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Pasión botánica en Kew Gardens

El Real Jardín Botánico de Kew (Reino Unido) es una enciclopedia botánica viviente, abierta a quien quiera descubrir sus tesoros vegetales. Para los que nos gustan los árboles, los Jardines de Kew (Kew Gardens) son algo así como la Meca, un lugar de peregrinación donde ir al menos una vez en tu vida, dada su reconocida colección arbórea. Mi peregrinaje a Kew lo realicé en el verano de 2017.

Entré al jardín por la puerta principal (Victoria Gate) sin ningún plan, salvo dejarme llevar y deambular sin rumbo. Detrás de la Casa de las Palmeras (Palm House), el invernadero acristalado de estilo victoriano del XIX, un vistoso árbol llamó mi atención. Desde lejos sobresalía entre los otros árboles, voluminoso, robusto, frondoso, lleno de vitalidad. Se trataba de un roble persa o roble hoja de castaño (Quercus castaneifolia), un ejemplar admirable de una especie para mí desconocida con el que sintonicé de inmediato.

Mi percepción del árbol como extraordinario no estaba mal encaminada pues está catalogado como “árbol campeón” (Champion Tree) por el Registro de Árboles de las Islas Británicas (TROBI), lo que significa que se trata del espécimen más sobresaliente de su especie en toda Gran Bretaña. En el Registro hay declarados 4.000 árboles “campeones”. El Jardín Botánico de Kew alberga 250 de ellos, una llamativa abundancia de árboles notables.

Para un árbol, el ambiente de Kew no reúne las mejores condiciones. El suelo es pobre y el aire recibe la contaminación de la metrópolis londinense situada a solo 21 km. Sin embargo, el roble persa se ha desarrollado plenamente y sigue creciendo sin parar. La razón está en los cuidados que recibe, las envidiables técnicas de arboricultura que se practican en este Jardín Botánico. Al suelo le inyectan aire a presión para descompactarlo y que las gotas de lluvia puedan alcanzar las raicillas más finas; a las raíces las inoculan con hongos (micorrizas) para favorecer la absorción de los nutrientes; y cada cinco años le podan un cuarto del follaje para ayudarle a resistir los temporales. De hecho, es un sobreviviente de la terrible tempestad de 1989 en la que Kew perdió nada menos que 700 árboles frondosos y en Gran Bretaña cayeron unos 15 millones.

La especie del roble persa es bastante singular. Proviene de las montañas húmedas del Cáucaso e Irán, en esa región la descubrió el botánico y explorador Carl Anton Meyer en 1830. Compone bosques puros de árboles centenarios, pues es muy longevo. Aún siendo utilizada como forestal y ornamental, es una especie poco común en jardines.

El ejemplar de Kew, con los cuidados que recibe y su forma rápida de crecer, no solo es el ejemplar mejor de Gran Bretaña sino del mundo. Fue plantado en 1846, hace 176 años, por William Hooker, director de Kew entonces, durante la ampliación del arboreto que llevó a cabo. Como reza en su archivo individual (cada árbol tiene el suyo), procede de semillas recogidas de los bosques nativos en 1843, aunque el recolector es desconocido.

Además de inspirarme su viva presencia, el roble persa me había contado su historia y de paso algo de la historia del Jardín, suscitándome la idea de descubrir los Kew Gardens a través de los árboles históricos. En el Jardín Botánico hay unos 14.000 árboles, plantados en el transcurso de casi 300 años de historia. Algunos de ellos perduran desde épocas antiguas, son vestigios vivos del pasado. Estos viejos especímenes atestiguan la evolución del jardín botánico y recuerdan las personas que dejaron su huella en la configuración de este excepcional lugar.

Castaños del Jardín de la reina

Entre el Paseo de los Acebos (Holly Walk) y el Jardín Mediterráneo localicé un fascinante castaño (Castanea sativa), uno de los árboles más viejos de los Kew Gardens. Expresaba la dignidad del anciano con una gran copa, la corteza estriada y retorcida y el tronco muy nudoso y abultado por el desmoche sufrido en el pasado.

Cerca del lago hay otros castaños y robles igual de viejos, son los árboles más antiguos del Jardín Botánico, en realidad anteriores a su fundación. Fueron plantados en la finca adquirida en 1721 junto al río Támesis por la reina Carolina de Branderburgo-Ansbach, esposa del rey Jorge II, finca conocida como Richmond Lodge.

La reina Carolina mostró mucho interés en la jardinería y acogió con entusiasmo el nuevo estilo paisajista inglés que por ese tiempo emergía en Reino Unido. Por eso, para diseñar el jardín y la casa de verano empleó a los arquitectos de paisaje y pioneros del estilo inglés Charles Bridgeman y William Kent, los mejores del momento.

El brillante paisajista Charles Bridgeman diseñó el jardín de Richmond Lodge dotándolo de zonas con vistas al río, zonas silvestres y arboledas; plantó hayas, olmos, robles, tilos y castaños, las especies favoritas de la época. Los viejos castaños cercanos al Paseo de los Acebos son vestigios de la línea de árboles que formaba la linde entre Richmond Lodge y la finca contigua conocida por Kew.

Viejos Leones del Jardín de la princesa viuda

Alrededor de la Orangery (el invernadero construido para cultivar naranjos en 1761, hoy convertido en restaurante), encontré a un grupo de árboles monumentales, todos plantados sobre 1762. El grupo lo componen un sorprendente árbol de las pagodas o sófora (Styphnolobium japonicum) con el tronco inclinado casi horizontal, sostenido por hierros y ladrillos, procedente de semillas de China; una corpulenta robinia (Robinia pseudoacacia), traída de Norte América; un ginkgo (Ginkgo biloba), de los más viejos de Gran Bretaña y de Europa; y un inmenso y bello espécimen de plátano oriental (Platanus orientalis), nativo del sudeste de Europa. Los cuatro árboles tienen un atractivo especial. Todos ilustran la fuerza de lo vivo, la dimensión extraordinaria de la vida arbórea, su asombrosa longevidad y fortaleza.

Plátano oriental (Viejo León) con el palacio de Kew al fondo.

¿Cuál es la historia de estos árboles? Estos vetustos ejemplares están plantados en lo que fue la finca Kew, lindante a la de los reyes; su hijo el Príncipe de Gales, Federico Luis de Hannover, la compró en 1730. Estaba separada de Richmond Lodge solo por el camino Love Lane, la Línea del Amor, ironías de la vida porque en realidad el príncipe mantuvo toda su vida una relación muy tormentosa con su familia. La villa adquirida por el príncipe tenía ya un glorioso pasado botánico; había sido famosa en el siglo XVII por la admirable colección de plantas raras y por los bien cultivados naranjos de la antigua Orangery, ya desaparecida.

El príncipe heredó de su madre el interés por la jardinería, compartido por muchos nobles e intelectuales de su época. El espectacular desarrollo en aquel tiempo de la botánica y los viajes de descubrimiento con la consiguiente recolección de plantas de todos los confines del mundo, animó a los aristócratas británicos a crear estudiados jardines en sus casas de campo.

El príncipe Federico, a diferencia de otros nobles que hicieron jardines más centrados en el paisajismo, los edificios y la ornamentación, se centró más en la botánica, por la que sentía un entusiasta interés. En Kew albergaba el deseo de crear, más que un jardín paisajista del momento, una colección botánica que contuviera todas las plantas conocidas y mostrara los amplios conocimientos del futuro rey. Pero murió en 1751 sin haber realizado su sueño, ni el de ascender al trono de Inglaterra. El proyecto lo hizo realidad su viuda, la princesa Augusta de Sajonia-Gotta, una mujer contagiada de la pasión por la botánica de su marido.

Princesa Augusta por Alan Ramsay, 1764.

La princesa de Gales instauró en 1759, dentro de su finca, el Real Jardín Botánico de Kew de 3,5 ha. Incluía un arboreto de 2 ha con un pinetum de 36 especies, entre ellas, Pinus cembra, Pinus strobus, Picea glauca y Larix sibirica. La princesa puso todo su empeño y fortuna; el conocimiento lo aportaron tres expertos, su amigo el consumado botánico John Stuart, Lord Bute, el arquitecto paisajista William Chambers y el maestro jardinero William Aiton. Construyó singulares edificios diseñados por Chambers, de los que permanecen la icónica Pagoda, el Arco en Ruinas y la Orangery próxima al arboreto. En el Jardín trató de reunir, como soñaba el príncipe, todas las plantas que se pudieran conseguir. La princesa sembró la semilla del botánico de Kew y la dotó de su seña de identidad: la amplitud y riqueza de la colección, el esmerado cultivo y el aplicado estudio científico. En poco tiempo el recién inaugurado Jardín Botánico fue alabado y reconocido por científicos de muchos países.

