misión de rescatar a la especie. Fueron animados a ello por medio de Comurnat, una organización que intenta comprometer a los artesanos con la causa de las materias primas de las que dependen. Una vez concienciados, los arqueteros contemporáneos, como dice el periodista Russ Rymer, “están decididos a no ser los villanos de este drama de extinción”. La Iniciativa tiene en marcha un interesante programa que financia estudios, sobre hábitos y hábitat de la especie, así como proyectos de plantaciones en distintos puntos, todo ello en colaboración con los diferentes gobiernos implicados y con organizaciones civiles.

En 2012, el gobierno de Brasil creó el Programa Nacional para la Conservación del Palo Brasil, con la meta de reevaluar el estado de conservación, identificar los bosques relictos con poblaciones de la especie y promocionar el uso sostenible de plantaciones comerciales públicas y privadas. Queda mucho por hacer, pero el esfuerzo en investigaciones y reforestaciones ha logrado que en 2013 la especie sea incluida en el Apéndice II, de la Convención Internacional del Comercio de Especies Silvestres (CITES), en la lista de especies que no están amenazadas de extinción pero requieren regulación estricta de comercio internacional para prevenir mayor declive de las poblaciones.

Los planes y las iniciativas deberían dar sus frutos en los próximos años. Ojalá que se logre plantar millones de pernambucos, que esas plantaciones se exploten de modo sostenible y que se proteja a las poblaciones silvestres para que puedan regenerarse y extender sus dominios.

Buscando al pernambuco

No he tenido la suerte de ver un palo brasil. En 2002 visité un reducto de Mata Atlántica al noreste del estado de Río Grande do Sul, experimenté el ámbito de la selva, su sinfonía de murmullos de vida, su exuberancia de verdes y puedo imaginarlo siendo parte de ese escenario. Hace poco volví a París, no conocía aún la íntima relación de esta ciudad cultural con el pernambuco y no lo encontré ni en las numerosas arboledas, ni en el Jardín Botánico, ni en los museos. Mi único contacto con el árbol puede que haya sido con las virutas de madera que estaban etiquetadas como palo brasil en el Curso de Tintes Naturales, aunque seguramente eran de otra especie.

En cualquier caso, conocer la historia apasionante de este árbol ha sido una gran sorpresa, una lección de la selva. Demuestra la interconexión que existe entre una planta y una sociedad, entre los árboles y la música, entre la historia y el devenir de la naturaleza, entre la riqueza de los pueblos y la biodiversidad del planeta.

Una forma de contactar con el palo brasil podría ser a través de la música. Os invito a entreoír, o adivinar, los sones del pernambuco de la mano de Hilary Hahn en el Concierto para Violín de Mendelssohn.

Escrito por Rosa, jueves 15 de junio de 2017.

Fuentes

Iniciación al Teñido con Colorantes Naturales
Jean-Christophe Rufin. Rojo Brasil . Ediciones B, 2002.
La representación del palo brasil en los mapas de los siglos XVI y XVII.
Iniciativa Internacional para la Conservación del Pernambuco.
Artículo de Russ Rymer en la revista Smithsonian sobre el árbol música.
Nuevo nombre para el pernambuco en el blog del Kew Garden.
La importancia del pernambuco en el blog de la Filarmónica de Viena.

Cuatro años de blog

El 21 de febrero de 2013 comenzamos la aventura de escribir el blog Los árboles invisibles. La primera entrada estuvo dedicada al libro de David Haskell, The forest unseen. A year´s watch in Nature (El bosque que no se ve. Un año de observación en la Naturaleza) [1]. Una serie de lecciones de historia natural y sensibilidad poética que el profesor Haskell fue desgranando durante un año, a medida que transcurrían sus observaciones de un mandala virtual en el corazón del bosque.

En los cuatro años siguientes el blog, como un árbol, ha ido creciendo y formando anillos en su tronco con las 74 entradas que hemos añadido, al ritmo aproximado de una al mes. Cada artículo surgió espontáneamente, inspirado por un viaje, una imagen, una lectura o una conversación. El proceso creativo ha sido deambulatorio, no planificado, pero siempre hemos buscado el conocimiento y la emoción asociados a los árboles.
Para Matusalén, el árbol milenario de la especie Pinus longaeva que vive en las Montañas Blancas de California, cuatro años y 74 anillos es apenas un suspiro. Sin embargo, para nuestras vidas y nuestra escala de tiempo, cuatro años es un período de tiempo relevante. Como ejemplo, en ese breve plazo se han deforestado unas 52 millones de hectáreas de bosques tropicales, con la consiguiente pérdida de biodiversidad. El dióxido de carbono de la atmósfera ha subido 10 ppm (partes por millón) superando por primera vez las 400 ppm, y sigue subiendo. En esta vida de ritmo acelerado que llevamos, volver la vista hacia los árboles, hacia su crecimiento pausado y su permanencia, nos abre una nueva perspectiva de nuestra relación con la naturaleza y sobre el sentido del tiempo.

En nuestro deambular hemos rastreado árboles en los objetos materiales cotidianos, como el lápiz de madera y el papel que usamos para escribir los borradores, las especias que aderezan nuestras comidas, o las esencias aromáticas que  perfuman nuestra vida social y espiritual.

Atrapados por la imaginación de los maestros literarios de ficción, hemos viajado a las sabanas de Mozambique con Mia Couto y hemos asistido a la misteriosa ceremonia del takatuka, nos ha emocionado la pasión de los amantes en el corazón del bosque inglés con David H. Lawrence, hemos acompañado a Robert Walser en su paseo por los bosques de las montañas de Suiza, y nos hemos abandonado bajo el árbol de la indolencia en la isla de Chipre con Lawrence Durrell.

Nos ha conmovido el impacto visual de las fotografías de Sebastião Salgado de la selva de Sumatra, la apacible atmósfera del grupo familiar bajo un castaño de Indias retratado por Federico Bazille y la trágica batalla de Arminio en los bosques de Germania plasmada en el lienzo de Anselm Kiefer. Mientras que el ingenioso y transgresor Ai Weiwei nos ha deleitado con su icosaedro truncado fabricado con palo de rosa perfumado.

Hemos disfrutado de la variedad de árboles en los bosques urbanos, como el Parque María Luisa de Sevilla que frecuentamos casi a diario, hemos conocido un sinfín de historias en el Botánico de Coimbra y nos hemos extasiado con la vista de Roma desde la colina arbolada del Orto Botanico.

Algunas especies de árboles nos han atraído especialmente para contar sus historias. Tuvimos ocasión de visitar al extraño tumbo de las hojas inmortales (Welwitschia mirabilis) en el desierto de Namibia. Nos entregamos a la fascinación por el fósil viviente de las remotas montañas de China, el ginkgo (Ginkgo biloba), venerado en los templos orientales y por muchos amantes de los árboles. En el Mediterráneo, el ciprés (Cupressus sempervirens), apuntando al cielo, nos llamó la atención con su pasado mítico y místico. Durante los paseos veraniegos nos acercamos al enebro de frutos grandes (Juniperus oxycedrus subespecie macrocarpa) que otea el mar desde los acantilados.

