Los árboles han sido buscados, talados y utilizados para diversos fines (construcción, combustible, navegación) durante la expansión de la especie humana, produciendo una deforestación masiva de amplias zonas del planeta. La cuenca mediterránea, cuna de civilizaciones milenarias, ha sufrido de manera especial ese proceso de deforestación que siempre acompaña al desarrollo humano.
Para un «buscador de árboles» entrar en un arboreto o jardín botánico es tener la oportunidad de conocer a esas criaturas magnánimas que tanto nos han dado y que allí encuentran su refugio. En unas cuantas hectáreas de terreno podemos mirar, tocar y oler árboles que proceden de lugares remotos y que cuentan variadas historias evolutivas y culturales. La solución perfecta para «las personas de imaginación aventurera pero de carácter perezoso», que escribía Muñoz Molina, o sin suficientes recursos económicos para los viajes exóticos, añado yo.
En mi última visita a Roma el pasado mes de noviembre, para participar en la reunión final del proyecto EnvEurope, tuve la ocasión de acercarme al Orto Botanico. Es un jardín relativamente pequeño (unas 12 hectáreas), cuando se compara con los grandes parques botánicos como Kew (132 ha) en Inglaterra, Kirstenbosch (528 ha) en Sudáfrica o Cienfuegos (97 ha) en Cuba, por citar solo algunos. Sin embargo, tiene el encanto de los jardines históricos que forman parte de una ciudad y conservan ornamentos de su pasado palaciego.
Estos jardines formaban parte del palacio construido en el siglo XV por el cardenal Riario. Tuvo como huésped ilustre a la Reina Cristina de Suecia quien, después de abdicar al trono en 1654 y convertirse al catolicismo (la religión de sus enemigos en la Guerra de los Treinta Años), se expatrió a Roma donde tuvo una intensa actividad como mecenas cultural, fundando la Academia de la Arcadia. Todavía se conservan en el actual Jardín Botánico algunas piezas procedentes de su colección de antigüedades. En el siglo XVIII fue comprado por el cardenal Corsini y bajo su encargo el arquitecto Fernando Fuga remodeló el palacio y los jardines dándoles la imagen barroca actual. Por último, en 1883 el Estado compró el conjunto, cediendo los jardines a la Universidad de Roma para organizar el Orto Botanico, mientras que el palacio lo convirtió en la Galería Nacional de Arte Antiguo.
Visité el jardín un miércoles de otoño por la mañana y estaba prácticamente solo en ese refugio de placer. Me dediqué a pasear y admirar los árboles; les preguntaba por sus lugares de origen, sus rasgos biológicos y sus virtudes para los humanos. Atravesé el paseo de las palmeras, pasé junto a la fuente de los tritones y llegué a un poderoso alcornoque (Quercus suber) con un tronco de más de 5 metros de circunferencia ¹. He visto muchos alcornoques por mi tierra pero no había visto ninguno tan alto y majestuoso. Estaba adornado por una compañera inusual, la trepadora americana Campsis radicans (familia Bignoniaceae), emparejados por el capricho del jardinero. El alcornoque es un árbol mediterráneo bien conocido en España, donde se extraen cada año unas 60.000 toneladas de corcho (el 25% de la producción mundial). Este preciado producto se utiliza principalmente en la fabricación de los tapones de botellas de vino. La corteza del tronco se «pela» cada 9-10 años y el árbol la renueva, pero acorta su vida.
Muy cerca de allí, en el invernadero Corsini, había dos bañeras de mármol usadas actualmente como maceteros que recordaban a su antigua dueña, la reina Cristina de Suecia, quien paseó por estos jardines hace más de tres siglos.
Subiendo por la colina, la masa oscura de la colección de gimnospermas perennifolias destacaba en el aspecto general de bosque otoñal del jardín. Pero un árbol daba la nota entre los demás con sus hojas anchas que comenzaban a amarillear. ¡Qué extraño! Me acerqué y efectivamente era un árbol extraño y peculiar, el ginkgo (Ginkgo biloba). Además era una hembra que estaba cargada de frutos (en esta especie dioica las flores machos y hembras están en árboles separados). En el suelo se mezclaban las hojas caídas, los frutos y restos de semillas abiertas por algún depredador.
El ginkgo es un fósil viviente, es decir un árbol primitivo que apenas ha cambiado su aspecto en los últimos 200 millones años. Existen muy pocos ejemplares en su hábitat natural, en las montañas de China, pero se ha plantado en casi todo el mundo por la singularidad y elegancia de sus hojas palmeadas que se vuelven amarillas en otoño. Los primeros ginkgos que llegaron a Europa se plantaron en el siglo XVIII, posiblemente en los Países Bajos. Esta hermosa «ginkga» de Roma debe ser de finales del XIX cuando el jardín palaciego se convirtió en jardín botánico. En China se comercializan las semillas comestibles de ginkgo y en occidente se ha extendido el uso de los extractos de hojas como estimulante de la memoria.