Los cuatro majestuosos árboles de 1762 son testigos vivientes de aquel primer arboreto original. Se les llama “Viejos Leones” (Old Lions) y reciben cuidados especiales por ser patrimonio natural (Heritage Tree).

Hayas y cedros del Jardín de los exploradores

No muy lejos de los Viejos Leones, encontré una espléndida haya purpúrea (Fagus sylvatica var. atropurpurea) cuyas ramas llegaban hasta el suelo; atravesé la cortina de follaje y me senté en el suelo apoyada en el tronco, bajo la cúpula de hojas, recogida como en un regazo. El mundo quedaba fuera, el tiempo también. Era una sensación agradable. No pensar en el árbol. Solo sentirlo. Sentir su abrazo. En aquel útero verde-purpúreo permanecí inmóvil, con los ojos cerrados, meditando durante unos minutos eternos… De vueltas a la realidad, supe que el haya fue plantada por el director del jardín William Aiton en 1773, poco después de que la princesa Augusta muriera y terminara la época germinal femenina del Jardín Botánico de Kew.

El rey Jorge III, hijo de Augusta, heredó la villa de Kew y la unió a la propiedad de Richmond. El rey mantuvo a Aiton a cargo del botánico, quien continuó poblándolo con nuevos árboles, pero también fichó a dos nuevos expertos, dos celebridades de la época.

Por un lado contrató al paisajista más valorado del momento, Lancelot Capability Brown para que reformara Kew con el fin de borrar la huella de su madre. Brown derribó parte de los edificios del diseño original del jardín de la princesa. Pero también plantó una serie de árboles que lo recuerdan; aún siguen en pie un precioso cedro del Líbano (Cedrus libani) y un admirable plátano de Londres (Platanus x hispanica).

Por otro lado, para darle un nuevo impulso al jardín botánico, el rey nombró director a Sir Joseph Banks, naturalista, botánico de prestigio y explorador (había dado la vuelta al mundo con el Capitán Cook en el Endeavour, 1768-1771). Banks, apasionado de la historia natural y la botánica, se propuso tener en Kew una representación vegetal de cada país y envió exploradores a recolectar plantas nuevas. Bajo su dirección se plantaron un número enorme de árboles. En 1789 ya había 630 especies de árboles y el Jardín Botánico era reconocido como el mejor del mundo.

En 1840, fallecido Jorge III, los Kew Gardens pasaron a dominio del Estado, con el estatus de Jardín Botánico Nacional, administrado por la Oficina de Bosques y Arbolados, hoy Departamento de Medioambiente y Asuntos Rurales (Defra).

Del afán de Banks por engrandecer la excelencia de Kew perduran, entre otros, dos venturosos árboles. Un pino laricio (Pinus nigra subsp. laricio), oriundo de Córcega e Italia central, plantado en 1814 en el pinetum original, que es el espécimen más viejo del país; milagrosamente vivo después de haber sufrido un rayo y el choque de una avioneta en 1928. Y un majestuoso roble de Turner (Quercus x turneri), híbrido entre encina (Q. ilex) y roble (Q. robur). Este roble también vivió un increíble incidente, durante la tempestad de 1987 fue tan sacudido hacia arriba por el viento que las raíces casi se salen del suelo; después del vendaval se revitalizó para sorpresa de todos. Con las sacudidas al árbol, el suelo se había disgregado y las raíces se nutrían mejor. Este sorprendente fenómeno inspiró la técnica de descompactación en los cuidados de los árboles maduros e históricos, que desde entonces se aplica en Kew.

Al lado de la Pagoda china, un soberbio cedro del Atlas (Cedrus atlantica) acariciaba el suelo con sus largas ramas. Como el haya purpúrea, formaba un recinto íntimo bajo la copa, un refugio maravilloso. Dentro, encontré un banco de madera donde sentarme y exponerme al influjo beneficioso del cedro. De nuevo me pareció que el mundo se detenía o que yo entraba en otra dimensión, en una realidad orgánica, en la verdad del árbol, que susurra su manera de vivir la vida y el tiempo.

El magnífico cedro del Atlas, nativo de las montañas de Marruecos, también tenía una historia que contar. Fue plantado en una nueva etapa del Jardín Botánico iniciada con el nombramiento de William Hooker como director. Hooker no solo era un destacado botánico sino también ilustrador y explorador en expediciones científicas.

William Hooker dispuso de más superficie para el Jardín Botánico, terreno que usó para expandir el arboreto, organizándolo como una colección científica, por familias botánicas. Por otra parte, impulsó la actividad científica con la creación de nuevos invernaderos de cristal, entre ellos la Palm House, el museo de Botánica económica, el laboratorio, la biblioteca y el herbario (que en poco tiempo creció en tamaño e importancia, alcanzando enorme prestigio). También trazó nuevas avenidas para el flujo y disfrute de los visitantes, plan que implicó derrumbar muchos árboles existentes que compensó con nuevas plantaciones.

Grabado de F. L. Mannskirsch, 1798.

William Hooker dejó una gran huella en Kew. El roble persa Campeón, el viejo pino piñonero (Pinus pinea) de escultural silueta tan característico de Kew y los bellos castaños de India (Aesculus indica) son vestigios de su extensa obra. En 1849 había en Kew 2000 especies de árboles y 1000 variedades.

Joseph Dalton Hooker, uno de los más grandes botánicos y exploradores del siglo XIX, asimismo ilustrador botánico, sucedió a su padre en la dirección de Kew en 1865. Viajó a la Antártida, al Himalaya e India, a Palestina, a Marruecos y al oeste de EE UU, de donde trajo nuevos especímenes para Kew. Bajo su dirección, el arboreto tomó la forma actual y se enriqueció con nuevas especies. En 1880 llevó a cabo plantaciones de cedros del Atlas y castaños en las avenidas; hoy esos árboles son ejemplares centenarios venerables, como el espléndido cedro junto a la Pagoda.

En tiempo de los Hooker, padre e hijo, el Jardín Botánico fue engrandecido. Desde entonces hasta nuestros días los diversos sucesores han seguido la estela marcada por ellos. Hoy se siguen descubriendo y recolectando árboles en expediciones, como demuestra el caso del fascinante pino Wollemi (Wollemia nobilis), fósil viviente descubierto en 1994 en Australia; un ejemplar de esta nueva especie fue plantado por el príncipe Felipe de Edimburgo en 2009 en el 250 Aniversario del Jardín Botánico. El arboreto de Kew es de enorme importancia como reserva genética y como institución científica que investiga y conserva especies de árboles silvestres por todo el mundo. En 2003 los Jardines de Kew fueron declarados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.

En el Jardín de las artistas

Después de dos días buscando árboles históricos, deteniéndome a ver y fotografiar árboles de más de cuarenta especies, muchas nuevas para mí, decidí darme un respiro y visitar el museo. Ahí descubrí la otra pasión que hace de Kew un Jardín único, la pasión por el arte botánico.

El artista botánico retrata plantas con la mayor precisión para posibilitar identificarlas. El arte botánico, por tanto, está ligado a la actividad científica. Combina la exactitud de los detalles con el atractivo visual de los valores estéticos de la planta. Antes de la fotografía y especialmente en la Era de los Descubrimientos, dibujar fue una habilidad científica necesaria de los exploradores que les permitía guardar imágenes de las nuevas especies.

Magnolia hodgsonii por W. H. Fitch,1855.

Hooker padre e hijo, que dominaban la ilustración botánica, contribuyeron a mejorar la colección de arte botánico de Kew con la promoción y edición de ilustraciones. William Hooker dirigió la famosa revista botánica de Kew Curtis’s Botanical Magazine y lanzó la serie de libros Icones plantarum (Ilustraciones de plantas), que llegó a cuarenta volúmenes. Enseñó a dibujar a Walter Hood Fitch y este acabó siendo durante años el artista principal de ambas publicaciones, convirtiéndose en el artista botánico más prolífico y reconocido de la época victoriana.