Los árboles están ahí, forman parte de nuestra vida, aunque no siempre seamos conscientes. En los veranos calurosos buscamos con fervor la buena sombra que nos alivia y refresca. El maravilloso espectáculo del reverdecer primaveral nos infunde alegría y optimismo. ¿Quién no ha subido a un árbol, de pequeño o de mayor, para ver el mundo desde arriba? Pasear por un bosque, entre árboles, mejora nuestra salud; lo sabemos, ahora además es una práctica japonesa de medicina preventiva.

Tras este tiempo de descubrimientos y escritura, nos sentimos contentos de la recepción que nuestro trabajo ha tenido en la blogosfera. En cuatro años hemos recibido más de 300.000 visitas de internautas realizadas desde 156 países, en su mayor parte desde España (36%), México (16%), Colombia (9%), Argentina (9%) y Estados Unidos (7%), y también un buen número de comentarios muy alentadores.

A todos los que nos seguís y a los que llegáis de nuevo, gracias por leernos.

¡Larga vida a los árboles!
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[1] El libro de Haskell fue publicado en 2012 por Viking Penguin, Nueva York. La edición española, titulada En un metro de bosque, ha sido traducida por Guillem Usandizaga y publicada por Turner, en marzo 2014.

 

Escrito por Rosa y Teo, jueves 23 febrero 2017.

De Aromas y Perfumes

El mundo natural está lleno de olores maravillosos. El olor a mar es uno de mis preferidos pero los más atractivos para todos son sin duda los olores aromáticos que desprenden las plantas. Un bosque de pinos, una frondosa higuera, unos naranjos en flor emanan olores deliciosos. El olor refrescante de unas hojas de menta o el perfume meloso de una dama de noche en la oscuridad puede arrebatarnos y llevarnos a un momento repentino de éxtasis.

El Alma de la Rosa. J. W. Waterhouse, 1908.

El Alma de la Rosa. J. W. Waterhouse, 1908.

El olfato es un sentido asombroso. Capta los efluvios odoríferos y los conecta con emociones de vivencias guardadas en el fondo de la memoria, en lo más íntimo de nuestro ser. El olor a mar siempre me arrastra de vuelta a la costa donde nací; el olor a lápiz, a todos nos transporta a la escuela de la infancia donde nos iniciamos en la escritura. Por el olfato alcanzamos un mundo de gozos y evocaciones inimaginables.

Por ello, desde las sociedades tribales, con las sencillas quemas de inciensos y ramas, hasta el mundo moderno, con los refinados y complejos perfumes, el ser humano siempre ha perseguido el sueño de arrancarle a la naturaleza el secreto de sus aromas.

Todo lo que rodea a los perfumes posee un hálito de misterio. Aún sabiendo que los efluvios aromáticos que emanan las plantas son compuestos químicos volátiles con diversas funciones biológicas, no dejamos de admirarlos como un fenómeno prodigioso de la naturaleza. Por otra parte, el conocimiento y dominio de los aromas naturales se ha desarrollado casi siempre en secreto. Se han guardado como tesoros el hallazgo de nuevas especies odoríferas, el descubrimiento de las técnicas más eficaces de extracción de esencias y  la fórmula de ingredientes más arrebatadora. Quizás por ello, la descripción de los perfumes sea tan críptica, oscura e impenetrable, casi un código secreto al alcance solo de iniciados.

Yo también me he sentido atraída por el misterio de los perfumes, sobre todo por saber qué clases de árboles hay detrás de los valiosos frascos de fragancias. Quizás sea en esas sustancias evanescentes donde los árboles sean más invisibles.  Para satisfacer mi curiosidad y explorar los aromas de árboles más aclamados por los perfumistas, viajé a la capital del mundo del perfume, la ciudad francesa de Grasse, el lugar más idóneo para iniciarse en los entresijos de este arte.

La Ciudad de los Perfumes

Cartel de Roger Broders, 1927.

Cartel de Roger Broders, 1927.

Grasse es una pequeña urbe medieval, situada en la confluencia de los Alpes, la Costa Azul y la Provenza, a más de 700 metros de altitud, que lleva siglos dedicada al conocimiento de los aromas naturales. Desde el Hotel Mandarina Grasse, enclavado en lo alto de la ciudad, se divisaba a lo lejos la bahía de Cannes y por todo el valle los campos donde en primavera y verano florecieron la rosa, el jazmín, el clavel, el nardo y la violeta.

Gracias a su favorable microclima, los cultivos de plantas para perfumes se dieron bien y  poco a poco  aumentaron las especies cultivadas. El jazmín llegó a Grasse desde India en 1650; la rosa también por esa fecha; el nardo fue importado de Italia en 1670; la lavanda y la mimosa en el año 1875. Hoy en Grasse se cultivan campos espectaculares de rosa, jazmín, nardo, violeta, azahar, lavanda y mimosa.

Por el desarrollo de excelentes cultivos y de las mejores técnicas de extracción y de creación, Grasse es conocida como “la ciudad de los perfumes” desde el siglo XVII, siendo desde entonces cuna de famosos perfumistas y escuela de referencia mundial. La calidad de sus esencias naturales la mantiene hoy, a pesar de la globalización, como uno de los centros mundiales en producción, proceso y venta del Perfume.

Si quieres saber de perfumes, tienes que visitar Grasse. Todo en la ciudad ronda en torno al perfume: las tiendas de fragancias y jabones, las tienda-museos de las perfumerías Fragonard, Molinard y Galimard, los cursos de creación de perfumes, la Fiesta de la Rosa de mayo, la Fiesta del Jazmín, las Noches Perfumadas de verano… Y el Museo Internacional de la Perfumería con su Jardín de Plantas para Fragancias, donde encontré algo de luz sobre los árboles más admirados en este reservado arte.

Catálogo de aromas

“En perfumería, el artista termina el olor iniciado en la naturaleza”,  manifiesta el protagonista de A contrapelo, la novela del escritor francés J. K. Huysmans (1848-1907). Para los naturalistas, el olor de la rosa nos parece de un acabado perfecto; para los perfumistas, la perfección se alcanza cuando después de extraer la esencia a una planta la mezclan con otras para crear algo nuevo de superior categoría.

La naturaleza crea el perfume en el momento en que las plantas fragantes sintetizan aceites esenciales volátiles. Estos aceites con aroma tienen funciones biológicas muy importantes para las especies, sirven, entre otras cosas, para atraer a insectos para la polinización, repeler a herbívoros y xilófagos, atacar microorganismos patógenos o comunicar mensajes a las otras plantas del entorno. Dependiendo de las especies, los aceites se fabrican en las flores, las hojas, los frutos, la raíz, la madera o la resina.

Las materias primas fragantes se catalogan en siete clases (según la clasificación tradicional exhibida en el Museo Internacional de Grasse): Florales, Frutales, Maderas, Herbáceas, Especias, Bálsamos y Animales. En total suman setenta materias; en otras clasificaciones, el número es muy superior.

La recolección de las materias primas naturales es el momento más delicado de todo el proceso; para que el aceite sea de la mayor calidad hay que conocer el momento del día más propicio y recoger con delicadeza la materia, los pétalos, por ejemplo, para que den la mejor de sus fragancias.

La segunda fase es la captura de los aromas. Se realiza por diferentes procesos, dependiendo del tipo concreto de materia prima. Las técnicas más frecuentes son la destilación al vapor después de macerar en agua; la expresión de las cáscaras de los frutos; y la disolución en grasas animales o disolventes volátiles. Las esencias extraídas no son sustancias simples. En realidad, cada aceite esencial es una mezcla muy compleja de más de cien compuestos químicos. De estos, los que aportan los aromas son los terpenos, fenoles, aldehídos, cetonas, ésteres y alcoholes. La esencia de rosa, por ejemplo, tiene 275 componentes. El aroma natural en la planta es ya un aroma múltiple.