Justo al lado del ginkgo se elevaba la masa oscura de una Torreya grandis (familia Taxaceae), con un tronco de 4,6 m de circunferencia. Este árbol es endémico del sureste de China donde es utilizado por su madera, se consumen las semillas (no son tóxicas, a diferencia de las del tejo) y se produce un aceite de sus arilos (cobertura carnosa de la semilla). Sin embargo no fue conocido en Europa hasta el siglo XIX cuando el «cazador de plantas» Robert Fortune compró algunas semillas en China y las envió a Inglaterra. Este botánico se haría famoso más tarde por robar los secretos del cultivo y la manufactura del té en China e introducirlos en la India, entonces bajo el dominio británico.
El silencio y la soledad del jardín se rompió con un bullicio de voces y risas infantiles. Me acerqué a la escalinata dieciochesca y, manteniendo una distancia prudencial, estuve observando cómo un grupo escolar atendía las indicaciones del maestro que les señalaba dos plátanos centenarios, situados a ambos lados. Terminada la breve disertación, subieron corriendo y alborotando por las escaleras hacia la parte alta del jardín.
Volvió el silencio y subí entonces por las escalinatas para acercarme a los plátanos. Un cartel explicaba que la «Fuente de los 11 chorros» fue construida por Fernando Fuga a mediados del siglo XVIII y la cascada-escalera aprovecha el desnivel de la colina del Gianicolo. Cuando en 1883 el Estado compró el jardín y lo convirtió en Botánico, conservó la fuente, la escalinata y los dos plátanos centenarios que la escoltan; ahora son un elemento singular del patrimonio natural del jardín.
Los plátanos orientales (Platanus orientalis) son autóctonos del mediterráneo oriental; recordaba haberlos visto en los bosques de ribera en las montañas de Sicilia. Sin embargo, el plátano de sombra que se planta normalmente en las ciudades y que es tan común en las calles de Sevilla, es un híbrido (Platanus x hispanica) de este plátano oriental mediterráneo y del plátano occidental americano.
El plátano del lado norte de la escalera tiene un grueso tronco de unos 6,5 m de circunferencia. Estaba casi desprovisto de hojas. Buscando una perspectiva adecuada para capturar una imagen que diera idea de la monumentalidad del árbol, me fijé en una pareja de ánades reales (Anas platyrhynchos) que me miraban inmóviles desde un pequeño estanque casi al pie del mismo árbol. Procuré alejarme para no molestarlos y seguí mi camino. En este refugio de árboles, en el corazón de Roma, también encuentra su hábitat una fauna variada.
En mi paseo por el jardín había visto diversas aves: un agateador (Certhia brachydactyla) trepando nervioso por un tronco, un petirrojo (Erithacus rubecula) que me miraba curioso desde su rama, los bandos de gritonas cotorras (Myiopsitta monachus), que posiblemente eran las responsables de los restos de semillas de ginkgo comidas en el suelo, y que se han convertido en una plaga en muchas ciudades europeas, un pito real (Picus viridis) que voló veloz al acercarme dejando una estela verde, y las omnipresentes cornejas cenicientas (Corvus cornix).
Desde la parte alta del jardín, en la colina del Gianicolo, se divisan las cúpulas de las iglesias de Roma sobre las copas de los árboles. Una visión espléndida, privilegiada. Estás en la ciudad pero a la vez fuera, en una isla de verdor y silencio.
De pronto, un terrible estruendo me sobresaltó. Las aves, cotorras, cornejas y palomas volaron aterrorizadas por la explosión. Recupero el ritmo cardíaco después del susto, miro el reloj, son las 12 en punto, sonrío. Al momento me viene el recuerdo de cuando vivía en el Trastévere y me llegué a acostumbrar al cañonazo que marca la hora del mediodía. Según cuentan, esta absurda contaminación acústica data de 1847 cuando el papa Pío Nono ordenó que un cañonazo a las 12 sirviera para ajustar el horario de las campanas de las iglesias de Roma.
Repuesto del sobresalto continué mi amable paseo por la parte alta del jardín. Hacia el norte está la zona del jardín japonés, con sus puentes, cursos de agua, linternas de piedra y un coqueto pabellón cubierto al estilo japonés, que ese día estaba desierto. Los pequeños arces japoneses (Acer palmatum) estaban cuajados de sámaras y lucían sus hojas palmeadas, rojas, prestas a caer.
Descendí por el sendero junto al campo de bambúes y llegué hasta un árbol de tronco grande y rugoso, con una copa baja, hojas pequeñas y ramitas terminadas en espinas. Busqué la etiqueta con el nombre pero no la encontré. Una de las frustraciones de este jardín botánico es que faltan muchas etiquetas y no es posible identificar todos los árboles. Sospecho que se trata del Schinus polygamus (familia Anacardiaceae) que Fratus recogió en su lista de árboles monumentales, con un tronco de más de 4 m de circunferencia. Es nativo de Sudamérica, donde lo llaman huingán, molle o boroco; con sus frutos se prepara una chicha o aguardiente.