Por su parte, Joseph Hooker trabajó también en ambas obras y formó a su prima Matilda Smith como ilustradora. Matilda fue la sucesora de Fitch tanto en la revista como en los libros de Láminas. También tuvo el honor de ser la primera artista oficial del Real Jardín Botánico de Kew, en donde trabajó desde 1878 durante cuarenta años. A pesar del valor de su obra, Matilda no alcanzó el grado de reconocimiento de Fitch, como ha pasado en la Historia con tantas mujeres en diferentes campos de la ciencia o el arte.

Hoy el botánico de Kew tiene una colección de 200.000 imágenes de arte botánico (accesible solo para científicos con permiso) y dos galerías de arte. Una de las galerías es la Marianne North Gallery, dedicada a la naturalista, pintora y exploradora que cedió en 1878 sus 822 obras de arte botánico y costeó la galería donde se exponen.

La otra es la Shirley Sherwood Gallery of Art, la primera galería del mundo dedicada exclusivamente al arte botánico, abierta en 2008. Ha sido patrocinada por Shirley Sherwood con el fin de que se exhiban al público ilustraciones históricas, nunca expuestas antes, de la colección de Kew, y también obras contemporáneas de su propia colección, que abarca 700 obras de 223 artistas. Hoy existe un creciente interés por el arte botánico entre artistas, coleccionistas, botánicos y naturalistas, aunque hasta ahora no existía ninguna galería en el mundo dedicada a este género de arte.

Una artista actual, la japonesa Masumi Yamanaka, ha llevado a cabo un magnífico proyecto de arte botánico en Kew. Lo expuso en 2015 en la Shirley Sherwood Gallery y lo ha publicado en el libro Treasured Trees. En 2006 Masumi pintó un castaño de Indias de Kew que le valió un premio de la Real Sociedad de Horticultura, a partir de esa experiencia sintió la necesidad de pintar los árboles notables de Kew. Empezó a mirar los árboles “patrimonio”, los viejos, grandes o raros que destacan en Kew, pasó días visitando cada especie, mirándolos en toda su belleza estacional y decidió registrar esa belleza para la colección de arte de Kew.

Ginkgo biloba por Masumi Yamanaka.

La obra de Masumi no ha sido un encargo científico, sino una iniciativa de la artista porque, como ella dice medio en broma, los árboles se lo han pedido. Lo cierto es que, aunque hay ilustraciones antiguas de algunos árboles históricos, no se había realizado nunca una obra de conjunto. En 40 ilustraciones, Masumi ha capturado la belleza efímera de veinte árboles, entre los que están el gran roble persa, los Viejos Leones, el castaño centenario, el espectacular castaño de Indias, el pino piñonero, el cedro del Líbano, el tulipero o la bella Pawlonia.

Masumi aclara que su papel no es solo registrar e ilustrar los árboles, sino también capturar la belleza y el poder de cada uno. Y en verdad que cada árbol representado parece atraer hacia su centro, o hablarnos. Delicados, etéreos, como flotando, y a la vez con la fuerza de una belleza viva y cambiante. En esta ocasión la artista no solo se dirige al científico botánico sino a todos los espectadores de la obra, quiere inspirarnos, dice ella, vivenciar los árboles y apreciarlos por su belleza intrínseca, y sobre todo por su valor inestimable para nuestro planeta.

Mi peregrinaje por los Jardines de Kew tocó a su fin. Volví con el espíritu reconfortado. Disfruté de los Jardines de la reina y de la princesa, del Jardín de los exploradores y en el Jardín de las artistas, visiones de Kew distintas pero iguales en la pasión por los árboles y las plantas. Ahora soy parte de la comunidad de peregrinos que llegan a estas orillas del Támesis movidos por esa misma pasión por el mundo vegetal.


Escrito por Rosa el 30 de noviembre de 2017.


Fuentes:
Treasured Trees. Ilustraciones de Masumi Yamanaka y textos de Christina Harrison y Martyn Rix. Royal Botanic Gardens, Kew, 2015.
Kew´s Big Trees. Christina Harrison. Royal Botanic Gardens, Kew, 2008.
The Princess´s Garden: Royal Intrigue and the Untold Story of Kew. Vanessa Berridge. Amberley Publishing. Gloucestershire, 2015.

Enlaces: 
Real Jardin Botánico de Kew (Kew Gardens)
Masumi Yamanaka
Registro de árboles notables de Gran Bretaña

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El Árbol del Color y la Música

A veces el encuentro con un árbol nuevo llega por caminos insospechados. Esta vez ha sido por la publicidad. En la prensa me topé con el anuncio de un lápiz de madera de pernambuco, un árbol que desconocía por completo, fabricado por una prestigiosa marca de lápices alemana. En el reclamo publicitario se destacaba “el carácter cálido y natural de la madera, normalmente usada para elaborar arcos de violín”. Siguiendo esa pista llegué a este árbol tropical, más conocido como palo brasil (Caesalpinia echinata), y a su historia asombrosa y tremenda de explotación, que lo ha llevado al borde de la extinción a la par que lo ha convertido en un símbolo de la historia y la cultura de Brasil, país que le debe parte de su historia y su nombre al árbol.

En términos botánicos, la especie es una leguminosa endémica del Bosque Atlántico tropical de Brasil, la selva conocida localmente como Mata Atlántica. Entre sus peculiaridades destacan el tronco muy recto cubierto de aguijones, unas llamativas flores amarillas muy aromáticas, las legumbres espinosas y, sobre todo, el tesoro que guarda tras la corteza grisácea: una madera muy dura, muy densa, de un vistoso color rojo, objeto de deseo.

 

El árbol del color rojo

El 22 de abril de 1500, ocho años después del descubrimiento de América, una expedición portuguesa de trece navíos comandada por el caballero Pedro Alvares Cabral llegó a una costa desconocida de Sudamérica (donde hoy se encuentra Porto Segura, estado de Bahía), una costa muy bella, rebosante de aves coloridas y de árboles de muchos tipos, habitada por indígenas que llevaban el cuerpo pintado con un colorante rojo extraído de la madera de un árbol, al que llamaban ibira-pitanga (rojo en lengua tupí). Los exploradores quedaron fascinados por el pigmento rojo. La razón de ello estaba en Europa.

La madera del ibira-pitanga tenía gran parecido con otra madera exótica importada de Asia, de gran valor entonces en Europa para fabricar tinte rojo y tinta. De hecho se trataba de una especie de la misma familia y género, la Caesalpinia sappan, conocida en el mercado por diversos nombres: brasilere en español, brazil, bresil, verzino, etc. en otras lenguas. Todos estos términos procedentes de la palabra latina, brasa, relativa a la semejanza del color encendido de la madera con las brasas; mientras en Asia, se conocía por la palabra malaya sapang, rojo.

Cabral y sus hombres llamaron al árbol pau brasil (en portugués, palo brasil en español). La tierra virgen estaba llena de árboles y, a la vista de tal abundacia, los exploradores en seguida enviaron barcos a Portugal cargados con toneladas de madera de palo brasil. Un trabajo duro. Talar los árboles, quitarles la corteza y la albura a los troncos (pues el pigmento está en el duramen), cortarlos en tablas que pudieran llevarse a hombros, y acarrearlas desde el lugar cosechado hasta los barcos. Por fortuna para los colonizadores, el trabajo lo realizaban los indígenas a cambio de objetos insignificantes, de modo que la explotación resultaba prácticamente gratis. Para entender la dimensión del valor que repentinamente había cobrado el palo brasil, hay que acercarse al mundo de los tintes naturales.

Rojo europeo, rojo asiático y rojo americano

La actividad tintorera es un arte antiquísimo desarrollado en todas las culturas. Las fuentes de color en la naturaleza son muchas y variadas: hojas y tallos, flores, cáscaras y vainas, bayas, semillas, raíces, cortezas, maderas, moluscos, insectos y líquenes. Un maestro tintorero maneja conocimientos de botánica, química y cromatismo. Domina las técnicas de extracción del colorante de cada materia natural y las recetas idóneas de mezclas de colores y aditivos para obtener los más bellos tonos y la máxima durabilidad. Los museos del mundo ilustran los admirables colores naturales conseguidos por los artesanos hasta la invención de los colores sintéticos.

Para experimentar las propiedades tintóreas de los árboles me apunté a un curso de Iniciación al Teñido de Fibras con Colorantes Naturales en el Jardín Botánico de Córdoba, me fascinó. Cuando en un caldero hirviendo con unas simples cáscaras de cebolla o unas hojas trituradas de higuera, ves cómo el color penetra la lana, te sientes como asistiendo a un descubrimiento, o revelando un secreto antiguo. La vivencia te hace mirar los árboles y demás vegetales de otra manera, la recomiendo. La magia del color, que tanto usamos, es otro servicio callado que las plantas nos obsequian desde el origen de los tiempos.