La última etapa es la elaboración de una fragancia. Una “nariz”, como se conoce al perfumista, dispone hoy de una gran cantidad de esencias (incluyendo las sintéticas) que puede mezclar. Esos frascos de esencias son como la paleta de colores para el pintor. Un perfume puede contener entre 200 y 500 ingredientes, (casos extremos son el “Molecule 01”, de una sola molécula y el “Beautiful”, de 2000).  El arte reside en crear una mezcla o composición que tenga armonía y atractivo.  Se necesita un sentido del olfato muy desarrollado capaz de memorizar de cada aroma los olores que la componen, la persistencia en el tiempo, el modo en que se afecta por otros, así como los grupos o acordes de esencias que mejor funcionan.

Dentro de esta rica y variada paleta el perfumista dispone de una serie de esencias que proceden de árboles. Hay árboles con flores perfumadas, otros con frutas de olor seductor, los hay con maderas de intensa fragancia y también los que lloran lágrimas aromáticas y por supuesto los árboles de especias.

Flor de la mimosa, dulce abrazo

Los aromas florales son los más bellos y cautivadores, yo diría que es la belleza natural en forma de aroma. La rosa y el jazmín emiten unos olores que son pura delicia, emblemas de este tipo de fragancia de origen floral, pero muchas otras flores también nos hacen gozar. En este importante grupo de materias fragantes, las flores del naranjo (Citrus spp.), del ylang ylang (Cananga odorata) y de la mimosa (Acacia spp.) son los tres aromas florales de árboles que más se usan en los perfumes.

De la flor de la mimosa dicen que su olor es un milagro de la naturaleza, tan  dulce y reconfortante como el abrazo de una madre. El nombre “mimosa” («muy aficionada a caricias» según la RAE) le viene de maravilla. También el nombre de “aromo”, como se le conoce en Chile;  parece que su flor sea el aroma por excelencia, el más agradable de todos, o tal vez por la evocación más universal,  oler a abrazo de madre.

En realidad, aromo y mimosa son nombres aplicados a diversas especies de leguminosas. En perfumería se usan principalmente dos: la Acacia dealbata, de origen australiano, y la Acacia farnesiana, de origen americano, la preferida de los perfumistas, a ella voy a referirme en esta entrada.

La mimosa (A. farnesiana) es un árbol pequeño y espinoso, a veces arbusto, único por sus flores de color amarillo intenso, pequeñas, globosas, muy perfumadas, que florecen antes que ninguna a final de invierno.

Es originaria de América tropical, desde Texas y California hasta Perú. Actualmente se cultiva en Argelia, Marruecos y sur de Francia, principalmente en la región de Grasse, también en Oriente Medio y la India. Y se ha naturalizado en otras regiones tropicales, subtropicales y templado-cálidas, probablemente extendidas por la acción humana.

Crece bien en todo tipos de suelo, con régimen de lluvias hasta los 900 mm anuales. Ecológicamente es una especie importante porque es parte de la vegetación secundaria que sucede al bosque tropical caducifolio y es indicadora de sitios perturbados.

La especie tiene importancia económica. Se emplea como ornamental y para mejorar los suelos (fijadora de nitrógeno), y de ella se extraen colorante, curtiente, condimento, combustible, forraje, medicina herbolaria y el aceite esencial para perfumería.

La historia de su nomenclatura es curiosa y muestra lo caprichoso que puede ser el origen de un nombre botánico. Este árbol posiblemente era bien conocido y utilizado en la América prehispánica, recibiendo diversos nombres locales, por ejemplo huizache en México.

La primera referencia botánica en Europa es de 1625, por el botánico y médico Tobías Aldino, en su obra en latín “Exactissima descriptio rariorum quarundam plantarum, quae continentur Romae in Horto Farnesiano” (Descripción exacta de las plantas del Jardín Farnesio de Roma). Le llamó Acacia Indica Farnesiana; el epíteto latino farnesiana nos lleva así a la colina palatina de Roma, cerca del arco de Tito, donde en 1550 la familia noble Farnesio creó uno de los primeros jardines botánicos privados de Europa, el Horti Farnesiani, muy popular en el XVIII y XIX. Parece que los jesuitas, en 1611, llevaron semillas de mimosa desde su tierra nativa Santo Domingo, como regalo para el Cardenal Eduardo Farnesio, que las plantó en su jardín renacentista, donde serían descritas y dibujadas con gran precisión por Aldino.

Cuando en 1753, Linneo alumbra su obra “Species Plantarum”, marcando el nacimiento de la moderna nomenclatura botánica, asigna a este árbol el nombre Mimosa farnesiana, curiosamente eligiendo como referente la primera ubicación europea (siguiendo el criterio de Aldino) en vez del origen dominicano o americano. El vocablo genérico Mimosa procede del latín, mimus, y alude a las especies (como M. pudica) que se retraen cuando las tocamos, de ahí que a la mimosa también se la denomine “púdica”, “vergonzosa” y “sensitiva”.

Posteriormente, en 1806, el botánico alemán Carl Ludwig Willdenow, en la cuarta edición del “Species Plantarum”, reasignó la mimosa al género Acacia, con el nombre Acacia farnesiana. Quedó así incluida en un gran género de árboles y arbustos con más de 1300 especies distribuidas por todo el mundo.

Recientemente se ha comprobado que el gran grupo del género Acacia es polifilético (que deriva de varios ancestros) y se ha dividido en cinco géneros. La mimosa ha sido asignada al género Vachellia, que fue acuñado en 1834 por los botánicos Robert Wight y George Arnott, en su obra «Prodromus Florae Peninsulae Indiae Orientalis» (Flora de la India), estableciendo como especie tipo a Vachellia farnesiana, a partir de plantas cultivadas en la India. En esta ocasión, el nombre genérico Vachellia nos conduce a la región de Macao en el sur de China y guarda relación con el Reverendo G. H. Vachell (1799-1839), capellán de la fabrica de la Compañía Inglesa de las Indias Orientales en Macao, que recolectó plantas de la región y descubrió un número considerable de nuevos taxones.  Extraña historia la de este nombre botánico que asocia a la mimosa americana a un capellán inglés en Macao y a un palacio renacentista en Roma.

Por otra parte, el árbol recibe muchos nombres comunes diferentes en cada idioma. En Francia la llaman cassie, en inglés sweet acacia,  en México, huizache.

Desde los Jardines Farnesio, la especie fue introducida en la Provenza por el delicado olor de la flor, al menos a partir de 1825. Hoy la mimosa es la flor reina del invierno en la comarca de Grasse. La explosión de la floración es tan espectacular que de enero a marzo se organiza la “Ruta de la Mimosa” a lo largo de 130 kilómetros de la Costa Azul, cuando la tierra se cubre de oro y brilla entre el azul de mar y cielo.

Las descripciones de aromas de los expertos en perfumes amplían las sensaciones olfativas con matices visuales, táctiles, gustativos o sonoros. Así, a la fragancia de la mimosa la describen como un aroma floral con tono aterciopelado y tonalidad polvo. Tres escritoras del blog Fragantica encuentran en perfumes del mercado centrados en esta flor de oro estos matices sorprendentes:

De «Mimosa Pour Moi», dice Juliett Ptoyan,  que huele a color amarillo y que esta “eau» es como una montaña rusa de principios de primavera hasta el corazón del verano, fresca y caliente, picante y dulce.