Si tuviera que elegir un árbol de este jardín por la belleza de su tronco, sin duda sería la «zelkova» de China (Zelkova sinica, familia Ulmaceae). Su corteza gris suave se exfolia en parches de un naranja intenso que confieren gran vistosidad al tronco. El género Zelkova es un relicto del Terciario con seis especies distribuidas en dos áreas: el suroeste de Eurasia (Creta, Sicilia y Cáucaso) y el este de Asia (China, Corea y Japón). Son árboles adaptados a las condiciones húmedas y cálidas del Terciario que fueron diezmados por los cambios climáticos y ambientales. En el 2010 ha comenzado un plan internacional de conservación del género Zelkova, auspiciado, entre otros organismos, por la red Internacional de Conservación de los Jardines Botánicos (BGCI, del inglés Botanical Gardens Conservation International).
En dirección a la salida, casi escondido detrás de un seto, encontré al alcanforero Cinnamomum camphora (familia Lauraceae). Es un árbol robusto, con un tronco de más de 5 m de circunferencia que se bifurca desde casi la base. Esta especie es nativa del este de Asia (China, Corea, Japón y Vietnam), aunque ha sido plantada por todo el mundo. Recordaba la primera vez que vi un alcanforero, en el arboreto del Campus de Dehradun (India). Fui allí en 2003 a un congreso y a la vuelta me traje algunas semillas; aún conservo en mi terraza un pequeño alcanforero, que ya tiene 10 años y apenas levanta 1,5 metros del suelo de la maceta. Me gusta coger sus hojas senescentes y estrujarlas para aspirar su aroma expectorante. El alcanfor es el compuesto químico (tipo terpenoide) que abunda en su madera y sus hojas; se extrae por destilación. En Asia se usa ampliamente en medicina tradicional, como repelente de insectos, para aromatizar dulces y en rituales religiosos.
Salí del jardín embriagado por mis paseos y mis conversaciones con esos árboles magníficos que cuentan historias maravillosas de lugares remotos: el ginkgo y la zelkova de China, el alcanforero de la India, el alcornoque y el plátano del Mediterráneo, el arce del Japón y el huingán de Chile. Agradecido a la ciudad de Roma por crear y mantener este jardín botánico e histórico, que es al mismo tiempo un «lugar de investigación y de recreo, parque público y laboratorio, espacio de retiro y centro de enseñanza» (en palabras de Muñoz Molina).
Traspasada la verja del refugio protector, me encuentro entre las callejuelas del animado y bullicioso barrio del Trastévere. Me detengo en una trattoria y pido una penne al boscaiolo acompañada de una birra Peroni para reponer fuerzas después de la deliciosa giornata en el Botánico de Roma.
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¹ Inventario de árboles monumentales del Orto Botanico de Roma por Tiziano Fratus (14 febrero 2011).
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Nombre de la especie y circunferencia del
tronco en metros (medida a 1,3 m de altura)
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Platanus orientalis 6,5
Casuarina cunninghamiana 5,5
Quercus suber 5,4
Cinnamomum camphora 5,2
Pterocarya fraxinifolia 4,7
Torreya grandis 4,7
Schinus polygamus 4,4
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Escrito por Teo, 30 enero 2014.
Fuentes
Web oficial del Jardín Botánico, Universidad de Roma
Inventarios de árboles monumentales de Roma por Tiziano Fratus
Artículo de Antonio Muñoz Molina sobre los jardines botánicos

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Gracias por el bonito paseo matinal en Roma que compartes.
Lo he disfrutado como «aventurera teórica» que soy.
Siempre es un placer compartir los buenos momentos con personas afines.
Gracias por tu comentario.
Cuando llego a una ciudad nueva, mi visita obligada y placentera es visitar su jardín botánico. Gracias por llevarme a pasear a Roma, pude disfrutar de las diferentes texturas de las cortezas de los árboles, los colores de las hojas y los trinos de los pájaros, fue reconfortante y muy agradable la caminata. Muchas bendiciones para usted y su familia. El día de hoy ya fui bendecida con esta magnífica lectura. Gracias por compartir su muy especializado conocimiento.
Muchas gracias Rosa por tus hermosas palabras. Es un placer compartir los buenos momentos que nos deparan los árboles y sus entornos, ya sean urbanos o naturales. Un saludo afectuoso.
Estimado Teodoro, ¡me ha gustado mucho el blog! Lo comparto en FB.
Estaría muy bien que en la barra lateral del wordpress apareciera tu foto o la de los que formáis el equipo del blog «Los Árboles Invisibles».
Un abrazo
Juande
Gracias Juande por tu comentario y por compartir este blog en tu facebook.
Las biografías y fotos de los dos autores del blog están en «Sobre este blog».
Abrazos
muy rico… caminé a tú lado!
Gracias Domi,
por tu comentario y la compañía.
Saludos