En Europa la producción de materias tintóreas constituía una actividad económica muy activa desde comienzos del medievo. Obviamente, en un principio se usaban materias del entorno natural. El rojo, junto al púrpura, era un color prestigioso, un poderoso símbolo de poder dentro del lenguaje de los colores. Las sedas y terciopelos de los nobles se teñían con un colorante, llamado grana, extraído al triturar y hervir las agallas que un insecto, el quermes, forma en la coscoja y otros robles.

El inicio de los grandes viajes a Oriente en busca de especias y otros bienes de lujo, descubrió a Europa la madera tintórea de la Caesalpinia sappan, el brasilere. El prestigio de los rojos y púrpuras se debía en parte a la cantidad astronómica de animales que se necesitaban para extraer una buena dosis de colorante. El árbol oriental era mucho más abundante, porque se cultivaba, y más rico en colorante rojo, casi 10 veces más que el quermes, y así ocupó el primer lugar en el mercado. En Asia, esta Caesalpinia se usaba desde muy antiguo tanto en medicina como para teñir las sedas y linos de los trajes que vestían los nobles orientales.

En Japón, el brasilere importado desde China gustó tanto sobre la seda que ese rojo se consideró un color especial, el koro, e incluso se prescribió su uso exclusivo en la corte del emperador tal como aparece en un texto del siglo X, el Engishiki; esa apreciación de “color especial” del rojo aún pervive en la cultura japonesa. Marco Polo y otros grandes viajeros europeos seguro conocieron el texto japonés y el árbol sapang, pues en sus crónicas dejaron notas del comercio del brasilere y de la presencia de cultivos por todo el sudeste asiático, en lugares legendarios como las Islas de las Especias, India o Tailandia.

La primera cita del brasilere en Europa procede de la Francia del siglo XI. En el siglo XIV, el uso del rojo brasil ya era extensivo, incluso se distinguen diferentes calidades por la procedencia, el mejor venía de la costa india de Malabar. El árbol asiático en cuestión es pequeño, espinoso y, a diferencia del palo brasil, ha sido cultivado durante siglos y naturalizado en un amplia área de Asia.

Cuando la madera del palo brasil americano llegó a Europa (tras la expedición de Cabral en 1500), los maestros tintoreros se dieron cuenta de que no era de mejor calidad que el rojo asiático, pero su abundancia, los menores costes del transporte y la mano de obra indígena gratuita hacía que el negocio compensase; además el brasilere de Asia se estaba volviendo más difícil de importar, ya que la ruta oriental estaba bloqueada por la conquista turca de Constantinopla. Portugal se quedó así con el monopolio del tinte rojo en Europa.

Piratas locos por el color

Troncos de palo brasil en la revista Smithsonian Magazine.

El comercio del palo brasil hizo ganar tanto dinero de repente a Portugal que Francia, España, Inglaterra y Holanda, las otras cuatro grandes naciones exploradoras del Siglo de los Descubrimientos, se lanzaron a buscar el palo brasil en la selva americana o, lo que les traía más cuenta, a piratear los barcos portugueses cargados con la madera.

Cincuenta años después de la llegada de los portugueses a América gran parte del territorio aún permanecía inexplorado. En la década de 1520 los franceses empezaron a recorrer la costa y a apresar todos los barcos, querían una parte del botín rojo. En 1555 el vicealmirante Nicolás Durand de Villegaignon y sus caballeros de la Orden de Malta, junto con colonos hugonotes huidos de la persecución, establecieron una colonia, a la que llamaron la Francia Antártica, en lo que hoy es Rio de Janeiro. El intento iba en contra del Tratado de Tordesillas de 1494, que había repartido el Nuevo Mundo entre España y Portugal, y aunque llegaron más colonos en los años siguientes, esta vez calvinistas, los franceses fueron finalmente expulsados por los portugueses en 1567. No obstante, Francia mantuvo la piratería y el interés sobre el palo brasil durante bastante tiempo. El escritor francés Jean-Christophe Rufin narró estos hechos en la novela histórica “Rojo Brasil”, con la que ganó el Premio Goncourt en 2001.

Los españoles, por su parte, buscaron con ahínco el palo brasil en sus posesiones americanas y descubrieron otras especies cuyo duramen también producía tintes rojos intensos. En los antiguos territorios hoy ocupados por México, Guatemala y Belice descubrieron el palo campeche (Haematoxylum campecchium), otra leguminosa tintórea que comercializaron desde España. La especie fue después explotada por los ingleses en Belice. Tambien se descubrieron y aprovecharon las especies Caesalpinia brasilensis, la Caesalpinia violacea y el Haematoxylum brasiletto, todas dadoras de un rango de tintes rojos, desde carmines hasta rosas.

En el mercado de tintes de aquellos tiempos, tal como aparecen en los documentos, las maderas de las distintas especies se vendían con nombres parecidos: brasil, palo brasil, palo de pernambuco, palo de campeche, palo de tinta, brasiletto. Y además cada especie aparece con distintos nombres, una confusión nominal que dura hasta nuestros días; es fácil ir a comprar palo brasil y que te den virutas o polvo de otra madera roja.

A nivel molecular, tienen algo común. Resulta que la sustancia química que aporta el color rojo es la misma en todas las especies de Caesalpinia: la brasilina (C16H14O5), un pigmento que también se conoce como Rojo Natural 24. Igual que en todas las especies de Haematoxylum es la hematoxilina (fórmula C16H14O6), a su vez solo diferente en un átomo de oxígeno. Ambas sustancias de la madera se oxidan espontáneamente con la luz y el aire, se convierten en brasileína y hematoxileína o hemateína, y adquieren el rojo intenso.

Mapas del tesoro rojo

La relevancia económica del palo brasil en los siglos XVI y XVII fue tal que el árbol aparece constantemente en la cartografía de la época. Pocos casos hay de tanta presencia de un árbol en los mapas. El mapa más antiguo, el Planisferio de Cantino, de 1502, dos años después de la llegada de Cabral a América, muestra la demarcación acordada en el Tratado de Tordesillas y los resultados de todas las expediciones realizadas desde 1492 hasta 1501; el territorio de Brasil está representado por pájaros y árboles de palo brasil. Otros importantes mapas posteriores, (de 1519, 1542, 1546, 1550 y 1579), contienen escenas de los nativos tupíes realizando tareas, sobre todo cortando árboles y acarreándolos a los barcos. Son mapas muy artísticos de gran valor histórico con una sorprendente información económica y etnológica del comercio del palo brasil.

Detalle del mapa «Brasil» de G. Gastaldi, 1550.

Historia de una devastación

Los interesantes mapas de la época también atestiguan el comienzo de la deforestación de la selva atlántica. Desde el minuto uno en que los portugueses pusieron sus pies en la costa brasileña el número de árboles de Caesalpinia echinata empezó a disminuir sin remedio y siguió haciéndolo año tras año, hasta mermar de un modo alarmante la población de la especie.

A lo largo del XVI, los portugueses (y, en parte, también franceses) mandaron a Europa una media de 7000 toneladas de madera de palo brasil al año. Se ha estimado que solo en el primer siglo de explotación se talaron cerca de 2 millones de árboles, es decir, una media de 20 mil al año, lo que equivale a 50 árboles al día. También se esquilmaron animales y otros recursos de la selva. Un barco francés apresado por los portugueses llevaba 3000 pieles de jaguar, 600 aves (muchas de ellas papagayos) y otras materias como aceites medicinales y minerales. No solo se perdían grandes árboles sino que se empobrecía rápidamente la biodiversidad original de la selva virgen.

Desde el principio, y no por motivos ambientales sino económicos, los portugueses advirtieron con preocupación la evidente deforestación paulatina y descontrolada. Pronto, en 1542 y en 1605, se proclamaron leyes para racionalizar y regular el comercio del palo brasil, con castigos de pena de muerte o confiscación de bienes a quien talara árboles sin permiso de los propietarios de las tierras. La intención era que nadie más que los colonizadores portugueses talasen los árboles. Sin embargo, esas reglas y otras posteriores se incumplieron sistemáticamente y así se llegó a 1822, año de la Independencia de Brasil de la corona portuguesa.