De «Une Fleur de Cassie», cuenta Raluca Kirschner que huele como si cientos de dorados y esponjosos pompones de mimosa estuvieran rodando por una colina de sándalo tomando algunos tonos especiados de clavel en su camino, clavel que añade una especie de efecto de piel humana: un poema erótico en una botella.

Para Sandra Raicevic, el aroma de la mimosa representa a la perfección los días de verano en medio de un invierno frío y nevado que traen mucha felicidad y alegría.

Fruta del bergamoto, estallido brillante

Los olores de las frutas son muy atractivos para los pájaros y para nosotros; en este caso, los árboles sintetizan el aceite esencial en la piel del fruto. Los aromas de los cítricos son muy empleados en perfumes, especialmente el naranjo (Citrus aurantium) y el bergamoto (Citrus bergamia), el favorito de los perfumistas porsu carácter excepcional.

¿Qué tiene la esencia de bergamota? Es muy perfumada, con una acidez no aguda como en otros cítricos sino más sutil, resultando tan fresca que se considera “brillante”. También presenta una persistencia mayor que otros cítricos, lo que es muy importante para un perfume. Y armoniza con una amplia gama de mezclas de esencias, favoreciendo, además, que sus componentes se complementen entre sí. Es una de las notas más comunes en la paleta del perfumista. La versatilidad de la  bergamota es tal que la podemos encontrar tanto en las aguas de colonia más ligeras como en los perfumes más densos.

Si sois tan aficionados al té como yo, reconoceréis el aroma a bergamota en el famoso té Earl Grey, el té favorito del Conde Earl Grey (Primer Ministro británico de 1830 a 1834), que se popularizó a principios del siglo XIX y que sigue siendo predilecto de muchos té-adictos entre quienes me incluyo. El aroma de la bergamota también os puede resultar familiar por las aguas de colonia que todos hemos usado en algún momento de nuestra vida, porque es el principal componente de esta fórmula creada a principios del siglo XVIII como perfume ligero.

El árbol del bergamoto es pequeño de altura, conflores blancas muy perfumadas y una fruta esférica aplanada o piriforme, de pulpa verdosa, y corteza amarilla cuando madura.

Solo se conocen bergamotos de cultivos. En Asia tropical y subtropical, de donde proceden las especies del género Citrus, no se han encontrado bergamotos silvestres, así que su taxonomía ha sido muy discutida. La investigación genética sobre sus ancestros ha determinado que posiblemente sea un híbrido entre el naranjo amargo (C. aurantium) y la lima dulce (C. limetta). Hoy se acepta la clasificación como especie Citrus bergamia, aportada en 1819 por los botánicos Risso y Poiteau.

Sin saberse qué fue de este árbol antes, el bergamoto es citado por primera vez en 1714, en Colonia, Alemania, en los registros  de compras de ingredientes de la empresa de perfumes Eau de Cologne Farina, la marca de perfume registrada más antigua del mundo.

El Agua de Colonia Original (Original Eau de Cologne), fue creada a principios del XVIII por Giovanni Maria Farina. Era una solución de aceites esenciales diluidos en etanol al 4-8%, basada en esencias de limón, naranja, bergamota, mandarina, cedro, lima, pomelo y una mezcla secreta de hierbas.

Cuando se puso a la venta, el aroma sorprendió enormemente. Era una fragancia muy fresca, opuesta a los cargados perfumes que se usaban entonces. Goethe, Voltaire, Napoleón, la reina Victoria y otras personalidades se volvieron locos por ella; gracias a lo cual, el agua de Colonia se exportó a todo el mundo. Y el mundo descubrió el aroma y el nombre del bergamoto.

La primera plantación de bergamoto conocida aparece registrada en 1750 en el  sur de Italia, en la provincia de Reggio Calabria, en una pequeña franja de 150 km de la costa jónica. Desde entonces ese enclave no solo es uno de los escasos lugares donde su cultivo prospera sino que además ha sido el principal productor de bergamoto del mundo. Un pequeño rincón del Mediterráneo con clima subtropical húmedo templado, al resguardo de los vientos por las colinas circundantes, donde el bergamoto, parece encontrar cuanto necesita para desarrollarse y dar de sí la mejor esencia.

Hoy en día en Reggio hay 1500 ha dedicadas al bergamoto, que producen una media de 100.000 kg de aceite esencial de la mayor calidad. El bergamoto se cultiva en otras partes del mundo como Costa de Marfil o Marruecos, pero esas tierras no dan un aceite de la calidad del de Calabria.

El misterio de su origen ha dado lugar a que circulen diversas teorías sobre la procedencia del nombre bergamoto. Unos autores atribuyen el origen a distintas ciudades mediterráneas: Bérgamo, ciudad del norte de Italia; Berga, ciudad de provincia de Barcelona; Pérgamo, ciudad de Turquía.

Otra teoría bastante aceptada es que procede del turco “Beg ar mundi”, expresión traducida comúnmente como “pera del señor”. Sin embargo, H. Chapot, en su monografía Le bergamotier de 1962, descarta esta etimología por considerar que la aparición de la bergamota en Turquía es bastante moderna, además traduce la expresión árabe como “princesa de las peras”, debido al hecho de que, para mayor confusión, existen diferentes variedades de peras (Pyrus spp) que llevan el nombre de bergamota. Chapot sostiene que el bergamoto habría surgido en Calabria o Nápoles,  en forma de plántulas, probablemente como un híbrido, entre los siglos XIV y XVI.

El árbol de bergamoto se cultiva sobre todo para la extracción de esencia, que se extrae de la fruta verde inmadura. Pero también se obtienen de él otros productos: jugo de bergamota de alto contenido en acido cítrico; fruta confitada, a partir de bergamota verde; esencia de fruta amarilla madura para saborizante del té “Earl Gray” y de los famosos caramelos franceses “Bergamotes de Nancy” (desde 1850); esencia de “bergamotella”, de frutas inmaduras caídas al suelo, para uso en farmacia; y esencia del fruto verde cenizo para licores.

Hasta los años 90 del siglo pasado, el aceite esencial también se usaba en bronceadores, pero se descubrió que uno de sus componentes favorece la aparición de melanomas malignos y este tipo de productos se prohibió. La sustancia fotodañina es la furanocumarina, compuesto también conocido como psoraleno y bergapteno, presente en el residuo no volátil del aceite. En la actualidad, al aceite esencial de bergamoto para perfumes se le extrae previamente la furanocumarina.

Los principales componentes aromáticos del aceite esencial de bergamota son el acetato de linalilo, que aporta cierta frescura afrutada, y el linalol que huele más floral. El linalol también es componente del cilantro y la lavanda, de hecho el olor del bergamoto tiene afinidad con el de estas hierbas aromáticas.

La esencia de bergamota se usa en diferentes proporciones en casi todos los perfumes modernos.  En pequeñas dosis, según los perfumistas, añade brillo,  y en grandes cantidades, aporta un fondo radiante a otros aromas.

