El escritor uruguayo Mario Benedetti (1920–2009) detuvo su mirada en los árboles del mundo y les escribió este poema maravilloso:
De árbol en árbol
Los árboles
¿serán acaso solidarios?
¿digamos el castaño de los campos elíseos
con el quebracho de entre ríos
o los olivos de jaén
con los sauces de tacuarembó?
¿le avisará la encina de westfalia
al flaco alerce de tirol
que administre mejor su trementina?
y el caucho de pará
o el baobab en las márgenes del cuanza
¿provocarán al fin la verde angustia
de aquel ciprés de la mission dolores
que cabeceaba en frisco
california?
¿se sentirá el ombú en su pampa de rocío
casi un hermano de la ceiba antillana?
los de este parque o aquella floresta
¿se dirán de copa a copa que el muérdago
otrora tan sagrado entre los galos
ahora es apenas un parásito
con chupadores corticales?
¿sabrán los cedros del líbano
y los caobos de corinto
que sus voraces enemigos
no son la palma de camagüey
ni el eucalipto de tasmania
sino el hacha tenaz del leñador
la sierra de las grandes madereras
el rayo como látigo en la noche?
En solo treinta versos el poeta nos lleva de árbol en árbol en un viaje de exploración botánica, forestal, geográfica y emocional.
El poema rezuma árboles. Al paso de la lectura, conectamos nada menos que con quince árboles distintos de diferentes lugares del mundo, árboles de nombres vibrantes, cada uno a su manera extraordinario: el quebracho, el baobab, la palma real, la ceiba, el ombú, el alerce, el caobo, el olivo, el castaño de Indias… Son árboles intensos, generosos, de grandes cualidades; algunos considerados sagrados por los habitantes locales; otros sobreexplotados por atesorar alguna materia codiciada (madera, resina, taninos o frutos); todos con una historia fascinante por descubrir. Como buscadora de árboles y persona curiosa, no he resistido la tentación de rastrear la senda que el poeta propone para tratar de adivinar los motivos por los que ha elegido estos singulares árboles.
Los bellos castaños de Indias (Aesculus hippocastanum), que ornamentan la famosa avenida de París, son árboles admirados y mimados como árbol de jardín, y valorados por sus poderes curativos. Entre Argentina, Bolivia y Paraguay, en la Región de Entre Ríos, los quebrachos o “quiebra-hachas” (Schinopsis balansae y S. lorentzii) producen su madera, de dureza excepcional casi imputrescible, y taninos excelentes para curtiduría, materias ambas por las que arriesgan su supervivencia. El mar de olivos (Olea europaea) de Jaén es una estampa propia de mi geografía mediterránea, estos árboles verde-grisáceos trabajan para producir buenas aceitunas que den el apreciado oro líquido. Saltando a Uruguay, a Tacuarembó, donde durante un tiempo vivió Benedetti, en el nacimiento del afluente Cinco Sauces, los sauces llorones (Salyx babylonica), de particular porte atractivo, proporcionan la base de las medicinas de los indígenas.
En los Alpes, en la región que fue el Tirol, entre Austria e Italia, en medio del frío alpino el alerce (Larix decidua) segrega su resina por las cortaduras que le abren para recogerla y que llegará a ser la afamada trementina de Venecia, disolvente y medicinal. En la región amazónica de Brasil, en el estado de Pará, el árbol del caucho (Hevea brasiliensis) sangra el látex de las incisiones que le hienden en la corteza, ajeno a las luchas entre los países del mundo por su comercio. En África, el original y colosal baobab (Adansonia digitata), que el poeta sitúa en una provincia de Angola, almacena miles de litros de agua en su tallo enorme mientras es respetado como árbol sagrado y protagoniza leyendas y mitos ancestrales, y con su abundancia alimenta, cobija y cura entretanto discurre su longeva vida. En California, el ciprés de Monterrey (Cupressus macrocarpa) adorna la Misión Dolores de San Francisco, resistiendo los vientos y mareas del Pacífico.
En la pampa argentina, el ombú o bellasombra (Phytolacca dioica) sobresale en el horizonte plano con su figura portentosa y refugia y refresca bajo su sombra húmeda. En Centroamérica, la ceiba inmensa y plena (Ceiba pentandra) sobrecoge; árbol sagrado de los mayas, nahuas, tahínos y otras culturas, beneficia con sus propiedades curativas y con los productos que provee, el más estimado la fibra de las envolturas algodonosas de sus semillas. En las montañas de oriente medio, el elegante cedro del Líbano (Cedrus libani), del que también disfrutamos en jardines y en forma de aceite esencial, crece recordando su pasado bíblico. Los caobos (Swietenia macrophylla) de Centroamérica, producen su hermosa madera fina tan valorada. La bella palma real (Roystonea regia), en otro tiempo predominante en Cuba y hoy cultivada extensamente en jardines, provee como todas las palmeras abundantes bienes, incluso el espiritual como árbol sagrado para algunas religiones cubanas. En Tasmania crece el eucalipto gigante (Eucaliptus regnans) que llega a los 100m de altura y es valorado por su crecimiento rápido y su producción de madera.
Además de árboles, el poema destila emociones. De verso en verso, como lluvia fina, nos va calando tanto la alegría por la frondosa naturaleza como la inquietud por el incierto destino de criaturas tan honorables. La abundancia de árboles rotundos y espacios evocadores impresiona y agita, y nos impregna de un sutil pero penetrante sentimiento de unidad entre todo lo viviente. De aquí o de allí, ornamentales o forestales, todos los árboles son compañeros hermanos, “solidarios” en el fluir lento de la vida por su savia, todos son parte de la misma verde angustia ante la voluntad destructora del ser humano. El viaje con Benedetti, como pasa en los buenos viajes, nos transforma, nos conmueve a adherirnos a la causa de los árboles, a comprometernos con ellos y con su continuidad en este planeta.
“De árbol en árbol” es un poema muy conocido. El texto está reproducido en diversos sitios de la red, igual que existen grabaciones de la voz del poeta recitándolo. También se encuentra reproducida la canción del mismo título de Joan Manuel Serrat, que es una adaptación del poema que Benedetti incluyó en su libro Preguntas al azar, de 1986, para el álbum El sur también existe del cantautor. Por último, quiero agradecer al amigo Eugenio que lo incorporó como comentario en este blog y así nos recordó que su presencia era necesaria en este nuestro particular bosque de árboles invisibles.
Escrito por Rosa, jueves 20 junio 2013
De árbol en árbol, recitado por Benedetti
De árbol en árbol, interpretado por Serrat

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Rosa, me gusta muchísimo la historia, la descripción de los recuerdos de la araucaria de tu patio. La he leído y releído, y la fotografía tomada desde el mar es fantástica. Me encanta.
Esa araucaria fue un árbol importante. Me siento halagada doblemente por tu comentario, por mi escritura y por el árbol. Gracias, Eugenio.