Poco después, en 1856, tuvo lugar un descubrimiento que cambiaría para siempre la actividad de teñido con colorantes naturales. El químico inglés William Henry Perkin intentaba sintetizar quinina pero lo que consiguió fue producir el primer colorante sintético, la anilina morada. En poco tiempo los tintes sintéticos de todos los colores llegaron al mercado y antes de finalizar el siglo XIX las empresas de colorantes naturales se arruinaron por falta de demanda. Habían pasado 375 años de explotación ininterrumpida del palo brasil y lo habían dejado al borde de la extinción.

El interés por el tinte del palo brasil casi desapareció. Pero entonces se descubrió que, además del tinte, la madera poseía otra propiedad igual de admirable o más aún y comenzó un nuevo interés por el expoliado árbol.

El pernambuco, árbol música

En la ciudad del Sena, entre los años 1785-1790, los destinos del palo brasil y Francia volvieron a unirse. El lutier François Xavier Tourte tuvo la inspiración y el talento de inventar un nuevo arco para instrumentos de cuerda, tan revolucionario que se ganó el apodo de el Stradivarius del arco. Tourte introdujo una serie de cambios esenciales, convirtiendo al arco en algo nuevo y poderoso. Alargó la longitud, puso más madera en la vara, hizo una nuez más pesada para tensar las crines de caballo y, para lograr la concavidad tan importante para el sonido, calentó la madera, lo que antes se realizaba aserrando. Por último, experimentó su diseño con diversas maderas (entonces los arcos se fabricaban con maderas europeas y algunas tropicales), hasta que en el centro de París encontró toneladas de palo brasil destinadas a tinte y descubrió sus maravillas sónicas.

El palo brasil es un árbol musical excepcional debido a una combinación de cualidades de la madera: la densidad, resistencia y flexibilidad, y la habilidad de curvarse con el calor y mantener la curvatura al enfriarse. El arco emite sonido; cuando se desliza por las cuerdas del violín preserva las vibraciones creadas y su frecuencia interactúa con la propia del instrumento creando un tono distinto. Según sugieren las investigaciones, la capacidad sónica de la madera de pernambuco tiene que ver con el contenido en brasilina, o sea, que la sustancia tintórea también es responsable de los atributos musicales del árbol.

El arco es una pieza crucial. Es una herramienta mágica. El virtuoso violinista del XVIII Giovanni Batista Viotti, consejero de Tourte, lo expresó con un significativo aforismo “el violín es el arco”. El violinista Günter Seifert, autor de “The Pernambuco Waltz”, describe así su importancia: “el arco puede ser más esencial para expresar el alma de la música que el propio violín, por eso, usan arcos de pernambuco tanto los músicos profesionales como los aficionados, todos saben que es mejor tener un arco excelente y un violín mediocre que a la inversa”.

No hay ninguna otra materia que iguale la excelencia musical de la madera de pernambuco. Los arqueteros y músicos de cuerda del mundo dependen de la continuidad de la especie para mantener la calidad de sonido de sus interpretaciones.

El árbol de las muchas palabras

Un árbol con muchos nombres. Ya he aludido a la confusión reinante desde el principio por los diversos nombres que se le asignaron al tinte rojo asiático de la especie C. sappan. Confusión que heredó, en primer lugar, la especie C. echinata por haber recibido la misma constelación de nombres y, en segundo lugar, los otros árboles tintóreos americanos por haber sido nominados con nombres parecidos. A ello se suma que en el ámbito musical se le conozca como pernambuco en vez de palo brasil (término más usado en el comercio de tintes). Pernambuco es un estado brasileño, dentro de la Mata Atlántica, que conserva algunas poblaciones intactas del árbol, de donde proceden maderas valoradas como las de mejor calidad.

Un árbol da nombre a un país. Al principio, la tierra que descubrió Cabral recibió varios nombres: Terra de Vera Cruz, Terra de Santa Cruz, Nuevo Mundo, América, Terra Papagalli. Sin embargo, la intensa actividad comercial entorno al palo brasil hizo que finalmente se adoptara el nombre Terra do Brasil, y al final del XVI el nombre Brasil quedó fijado. El hecho evidencia la magnitud de la explotación maderera y la importancia del árbol en el origen y desarrollo del país. No obstante, el asunto fue y sigue siendo motivo de una cierta oposición en Brasil, en parte por cuestión de la falta de connotación religiosa, pero sobre todo por cuestiones de orgullo, al relacionar el nombre de un país con el de una actividad tan prosaica como la mercantil. Los tintoreros del mundo, sin embargo, se sienten orgullosos de que haya un país con nombre de un tinte, y los amantes de los árboles también celebramos que un árbol haya nombrado a una nación.

Un árbol al que le cambian el nombre. La especie del palo brasil fue clasificada y descrita por el naturalista francés Jean Baptiste Lamarck en 1785, la llamó Caesalpinia echinata. El nombre genérico fue un homenaje al médico botánico italiano Andrea Cesalpino (1519-1603) y el epíteto griego echinata lo eligió en referencia a las abundantes espinas del árbol. En el siglo XXI, un nuevo estudio del ADN ha confirmado que el palo brasil representa un linaje evolutivo único y distinto, mereciéndose el reconocimiento de género aparte. El nombre elegido para el nuevo genero es Paubrasilia, latinización del nombre común portugués, dada la importancia histórica del árbol para Brasil, y para la especie Paubrasilia echinata. El género Paubrasilia ha sido descrito en la revista Phytokeys (2016) por un equipo de científicos de Canadá, Brasil y Reino Unido dirigido por Edeline Gagnon, de la Universidad de Montreal. Con ese nombre emblemático los autores tienen la esperanza de atraer la atención sobre el frágil estado del hábitat del palo brasil.

De paraísos perdidos y árboles casi perdidos

A su llegada al litoral brasileño, los portugueses admiraron la espléndida belleza natural de la tierra, los árboles, muchos, muy grandes, y de infinitas especies, las aves, muchas, y vistosas, las bellas playas y la abundancia de manantiales. Un paraíso virgen.

Antes de la Era de los Descubrimientos, la Mata Atlántica se extendía por toda la franja litoral brasileña, desde el actual estado de Rio Grande del Sur hasta el de Rio Grande del Norte. Se estima que ocupaba unos 130 millones de hectáreas, de los que hoy sólo queda el 7% en estado original. Y ese porcentaje se presenta fragmentado en pequeños espacios de pocas hectáreas separados entre sí, lo que dificulta la conservación.

La devastación empezó con la explotación de la madera del palo brasil y de otros árboles como la caoba, el palisandro y el cedro; luego siguió con la tala de selva para cultivos, de caña de azúcar, café y cacao, y para ganadería; y, finalmente, con la expansión de las ciudades. El paraíso se pierde. El Bosque Atlántico es uno de los 34 puntos críticos (hot spots) mundiales de gran valor para la conservación de la naturaleza, principalmente por la reducción de su área; son enclaves importantes de biodiversidad porque en ellos se encuentran la mayoría de especies aún desconocidas para la ciencia.

La Mata Atlántica es el único hábitat del mundo para el palo brasil o pernambuco. A pesar de la preocupante situación de la especie sigue siendo objeto de explotación y exportación ilegal. Afortunamente desde hace unos años se ha comenzado a llevar a cabo iniciativas para salvarla.

Con el fin de concienciar a la población, en 1978 el gobierno brasileño lo declaró Árbol Nacional y al día 3 de mayo el Día del Palo Brasil. Años más tarde, en 1992, la especie fue declarada especie en peligro de extinción por el gobierno y en 1998 por la UICN.

En 2001, en París, los músicos y fabricantes de arcos de violines de diversos países del mundo crearon la IPCI (International Pernambuco Conservation Iniciative), con la misión de rescatar a la especie. Fueron animados a ello por medio de Comurnat, una organización que intenta comprometer a los artesanos con la causa de las materias primas de las que dependen. Una vez concienciados, los arqueteros contemporáneos, como dice el periodista Russ Rymer, “están decididos a no ser los villanos de este drama de extinción”. La Iniciativa tiene en marcha un interesante programa que financia estudios, sobre hábitos y hábitat de la especie, así como proyectos de plantaciones en distintos puntos, todo ello en colaboración con los diferentes gobiernos implicados y con organizaciones civiles.