Son muchos los perfumes que incorporan la bergamota. La “Eau Sauvage” de Dior, creada en 1966 para hombres, contiene un 40% de bergamoto. La propia empresa describe en su web que  “su olor efervescente transmite la pureza cristalina y tonificante de los manantiales de agua mineral y hace un guiño a la fuerza más salvaje e instintiva de la virilidad”.

Shalimar, 1930

Shalimar, 1930

El perfume “Shalimar” creado en 1925 por la casa Guerlain contiene 30% de bergamota, y muchos coinciden en que es donde se puede explorar este aroma en toda su plenitud. Shalimar está inspirado en la historia de amor del emperador de la India, constructor del Taj Mahal, Shah Jahan, con su esposa favorita, la princesa Mumtaz Majal. El perfume, indica la casa Guerlain, se abre en un estallido de bergamota, le siguen delicadas notas florales en forma de sobredosis estructurada de rosa, jazmín y lirio, y termina con una estela de la adictiva vainilla.

El Agua de Colonia Original, descubridora del aroma del bergamoto, Farina la describió como “un amanecer italiano, con narcisos de montaña y azahares de naranjos después de la lluvia, que refrescaba y reforzaba los sentidos y la fantasía”.

La madera de sándalo, aroma sagrado

Otro grupo importante de materias aromáticas son las maderas de los árboles, aunque también se cuelan plantas no arbóreas con ese olor “amaderado” como la raíz de la hierba vetiver y las hojas del arbusto pachuli.

Según la clasificación tradicional (expuesta en el Museo de Grasse), las maderas aromáticas de árboles más usadas son las de cedro, sándalo y abedul. En otras clasificaciones, sin embargo, el grupo es muy amplio, incluye árboles aromáticos de clima templado muy conocidos como araucaria, abeto balsámico, alerce, ciprés, pino, tuya,  higuera, sicomoro, manzano, almendro o ciruelo, y otros tropicales exóticos como palosanto, jacaranda, eucalipto, teca, ébano, baobab, nim, oud. Existen pocas fragancias que no incluyan maderas.

En ese amplio abanico de maderas como materias para perfumes, el sándalo (Santalum album) ocupa sin duda un lugar destacado. Es uno de los ingredientes de perfume más antiguo que se conocen, lleva siglos siendo usado por sus cualidades fragantes, medicinales y escultóricas, y es un árbol con valor espiritual considerado sagrado en la India.

sandalwood

El olor del sándalo se califica como aroma de madera clásico, exótico y oriental. Frente a otras maderas de olores que evocan aires frescos como el pino o el cedro, el del sándalo se percibe como un aroma profundo, acogedor, con matices cremosos, lechosos y dulces. Y muy persistente, la madera retiene el aroma durante décadas.

El sándalo es un pequeño árbol tropical, de la familia de las santaláceas. Siempreverde y longevo, tiene hojas finas y colgantes, flores pequeñas color púrpura y frutos globosos pequeños. En la India crece hasta los 20 metros de altura, menos en otros enclaves. Tiene la particularidad de ser un árbol hemiparásito, parasita las raíces de otras plantas de su entorno mediante unas estructuras llamadas haustorios, emitidas de sus propias raíces, así obtiene algunos nutrientes como fósforo, potasio y nitrógeno. Es pariente del muérdago (Viscum album), otra santalácea nativa de Europa también semi-parásita, que es utilizado como adorno navideño. Su hábitat natural es el bosque tropical caducifolio seco.

Se considera nativo de la India, China, Indonesia y Filipinas. En el norte de Australia también se encuentra, no se sabe si de origen nativo o plantado.  Algunos botánicos consideran que fue introducido en la India desde la isla indonesia de Timor, pero hay testimonios de su presencia en India desde hace 23 siglos, ya que aparecen referencias a él en el Mahabarata (300 años a.C.). Hoy crece en los estados indios de Karnataka, Tamil Nadu, Kerala y Andra Pradesh, y la India es el principal productor mundial.

La madera es de textura fina, muy resistente a hongos e insectos. La albura es blanca e inodora mientras que el duramen es amarillento y fuertemente aromado. En el pasado se usaba para construir barcos y templos. También se usa para tallar figuras. Y desde luego en perfumería así como en medicina tradicional.

El nombre genérico Santalum procede del griego santalon y este del sánscrito candanam, traducido como “madera para quemar incienso”; su nombre hindi es santal. El epíteto album se refiere al color blanco de la albura. El género tiene unas 25 especies, algunas también aromáticas con uso comercial.

El alto valor del sándalo ha llevado a la extensión de su área de distribución. Las esencias procedentes de India son la de mayor calidad y la de Mysore (estado de Karnataka) la más valorada de todas.

Desde 1998 la UICN considera al sándalo dentro de la categoría de “especie vulnerable”, por las amenazas del fuego y el pastoreo y sobre todo por la intensa explotación de la madera para aceite esencial y mobiliario. Como medidas de conservación, el Gobierno de India ha prohibido la exportación de la madera, ha declarado al árbol de propiedad estatal y ha proclamado leyes protectoras; a pesar de ello hay un alarmante tráfico ilegal de madera.

El aceite esencial de sándalo se obtiene por maceración y destilación de las raíces y el duramen de la madera, pulverizados y secos. El tronco del árbol contiene la mayor cantidad de aceite en la madurez, cuando el árbol tiene entre 40 y 80 años, la obtención es costosa y la esencia extraída tiene un precio alto.

En las medicinas tradicionales de India, China y otros países de su región nativa se usa el aceite esencial de sándalo desde antiguo. El principio activo terapéutico es el santalol, que constituye el 90% del contenido del aceite, y es el que protege al árbol. Una de las propiedades reconocidas es la de mejorar las dolencias de la piel. También se le atribuyen propiedades antiinflamatorias, antifebriles y bactericidas.

En la India, el sándalo forma parte de los ritos espirituales. En los templos y en los altares domésticos se quema inciensos de sándalo para recordar lo fragante que es el reino de los dioses. En las prácticas de meditación, el humo de sándalo suele estar presente porque se considera que calma y enfoca la mente. Hay deidades talladas en madera de sándalo y rosarios realizados con las semillas. En las ceremonias religiosas se prepara una pasta de sándalo, llamada “chandanam”, que se aplica en la cabeza, pecho o cuello, así como en las figuras de diosas y dioses.

Según un relato mítico, la diosa Parvati, esposa de Shiva, creó a Lord Ganesha de sándalo, amasando la figura con la pasta “chandanam” e insuflándole después un soplo de vida.

El olor del sándalo es muy diferente a otros aromas de madera. La nota amaderada es delicada y sutil, en conjunto es una fragancia rica, fresca y balsámica, dulce y brillante. Se le atribuye poder afrodisíaco. La esencia de sándalo, usada en pequeñas proporciones, es un fijador que realza las otras fragancias y mezcla bien con la mayoría de los aceites.

Hay muchas fragancias que se basan en el sándalo. “Trayee”, de Neela Vermeire, es una fragancia de 2012 que representa según sus creadores el paisaje espiritual de la época védica. Contiene ingredientes naturales usados en las ceremonias védicas que van desplegándose sucesivamente provocando puras sensaciones de la India, de la vaporosa impresión del humo del sándalo ardiendo al olor a polen de jazmín sobre la piel, siguiéndole el aroma de una ofrenda de flores.

Estamos en diciembre cuando escribo esta entrada. En televisión emiten todo tipo de anuncios de perfumes con imágenes atrayentes y nombres enigmáticos. Ninguno nombra árboles. En París en estos días abren un nuevo museo, el Grand Musée du Parfum, donde seguro aguardan nuevas experiencias y revelaciones.

He sido impermeable a estos productos durante toda mi vida, ahora sin embargo me rindo ante la riqueza de este conocimiento antiguo y renuevo mi asombro por la belleza de estas materias sutiles, los olores, aromas, fragancias, que los árboles aportan a nuestro mundo. Quizás esta Navidad regale perfumes, eso sí, asegurándome que contengan esencias de árbol. Tal vez en esas esencias etéreas haya algo más que compuestos químicos, tal vez sea ahí donde se concentre el alma de los árboles.

Escrito por Rosa, 22 de diciembre de 2016

Fuentes
Museo de la perfumería de Grasse
Descripción de Acacia farnesiana, CONABIO, México
Conservación de Santalum album según UICN
Monografía sobre el bergamota de H. Chapot de 1962
Blog Fragantica
Blog Bois de jasmin

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Mientras ella hablaba, la tierra vino a cubrirle las piernas, se le rompen las uñas y por ellas se extiende una raíz atravesada, fundamento de su largo tronco, los huesos cobran dureza, y mientras su médula sigue ocupando la región central, la sangre se convierte en savia, los brazos en grandes ramas, los dedos en pequeñas, y la piel se le endurece en calidad de corteza. Y ya el árbol que la va invadiendo le había apretado el grávido vientre y sepultado el pecho, y estaba a punto de taparle el cuello: no soportó ella la espera, y, saliendo al encuentro de la madera que se le acercaba, se hundió en ella y sumergió en la corteza el rostro. Y aunque ella perdió, a la vez que el cuerpo, sus antiguos sentidos, llora sin embargo, y del árbol manan tibias gotas. También sus lágrimas tienen calidad, y la mirra que destila el tronco conserva el nombre de su dueña y ninguna época dejará de celebrarla. [1]

La transformación de la princesa Mirra en árbol contada por Ovidio es de una belleza arrebatadora. El poeta romano (siglo I) recopiló de la tradición oral de los antiguos pueblos mediterráneos el origen mítico del árbol de la mirra y legó a la posteridad un admirable testimonio del prestigio que la mirra disfrutó en aquellos lejanos tiempos. Otros escritores latinos también narraron la historia de Mirra, pero la versión de Ovidio es de tal calidad literaria y simbólica que ha sido la predilecta de poetas y artistas desde entonces. Pero ¿qué es la mirra? ¿Por qué tan celebrada?

Mirra_Resina

Cuando compré mirra a la vendedora de inciensos en la calle Córdoba de Sevilla, me dio unas piedrecillas de formas irregulares medio traslúcidas y pardo rojizas. La sustancia es resina, el fluido que exuda el árbol de mirra (Commiphora myrrha) cuando se le hace una incisión y se endurece al contacto con el aire.

El extraordinario mérito de esa sustancia arbórea es algo tan sutil e intangible como la emisión de compuestos aromáticos, la emanación de un olor cautivador al quemarse. En el humo fragante que se eleva hacia el cielo, los pueblos pretéritos vieron un medio de llegar a la morada de los dioses y complacerlos con el agradable perfume. Por esa cualidad sensorial tan etérea y sublime, desde los albores de las civilizaciones ocupó un papel significativo en la vida espiritual de los pueblos.

Pero el aroma de la mirra no solo era valioso para lo sagrado, sino también para la vida terrenal, por el perfume que se extraía de la resina, y para la salud, gracias a las propiedades curativas de sus aceites esenciales.

En la cultura católica donde he crecido, la mirra es conocida sobre todo por haber sido uno de los regalos simbólicos de los Magos de Oriente al niño Jesús, junto a oro e incienso (Evangelio según San Mateo, 2, 1-12). Este episodio bíblico da idea también de que en la antigüedad el valor de la mirra (y del incienso) era comparable al del oro. Hoy sigue siendo usada en ritos religiosos, en perfumería y farmacia. Pero como pasa con muchas materias de la vida cotidiana que proceden de árboles, su fuente, el árbol de la mirra, es un desconocido, una bruma de tiempo y distancia lo hace invisible.

El pequeño árbol que llora

En contraste con el alto valor de su resina, el árbol de la mirra es poco espectacular, es pequeño (5 m), espinoso, de tronco suculento apropiado para vivir en zonas muy áridas tropicales del Sur de Arabia, en territorios de Omán y Yemen, y nordeste de África, en Somalia, Etiopía y Eritrea.

Árbol de la Mirra

El epíteto genérico deriva del griego kommis y phora, que significa productor de goma. El de la especie, procede del hebreo (mor) y del árabe (mur) y significa amargo, en relación a su sabor.

Commiphora myrrha es una especie muy variable en forma y tamaño de las hojas lo cual muchas veces dificulta la identificación. Aunque es la fuente principal de la mirra, hay al menos otras diez especies de Commiphora de las que también se comercializa su resina, entre las que destacan: C. africana, por su resina llamada ‘bdellium’; C. gileadensis productora del ‘bálsamo de la Meca’; C. erythraea de la resina ‘bisabol’; y C. wightii, que produce la goma ‘gugul’ también conocida como ‘bdellium’.

Pertenece a la familia Burserácea caracterizada por árboles que poseen en la corteza  conductos por donde excretan resina olorosa. Otras resinas “espirituales” de la misma familia son el olíbano arábigo (Boswellia sacra) y el copal americano (Bursera copal). Otras familias de árboles también producen resinas usadas en rituales como el carísimo oud (Alquilaria y Gyrinops) o el benjuí (Styrax benzoin). El sándalo (Santalun álbum) es otro incienso espiritual milenario que se obtiene de su madera.

Cada especie de árbol aporta un aroma propio. La resina se quema sola o mezclada con otros ingredientes como especias y maderas. A la mezcla se le denomina genéricamente “incienso”, aunque en sentido estricto ese término se refiere a la resina de Boswellia sacra considerada el incienso puro, también llamada olíbano o frankincienso, y tan valorado como la mirra desde siempre. La palabra ‘incienso’ procede del latín, incesum, y hace referencia (según la Real Academia de la Lengua) a ‘toda materia quemada en un sacrificio’, se aplica pues a todas las resinas que se queman.

La pasión por la mirra y el alto coste que había que pagar por ella, llevó a una reina-faraón de Egipto del siglo 15 a. C. a intentar poseer la fuente misma, el árbol. La Reina Hatshepsut organizó una legendaria expedición al país de Punt (en la Somalia actual) donde crecían los árboles de mirra, y trajo un barco cargado de semillas y plantas para cultivarlas. El intento forestal fracasó, pero la historia es un interesante ejemplo de cuánto se puede desear el regalo de los árboles. También atestigua uno de los primeros experimentos de cultivo de árboles de perfume. La fabulosa aventura está registrada en la decoración del templo funerario de la reina, en Deir el-Bahari (necrópolis en la ribera del Nilo frente a Luxor, antes Tebas).

Mensajera de los dioses, la mirra espiritual

El olfato es un sentido sublime. Nos conecta con vivencias, con emociones pasadas, con lugares recónditos de la mente, con el silencio interior. En esa conexión con lo más íntimo podría residir la trascendencia que los humos aromáticos tuvieron en la comunicación con la divinidad. A través del humo fragante se abrían las puertas a la experiencia del espíritu.