En 2012, el gobierno de Brasil creó el Programa Nacional para la Conservación del Palo Brasil, con la meta de reevaluar el estado de conservación, identificar los bosques relictos con poblaciones de la especie y promocionar el uso sostenible de plantaciones comerciales públicas y privadas. Queda mucho por hacer, pero el esfuerzo en investigaciones y reforestaciones ha logrado que en 2013 la especie sea incluida en el Apéndice II, de la Convención Internacional del Comercio de Especies Silvestres (CITES), en la lista de especies que no están amenazadas de extinción pero requieren regulación estricta de comercio internacional para prevenir mayor declive de las poblaciones.

Los planes y las iniciativas deberían dar sus frutos en los próximos años. Ojalá que se logre plantar millones de pernambucos, que esas plantaciones se exploten de modo sostenible y que se proteja a las poblaciones silvestres para que puedan regenerarse y extender sus dominios.

Buscando al pernambuco

No he tenido la suerte de ver un palo brasil. En 2002 visité un reducto de Mata Atlántica al noreste del estado de Río Grande do Sul, experimenté el ámbito de la selva, su sinfonía de murmullos de vida, su exuberancia de verdes y puedo imaginarlo siendo parte de ese escenario. Hace poco volví a París, no conocía aún la íntima relación de esta ciudad cultural con el pernambuco y no lo encontré ni en las numerosas arboledas, ni en el Jardín Botánico, ni en los museos. Mi único contacto con el árbol puede que haya sido con las virutas de madera que estaban etiquetadas como palo brasil en el Curso de Tintes Naturales, aunque seguramente eran de otra especie.

En cualquier caso, conocer la historia apasionante de este árbol ha sido una gran sorpresa, una lección de la selva. Demuestra la interconexión que existe entre una planta y una sociedad, entre los árboles y la música, entre la historia y el devenir de la naturaleza, entre la riqueza de los pueblos y la biodiversidad del planeta.

Una forma de contactar con el palo brasil podría ser a través de la música. Os invito a entreoír, o adivinar, los sones del pernambuco de la mano de Hilary Hahn en el Concierto para Violín de Mendelssohn.

Escrito por Rosa, jueves 15 de junio de 2017.

Fuentes

Iniciación al Teñido con Colorantes Naturales
Jean-Christophe Rufin. Rojo Brasil . Ediciones B, 2002.
La representación del palo brasil en los mapas de los siglos XVI y XVII.
Iniciativa Internacional para la Conservación del Pernambuco.
Artículo de Russ Rymer en la revista Smithsonian sobre el árbol música.
Nuevo nombre para el pernambuco en el blog del Kew Garden.
La importancia del pernambuco en el blog de la Filarmónica de Viena.

Jardines Perdidos

El bosque es el terreno genuino del asombro, una obra magistral de la naturaleza. El jardín bien logrado es también un espacio de maravilla, una obra de arte humana que transforma la naturaleza en un ideal de felicidad. Hubo un tiempo de comienzo cuando la idea de jardín germinó en la mente humana y se crearon los primeros jardines maravillosos. Esos primigenios jardines, perdidos hace milenios, todavía nos sorprenden cuando viajamos en el tiempo hasta su pasado esplendor. En el Paraíso Perdido, el poeta inglés John Milton (1608-1674) describió un sugerente Edén inspirado en jardines antiguos:

Siguió pues su camino acercándose a los términos del Edén, donde se descubre el verde valladar, con que, a semejanza de cerca campestre corona el delicioso Paraíso, próximo ya, la solitaria eminencia de una escabrosa colina y su áspera pendiente rodeada de enmarañados y espesos bosques, que la hacen inaccesible.
Sobre su cumbre se elevan a desmedrada altura multitud de cedros, pinos, abetos y pomposas palmeras, vergel agreste, donde el ramaje entrelazado, multiplicando las sombras, forma un vistoso y magnifico anfiteatro.
Dominando las copas de los árboles, alzaba sus verdes muros el Paraíso, desde el cual se ofrecía a nuestro común padre la inmensa perspectiva que al pie y en torno de sus risueños dominios se dilataba; y sobre los muros, en línea circular, se ostentaban los más hermosos árboles, cargados de las más exquisitas frutas; y frutas y flores brillaban a la vez con los reflejos del oro y de los encendidos colores que las esmaltaban.

Tras la huella de los primeros jardines

La idea del jardín nació con la civilización. Desde el momento en que apareció la agricultura y la ganadería, la forma de vida de la humanidad cambió radicalmente y trajo consigo la construcción de ciudades y los primeros imperios. La zona que recibe el nombre de “Cuna de la Civilización”, también el de “Creciente Fértil”, ocupaba desde el valle del Nilo hasta Mesopotamia (entre los ríos Éufrates y Tigris), incluyendo la costa del Levante mediterráneo. El momento clave en este salto cultural fue la aparición de las primeras ciudades sumerias en el cuarto milenio antes de Cristo. Algo más tarde, se produjeron cambios similares en torno a los grandes ríos de la India y el Extremo Oriente.

En Mesopotamia, desde el cuarto al primer milenio a. C., hubo una intensa lucha por el poder entre los diferentes pueblos y un constante desarrollo de inventos y construcciones. En ese contexto tan efervescente, los jardines surgieron como fenómeno urbano, probablemente en relación al distanciamiento físico de la naturaleza que impusieron las murallas de las recién nacidas ciudades.

Este artículo es una propuesta de viaje en el tiempo a ese remoto período de la Antigüedad, en la región histórica que hoy ocupa Irak y nordeste de Siria, para encontrar el origen de los jardines de Occidente.

El jardín era parte integrante de la ciudad antigua en la época de los imperios babilonio y asirio (del tercer al primer milenio a. C.). Por un lado, los habitantes tenían sus cercados para cultivar vegetales y medicinas, aunque por el momento no hay evidencias arqueológicas. Por otro, los reyes y los ricos construyeron jardines dentro de los palacios, de los templos y de las ciudades, jardines que conjugaban belleza y utilidad, y que destacaban por su verdor en medio de la aridez del paisaje; de estos; de estos sí hay vestigios arqueológicos.

Entre todos los jardines de aquella remota época los más admirados fueron los Jardines Colgantes de Babilonia, los primeros jardines célebres de la Historia. Se los consideró una de las Maravillas del Mundo Antiguo, un prodigio de obra humana que todo el mundo debía ver antes de morir, junto a la Gran Pirámide de Guiza y el Faro de Alejandría (Egipto), la Estatua de Zeus en Olimpia y el Coloso de la Isla de Rodas (Grecia), y el Templo de Artemisa en Éfeso y el Mausoleo de Halicarnaso (Turquía).

Desde la infancia fantaseamos con los Jardines Colgantes de Babilonia. Forman parte del imaginario de nuestra cultura como paradigma de los Jardines Perdidos de la Antigüedad. Sin embargo, nada más empezar a indagar sobre ellos, he topado con una erudita controversia entre algunos historiadores que los juzgan pura leyenda y otros que defienden apasionadamente su existencia real, pero situándolos en Nínive. A pesar de los siglos transcurridos, los Jardines Colgantes de Babilonia perviven escondidos entre la leyenda, el enigma y el prodigio. Siguen siendo deseables de ver, al menos su rastro, y objeto de una búsqueda emocionante. Su creación se sitúa entre los años 700-600 a. C.; pero ya antes de esa fecha, hubo en Mesopotamia algunos hitos importantes en relación a árboles y jardines que contribuyeron al origen de la Maravilla del Mundo.

Humbaba, el Protector de los Cedros 

En el año 2500 a. C. se escribió la más antigua obra literaria del mundo, la Epopeya de Gilgamesh. El poema cuenta las hazañas del legendario rey sumerio de la ciudad de Uruk, quien, en compañía de su amigo Enkidu, se enfrentó al terrible gigante Humbaba, el dios protector del bosque de los cedros (Cedrus libani); lo mató y taló los árboles del bosque. Después de semejante gesta, Enkidu murió como castigo de los dioses y Gilgamesh, angustiado por su muerte, acabó buscando desesperadamente la inmortalidad.

Para proteger el Bosque de los Cedros
Para ser el terror de las gentes, Enlil lo ha destinado.
Es Humbaba; su bramido es el diluvio, su boca es fuego,
su aliento la muerte.
Sobre sesenta dobles leguas oye todos los ruidos del Bosque, (…)
Si alguien se interna en el Bosque, queda paralizado.
En este Bosque reside el feroz Humbaba:
tú y yo iremos a abatirle para librar de todo el mal al país.
Nosotros en el Bosque, cortaremos los cedros.