Las principales culturas de la Antigüedad usaron humo perfumado en sus prácticas religiosas: Asiria, Egipto, Grecia, Roma, China, India, Japón. De hecho, la palabra perfume proviene del latín per y fumare, que significa a través del humo, el modo en que se difundían las fragancias.

La Biblia está llena de referencias a los aromas. En el texto sagrado, es Dios mismo quien ordena que se usen los perfumes, incluso prescribe recetas de los ingredientes aromáticos que deben llevar las ofrendas o la fórmula de los óleos sagrados (en los que la mirra es esencial). Para el Dios judío, para Mahoma o Buda, el olor es señal de virtud; un cuerpo sucio y maloliente atrae a los demonios, mientras que oler bien atrae a los ángeles protectores.

Muchas de estas prescripciones religiosas tenían una componente utilitaria, la difusión del aroma también neutralizaba los malos olores de las multitudes y limpiaba el aire de posibles contagios. El enorme incensario de la catedral de Santiago de Compostela, el Botafumeiro (53 kilos y 1,5 m de altura) fue construido en el siglo XI, con el fin de purificar el aire viciado por cientos de peregrinos malolientes tras numerosos días de caminatas que dormían en el interior del templo.

La fragante nube que se eleva a la esfera celestial, morada de la divinidad, en sí misma es una metáfora de la limpieza espiritual y corporal. Mahoma consideraba al humo sagrado un poderoso auxiliar para producir el éxtasis religioso. Y no es un aserto infundado, porque las moléculas del aroma producen el efecto de aquietar la mente, con lo que favorecen estados de meditación y contemplación, y disponen al espíritu para la comunicación mística.

La mirra, a diferencia de otros inciensos y resinas, tiene también relación con la muerte y el dolor. Los egipcios la usaban para embalsamar a sus muertos. Impregnaban el interior del cadáver y las vendas que lo cubrían con mirra, canela y otras sustancias aromáticas; durante el cortejo fúnebre se quemaban cantidades elevadas de mirra para paliar el olor a podredumbre; y en la cámara mortuoria se dejaban jarrones con mirra e inciensos para acompañar al viaje al más allá. Cuando abrieron tumbas de faraones, se encontraron fórmulas de perfumes en los muros y recipientes que todavía olían ¡después de 3000 años!

Por estos usos, la mirra se ha considerado emblema de la muerte, el sufrimiento y el dolor. De ahí proviene que algunos teólogos hayan interpretado la mirra que los Magos regalaron al niño Jesús como símbolo y presagio del dolor y la muerte que sufriría Cristo como hombre.

En la actualidad, el humo aromático sagrado sigue presente en ritos religiosos de los cristianos católicos y ortodoxos, judíos, budistas e hinduistas.

Puesto de inciensos

Sevilla es una ciudad con aroma de inciensos, un caso ejemplar del vigor de esta tradición religiosa. Existen vendedores de inciensos en las calles, algo poco usual en otras urbes. Cada iglesia cuenta con una Hermandad de fieles encargados de sacar en procesión imágenes de la Virgen y de Jesucristo en Semana Santa y otras fechas. Aromatizar el paso con humo sagrado es tan importante en las procesiones que cada cofradía usa su propia mezcla de inciensos para distinguirse de las demás. Por el aroma se sabe muchas veces por donde está un paso. Por ejemplo, la Hermandad del Cristo del Amor incluye en mayor proporción olíbano en polvo, pero también granos de olíbano y mirra, hojas de romero y cáscaras secas de limonero y naranjo amargo. O la Hermandad del Silencio, que realiza su propia mezcla cuya fórmula data del siglo XVI y está recogida en el Libro de Reglas de la Archicofradía. En Semana Santa, Sevilla es toda olor a incienso.

Perfume de amor, la mirra carnal

En un principio los aromas únicamente se usaban en los rituales religiosos, pero pronto pasaron a la vida cotidiana. Ya los egipcios usaron unturas perfumadas para el aseo personal. Se aromatizaban las casas, también el cuerpo como señal de purificación, y más tarde como parte del arte de la seducción. El dulce aroma de la mirra poseía un gran poder de atracción. Con mirra se perfumaba el lecho de amor para estimular el encuentro sexual entre los amantes. Incluso perfumarse con mirra llegó a ser un requisito indispensable. En el bíblico Libro de Ester, se cuenta que la joven hebrea tuvo que purificarse con mirra durante seis meses para poder ser presentada ante el gran rey persa Asuero, y casarse con él.

En el poema de amor el Cantar de los Cantares, de Salomón, el perfume de la mirra aparece como símil del amante mismo:

Mi amado es para mí un manojito de mirra,
que reposa entre mis pechos.

6-Myrre Ardente o.1659Como perfume, el olor de la mirra pertenece a la familia olfativa de los olores balsámicos. Es un olor sutilmente especiado, cálido, y también refrescante como suelen ser los bálsamos. Tiene asimismo un matiz de oriente, como lugar fértil de clima apacible que anima a disfrutar de los placeres de la vida. Y desde luego es un aroma con resonancias de lo espiritual.

Desde aquella lejana época de perfumes en aceites y ungüentos, la perfumería ha evolucionado mucho. Con nuevas técnicas de extracción, descubrimientos de componentes químicos para fijar y potenciar los aromas y la capacidad de sintetizar  fragancias, hoy los perfumistas disponen de más de 4000 ingredientes odoríferos. Entre tantas opciones, el perfume de mirra no conserva el papel importante de antaño, pero sigue siendo un ingrediente noble de las fórmulas e incluso a veces protagoniza propuestas renovadoras que recuperan los aromas puros antiguos, como es el caso de la fragancia Mirra Ardente de la casa Annick Goutal (París).

Defensora del árbol, la mirra curativa

myrrh-resinLa resina es un fluido vital de los árboles que se produce como defensa ante ataques de insectos, bacterias, hongos y otros agentes patógenos. La resina que defiende al árbol, también tiene un efecto curativo sobre cuerpo y mente humanos, efecto conocido y aprovechado desde la Antigüedad.

En el siglo XVI, la mirra y el incienso seguían siendo medicinas. Shakespeare no era ajeno a tal conocimiento, pues incluyó una nota testimonial en su tragedia Otelo, el moro de Venecia:

Esperad; una palabra o dos antes de marchar. Os ruego que cuando contéis en vuestras cartas esos desgraciados hechos, habléis de mí, como soy: de uno cuyos ojos afligidos, aunque desacostumbrados al ánimo de derretirse, vierten lágrimas tan deprisa como los árboles de Arabia su savia medicinal. [2]

La mirra medicinal se usa de distintas maneras. Cruda, sin procesar, quemándose, en baños de humo terapéuticos. Destilada, se obtiene el aceite esencial que tiene sus propias cualidades curativas. Y en extracto, otro modo de aprovecharla. Las tres formas emiten aroma por la presencia de aceite esencial. Otros modos de aplicarse es en baños con esencias, inhalaciones de vapores, frotaciones con ungüentos y linimentos, masajes con aceites, imposición de compresas impregnadas, y en perfume con fines curativos. También se ingiere, mezclando con otros líquidos para paliar su sabor amargo.