El rey Gilgamesh, a quien los historiadores admiten como figura histórica, habitaba las tierras áridas de Uruk, en el sur mesopotámico, mientras que los bosques de cedros crecían en parte de Siria y de Líbano. En fechas recientes, un grupo de paleobotánicos ha tratado de averiguar cuándo comenzó la desforestación en la región. En un bosque del noroeste de Siria (la localización más posible del poema), han encontrado restos antiguos de más de 20 especies de árboles, incluyendo cedros, pinos, nogales, cipreses, robles, hayas, castaños, olmos, arces, tilos, plátanos, olivos, sauces, sisu (Dalbergia sisoo), alisos y fresnos. Para satisfacer las enormes necesidades del incesante desarrollo humano debieron de talarse muchos árboles desde fechas muy tempranas. Los paleobotánicos estiman que la destrucción severa de los bosques de Oriente Próximo habría comenzado alrededor del 9000 a. C., seis mil quinientos años antes de que se escribiera el Poema del rey de Uruk.

Los escritores de la epopeya, concluyen los paleobotánicos, debían de tener conocimiento de cortas masivas de cedros; y ser ya conscientes de la importancia de los bosques para el desarrollo de la civilización, especialmente en el sur de Mesopotamia, área de escasa madera. Posiblemente tuvieran también experiencia o noticias de la reacción violenta de la naturaleza a la destrucción de los bosques que simboliza el dios Humbaba.

El poema de Gilgamesh, además de revelar la importancia de los árboles en los albores de la civilización, aporta al linaje de dioses protectores de bosques la figura formidable de Humbaba, que encarna la fiereza protectora de la Tierra.

Reyes locos por sus jardines

Mucho antes de crearse los Jardines Colgantes en Babilonia, los reyes asirios y babilonios habían iniciado la tradición de construir jardines. El poder de un rey se medía no solo por la conquista de nuevas tierras sino también por la sabiduría para hacer obras que mejorasen la ciudad y el país. El carisma de un rey dependía de la amplitud de sus habilidades. Tenían que ser arquitectos, ingenieros, artistas y jardineros.

Asirios y babilonios compartían la lengua, la escritura cuneiforme y la mayor parte de la literatura y de los dioses. Pero habitaban diferentes ambientes naturales. Los babilonios ocupaban el sur de Mesopotamia, las llanuras aluviales inundables entre los dos ríos, de escasas lluvias. Los asirios, el norte mesopotámico, un país de colinas, ríos que bajan de las montañas persas y lluvias estacionales.

De las inscripciones cuneiformes escritas por los reyes asirios y babilonios halladas en los yacimientos arqueológicos, se deduce que cultivaron dos tipos diferentes de jardín, relacionados con los distintos entornos naturales de cada reino.

En su país llano y seco, los reyes de Babilonia diseñaron sus jardines configurados en parcelas rectangulares con una red de pequeñas acequias. El árbol más apropiado de la región era la palmera datilera (Phoenix dactylifera) que, dispuesto en filas paralelas, aportaba, además de belleza y fruto, sombra para otras plantas menores. Para regar el jardín con agua del río se usaba el artefacto conocido como cigoñal (shaduf en otros idiomas), tradicional en todo el mundo. Los textos babilonios revelan que el jardín tenía una función utilitaria.

En cambio, los asirios en su país de colinas y valles crearon jardines muy diferentes. Con vocación de imitar paisajes naturales de montaña, amontonaron tierras para crear colinas artificiales cubiertas de árboles fragantes. Y, para traer el agua a esos jardines y lograr refrescar el aire y mantener verde las plantas, desarrollaron sistemas de manejo del agua de los ríos, construyendo canales, presas y acueductos. Eran jardines para disfrutar su belleza además de ser útiles. Varios reyes dejaron escritos sobre su pasión por el jardín.

El rey Tiglatpileser I (1114-1076 a. C.), conquistador de 42 dominios, dejó escrito en una inscripción: Traje cedros, bojes y robles de las tierras conquistadas, árboles que ninguno de los reyes que me precedieron habían plantado antes, y los planté en mi jardín para el placer de mi majestad. Traje arboles frutales que no se encuentran en mi tierra y con ellos llené los huertos de toda Asiria.

El rey Asurnasirpal II (883-859 a. C.) hizo un gran jardín en su capital Kalhu (moderna Nimrud), donde cultivó semillas y plantas recolectadas en sus catorce conquistas: cipreses, pinos y enebros de diferentes clases, cedro, mirto, almendro, palmera, ébano, sisu, olivo, roble, cornicabra, sauce, fresno, abeto, granado, pera, membrillo, higuera, vid.  Y también describió la obra de ingeniería que construyó para regar: excavé un canal desde del río Zab, cortando por una montaña, y lo llamé el Canal de la Abundancia. Regué la vega del Tigris y planté huertos de frutales de todo tipo.  El agua del canal brotaba desde arriba al jardín; la fragancia impregnaba los paseos, los canales de agua, tan numerosos como las estrellas, fluían en el jardín placentero…

Sargón II (reinó entre 722-705 a.C.) edificó un jardín y un magnífico palacio en Dur Sharrukin (actual Khorsabad, cerca de Mosul). El rey dejó escrito sobre su jardín: Yo creé junto al Palacio un jardín imitando las montañas de Amanus con árboles aromáticos de todo el norte de Siria y todos los frutales de montaña(…), todas las especias de la tierra de los Hititas y todas la vegetación de sus montañas próximas. En su ambición por alcanzar la fama como brillante constructor, llamó a su palacio el “Palacio Sin Rival”. También dejó un relieve escultórico en el que aparece el jardín diseñado como una colina boscosa artificial, con un lago y barcas, un pabellón, un altar y árboles exóticos.

La fascinación por especies foráneas de árboles que la arqueología ha descubierto es realmente sorprendente. Un oficial de Sargón II dejó constancia en una carta de la recolección de 3900 esquejes de frutales en ciudades sirias para plantarlos en Dur Sharrukin. Las plantas foráneas aportaban belleza y originalidad al jardín y también simbolizaban la amplitud de las conquistas del rey en el extranjero, la magnitud de su poder.

Los Jardines Inencontrables de Babilonia

La historia más extendida cuenta que los Jardines Colgantes los construyó el famoso rey bíblico Nabucodonosor hacia el 600 a. C. en Babilonia, la capital de su reino. La leyenda los relaciona también con una historia de amor, según la cual Nabucodonosor creó esos maravillosos jardines como muestra de amor a su esposa, la Reina Amytis, que añoraba las montañas de su tierra natal en el Imperio medo.

Obra de Pierre Bellet, s. XIX.

Otra versión de algunos autores griegos dice que los construyó una poderosa mujer, la reina asiria Semíramis en el 800 a. C. A esta reina le asignaron muchas leyendas. Se identifica principalmente con la esposa del rey Ninus, una soberana guerrera que gobernó 42 años tras la muerte de su esposo. Según el mito, llevó las conquistas de su imperio hasta la India. Se le atribuye la fundación de numerosas ciudades y la construcción de maravillosos edificios en Babilonia. Muchos lugares de la Antigüedad llevan su nombre y sigue siendo un nombre femenino en Irak. Semíramis es otro atractivo personaje legendario de la Antigüedad, uno de los primeros arquetipos feministas, que ha inspirado obras artísticas a lo largo de los siglos. Desde Ovidio a Calderón de la Barca, Shakespeare o Rossini, muchos son los artistas seducidos por el mito de Semíramis.

Curiosamente,las ideas predominantes que tenemos sobre los Jardines de Babilonia proceden de varios autores clásicos que los describieron varios siglos después de su creación, entre el siglo III a. C. y el siglo IV d. C. Son narraciones poco precisas y a veces contradictorias, que han perdurado como ciertas hasta la actualidad.

Todos los narradores coinciden en que los Jardines se instalaron en Babilonia, cerca del palacio real, y estaban dispuestos en terrazas de piedra abovedada, para imitar la ladera de una montaña. Sin embargo, es desconcertante que Herodoto, que describió Babilonia en el 440 a C, en sus Historias, no los mencionó.