En la medicina tradicional china, en la Ayurveda india, y en otras tradiciones médicas de países donde crecen los árboles silvestres, la mirra se ha mantenido siglos tras siglos como un remedio eficaz contra numerosas dolencias. Este intenso y duradero uso medicinal ha llamado la atención de etnofarmacólogos occidentales. La composición química de la resina es una mezcla compleja de ácidos resínicos, terpenos, ácidos grasos, alcoholes y agua. Se han aislado 300 metabolitos secundarios y se han confirmado los amplios efectos farmacológicos de la mirra. Se ha demostrado la eficacia para el tratamiento de inflamación, artritis, infección microbiana, heridas, dolor, traumas, tumor, obesidad y enfermedades gastrointestinales. Como recurso natural, el árbol de la mirra tiene un potencial terapéutico aún no suficientemente aprovechado que puede ayudar al desarrollo de las poblaciones indígenas que explotan la resina.

La ruta del perfume, la mirra viajera

Desde las inhóspitas tierras tórridas donde en silencio lloran los árboles de la mirra, hasta los pebeteros sagrados del mundo antiguo, la mirra debía recorrer un largo camino por paisajes de fábula.

La creciente demanda de especias y perfumes de los pueblos mediterráneos llevó al desarrollo de una extensa red de rutas comerciales conectando Occidente con Oriente por tierra y mar. Estas rutas conectaban India y Arabia con Mesopotamia, Siria, Israel, Egipto, Grecia y Roma. Una de las principales era la famosa “Ruta de la Seda” entre China y Europa. Menos conocida es la “Ruta del Incienso y la Mirra”, que se iniciaba en el sur de la Península Arábiga donde crecen los árboles productores de aromas.

Desde el sur de Arabia transcurría una ruta paralela al Mar Rojo y se ramificaba en  distintos caminos según el destino final: una, hacia Mesopotamia; otra, hacia Petra, desde donde se distribuía al norte, a Damasco, al oeste, por Israel hasta Gaza y desde ahí a Egipto o Grecia y Roma en Europa. Otra ruta atravesaba el desierto de Néguev hasta la ciudad portuaria de Gerrha, en el Golfo Pérsico, y de allí a Mesopotamia, Israel y Europa.

El transporte se realizaba en caravanas de miles de camellos cargados con los bienes de lujo demandados en aquella época: mirra y olíbano arábigos; especias, ébano y textiles finos de India; y maderas nobles, pieles y plumas de animales, y oro de África. Además de la mercancía, transportaban comida y agua. Realizar todo el viaje desde Sur Arabia a Gaza duraba alrededor de medio año.

En puntos estratégicos de los 2400 km de la ruta emergieron ciudades, fortalezas y caravasares (posadas destinadas a las caravanas) para servir y proteger de los ladrones la cara mercancía. Aunque bien organizado, el transporte de los perfumes y especias era un periplo largo y peligroso, a causa de las duras condiciones del desierto y de la constante amenaza de robos. Se pagaban grandes impuestos por agua, comida, forraje, seguridad, por todo. El precio final de la mirra y demás bienes era muy alto. Un ejemplo de su valor es que en el año 890 a. C. el regalo de los reinos arameos al rey de Asiria consistió en bolas de mirra. La ruta generó grandes riquezas a los reinos arábigos, riqueza que animó a costear unas admirables obras agrícolas para asegurar el abastecimiento de las caravanas en el yermo desierto, obras de las que aún quedan vestigios.

Cuando en el siglo II d. C., Roma abrió una vía de navegación directa al sur de Arabia e India, la importancia de la ruta arábiga comenzó su decadencia. Por el siglo IV, con la expansión de la cristiandad, se abandonaron prácticas litúrgicas y bajó la demanda de inciensos y de perfumes y cosméticos. El comercio de especias y resinas no cesó pero disminuyó y nunca volvió a alcanzar el antiguo esplendor. La ruta del perfume se apagó y las ricas ciudades fueron gradualmente abandonadas al desierto; hoy solo quedan sus restos arqueológicos. Tanto la Tierra del incienso en Omán como las ciudades del desierto de Néguev (hoy Israel) han sido declaradas Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.

Con el tiempo, el comercio de la perfumería fue de nuevo recuperando adictos y evolucionando hasta alcanzar un renovado auge en el presente siglo XXI. La mirra sigue siendo un producto del mercado mundial para fragancia, incienso y farmacia, si bien en un volumen muy inferior al de antaño.

Hoy la mirra no viaja en fabulosas caravanas atravesando desiertos repletos de malhechores con turbantes, pero sigue trasladándose desde los territorios arbolados a los rincones del mundo donde la demandan. En el mercado actual, las lágrimas perfumadas proceden, en primer lugar de Etiopía, con una producción anual de 1200 toneladas; de Somalia con 700 t; y de Kenia con 620 t (datos de la FAO). Arabia tambien produce mirra pero en menor cuantía. Desde el Cuerno de Africa, la mirra sale con destino a China, el mayor importador del mundo; también a Europa, que consume la mitad que China; Estados Unidos es el tercer destino con un consumo muy bajo; y Arabia. La ruta de la mirra de ahora es poco conocida, pero ese desconocimiento contribuye a realzar su misterio, su aura de árbol mítico, el augurio de un secreto fabuloso solo alcanzable a quienes se atreven a descubrirla.

Más bello que el amor mismo

Volvamos al poema épico de Ovidio, donde dejamos a la princesa-árbol llorando lágrimas de savia, para disfrutar de otra escena fascinante de la narración. La bella Mirra tuvo amores con su padre, el rey de Chipre, fue castigada y convertida en árbol, y bajo esa forma dio a luz a su hijo Adonis, un ser tan hermoso que hasta la misma diosa del Amor se enamoró de él.

Villenave para Metamofosis de 1807.

Grabado de Villenave (1807).

Mas la criatura concebida en el pecado había crecido dentro del tronco y buscaba camino por donde, abandonando a su madre, pudiera situarse en el exterior: en mitad del árbol se comba hacia fuera el grávido vientre. La carga produce a la madre una tensión; pero sus dolores carecen de palabras para expresarse, la parturienta sin voz no puede invocar a Lucina. Sin embargo su apariencia es la de una mujer que está en el trance de dar a luz, y el árbol se inclina y profiere frecuentes quejidos y se humedece con las lágrimas que le caen. Junto a las ramas doloridas se detuvo Lucina propiciadora, le puso las manos encima y pronunció palabras que producen el parto: el árbol se resquebraja, y una vez hendida la corteza hace salir su carga viva, y un niño da un vagido; las Náyades lo colocaron sobre la blanda hierba y lo ungieron con las lágrimas de su madre.

Las palabras tienen poder. Conectan. Trazan puentes invisibles entre las almas sensibles y lo que les rodea. Las de Ovidio nos llevan al corazón del árbol de la mirra.

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[1] Publio Ovidio Nasón. Metamorfosis. Texto revisado y traducido por Antonio Ruiz de Elvira. (UM). Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Madrid, 1988. Vol. II (Libro X). Pág: 185-194.
[2] William Shakespeare. Tragedias. Otelo: el Moro de Venecia. Traducido por Jose M. Valverde. RBA Editores. Barcelona 1994. Extracto del parlamento de Otelo en Acto V, escena II, pág. 327.

Escrito por Rosa, Jueves Santo 24 de marzo de 2016.

La mirra en Wikipedia
Artículo de «20 minutos»sobre vendedores de inciensos en Sevilla
El mercado mundial de mirra y olíbano (FAO)