En el primer relato conocido, Josefo afirmó que Nabucodonosor II los había construido, y quedó como verdad indiscutible por los siglos de los siglos. Más tarde, Diodoro Sículo en una extensa descripción enfatizó su aspecto de colina con zonas que asemejaban un teatro, terrazas ascendentes, árboles de todo tipo y máquinas invisibles que elevaban el agua a la cima; su relato inspiró el Paraíso Perdido de Milton. Quinto C. Rufo, los atribuyó en su versión a un rey asirio que conquistó Babilonia. Estrabón en la Geografía y Filón de Bizancio, en el Manual de las Siete Maravillas del Mundo, destacaron su maravilloso sistema de riego; en palabras de Estrabón:

La forma del jardín es cuadrada y mide cuatro plethra (unidad de medida antigua equivalente a 30m). Consta de terrazas abovedadas unas sobre otras, que descansan sobre pilares cúbicos. Estas son ahuecadas y rellenas con tierra para permitir la plantación de árboles de gran tamaño. Los pilares, las bóvedas y las terrazas están construidas con ladrillo cocido y asfalto (betún de Judea). La subida a la terraza superior es por escaleras y a su lado hay máquinas de agua y personas que están continuamente elevando agua desde el Éufrates hasta el jardín.

Gracias a estos relatos, los fabulosos Jardines Colgantes de Babilonia se conocen desde hace más de dos mil años y han inspirado diversas representaciones a lo largo de siglos. La reconstrucción pictórica más temprana conocida es la del pintor holandés Martin van Hemmskerck (1498-1574), que trató de unificar las distintas descripciones clásicas.

A mitad del siglo XIX se abrió un nuevo episodio en el conocimiento de los Jardines Colgantes: empezaron a realizarse excavaciones arqueológicas en la región y empezó a descifrarse la escritura cuneiforme y las lenguas de Mesopotamia.

Entre 1898 y 1917, Robert Koldeway dirigió un equipo de arqueólogos que excavaron en Babilonia entusiasmados por descubrir el lugar exacto de los míticos Jardines. Esperaban encontrar inscripciones de Nabucodonosor confirmando que él había construido el jardín. Hallaron habitaciones del palacio con paredes gruesas de ladrillo cocido cubierto de mucho betún y eso dio pie a Koldeway a explicar que aquellos materiales podían indicar la existencia de un jardín en la azotea del edificio. La idea de un jardín en la terraza superior del palacio con vistas a toda la ciudad cautivó la imaginación popular de la época y estimuló la realización de reconstrucciones fantasiosas de varios artistas.

Representación fantástica del siglo XIX.

Sin embargo, la hipótesis de Koldeway no lograba aclarar cómo se regarían las plantas en los largos meses de calor de Babilonia y no prosperó.

Unos años después, el arqueólogo británico Leonard Woolley planteó otra hipótesis, tras sus excavaciones entre 1922 y 1934 en la ciudad sumeria de Ur. En el gran templo de Ur, en forma de torre escalonada piramidal llamada zigurat, descubrió unos agujeros a intervalos regulares y los asoció con el drenaje para cultivar plantas. Esta sugerencia nuevamente sedujo al público y volvió a inspirar reconstrucciones pictóricas de los Jardines mostrando plantas colgando de terrazas de un zigurat. La idea no obstante, tampoco se sostenía pues el material de barro sin cocer, con el que eran fabricados los zigurats, no resistiría la humedad de riego sin desmoronarse. Y además no coincidía con lo descrito por los clásicos.

En las excavaciones  de Babilonia se han hallado más de 200 inscripciones, que han esclarecido la huella que dejó  el rey Nabucodonosor en la ciudad durante los 43 años de su reinado. Nabucodonosor es el rey más conocido de Babilonia porque aparece en la Biblia como conquistador de Judea y Jerusalén; también porque reconstruyó la capital Babilonia, devastada por los reyes asirios, y edificó obras gigantescas. Fue un rey admirado por su pueblo y odiado por los judíos. Dejó mucha información de sus obras, pero ninguna sobre jardines. Si la leyenda fuera cierta, habría dejado algún indicio, sin embargo, en las numerosas inscripciones halladas no se ha encontrado rastro de que a Nabucodonosor le interesaran las plantas  o que amara especialmente a su esposa.

Hasta la fecha, el resultado de las excavaciones ha sido rotundamente decepcionante: no se ha encontrado en Babilonia ninguna evidencia arqueológica de los Jardines Colgantes que demuestre su existencia. Así las cosas, en 1988 algunos académicos optaron por negar que hubieran existido verdaderamente,   proclamando que habían sido una invención literaria de los griegos, proclives a las maravillas orientales y a los personajes poderosos y atractivos, como Nabucodonosor o  Semíramis.

En los noventa del pasado siglo, entró en el debate la historiadora británica Stephanie Dalley afirmando la existencia real de los Jardines, pero con un cambio sustancial de paradigma. Según su tesis, no se construyeron en Babilonia sino en Nínive, la capital de los asirios, y los creó el rey asirio Senaquerib alrededor del año 700 a. C.

Dalley se interesó por los Jardines Colgantes por casualidad. Dio una conferencia sobre Jardines Antiguos, sin nombrar a los de Babilonia, y el descontento que manifestó una asistente a la charla fue tan descomunal que la espoleó a descifrar el enigma de esos jardines, tan famosos como escurridizos. Se especializó en traducciones de técnicas usadas por los reyes antiguos, que solían describirlas con lenguaje metafórico difícil de interpretar.

Como poseída por el espíritu luchador de Semíramis, Dalley se dedicó durante dieciocho años a descifrar textos cuneiformes, tanto de excavaciones recientes como de museos y colecciones del mundo, y a revisar anteriores traducciones, con el único objetivo de desvelar de una vez dónde estuvieron y qué aspecto tendrían los Jardines Colgantes. En su libro El Misterio de los Jardines Colgantes de Babilonia (The Mystery of the Hanging Garden of Babylon, 2013) expuso su teoría minuciosamente argumentada, convenciendo a muchos otros investigadores.

A diferencia de Babilonia, en Nínive (cercana a la actual Mosul), las excavaciones realizadas en el palacio de Senaquerib han provisto valiosa información sobre el Jardín del palacio, tanto en inscripciones como en relieves escultóricos. Disponiendo de ese material arqueológico, sumado a los textos clásicos, nuevos diccionarios de lenguas mesopotámicas y todo su saber de experta en Historia Antigua, Dalley, tal Sherlok Holmes con algo de Indiana Jones o viceversa, ha compuesto un puzle en el que todas las piezas parecen encajar.

Es preciso recordar que el territorio de esa prolífica recolección de materiales arqueológicos, en Irak y Siria, lamentablemente está siendo saqueado desde los tiempos de la  guerra del Golfo. Por medio de un proceso de expolio sistemático devastador, las primeras ciudades de la historia, con su valioso contenido informativo, están desapareciendo para siempre, convertidas en lugares irrecuperables para la arqueología.

Los Jardines Colgantes de Nínive

El protagonista de la versión de Stephanie Dalley es el rey Senaquerib, hijo de Sargón II, que reinó del 705 al 681 a. C. y eligió Nínive como capital de su reino. En un prisma octogonal de arcilla dejó un largo relato sobre la construcción de un fabuloso palacio con jardín en lo alto de la ciudadela norte de la ciudad.  El edificio palatino contaba con pilares en forma de leones y toros alados de grandes proporciones, enormes puertas, habitaciones y pabellones artísticamente decorados con artesonados, estatuas y paredes esculpidas de materiales excelentes como oro, plata, bronce o alabastro, y maderas nobles de ébano, boj, sisu, cedro, ciprés, pino y madera india. El rey lo llamó su “Palacio Sin Rival”, como ya había hecho su padre con el palacio de Dur Sharrukin, en su afán de lograr algo superior a todo lo anterior.

La construcción de la soberbia obra está ligada a una historia romántica, pues el rey Senaquerib sí dejó escrita una dedicación a su primera esposa:  para Tashmetu-sharrat la mujer de palacio, mi muy amada esposa, que la amante de los Dioses ha hecho la más perfecta de todas las mujeres, yo he construido un palacio lleno de belleza para el deleite y el placer(…), que los dioses nos concedan salud y felicidad juntos en este palacio.

Lindando con el palacio, Senaquerib construyó un extraordinario jardín del que se sentía muy orgulloso: Elevé la altura de los alrededores del palacio, para que fuera una Maravilla para toda la gente. Junto a él extendí un alto jardín imitando las montañas Amenus, con todo tipo de plantas aromáticas.

Se han encontrado dos relieves escultóricos que revelan la apariencia del jardín. Uno, hallado en el Palacio de Senaquerib, representa el jardín recién creado; el segundo, encontrado en el palacio de su nieto Asurbanipal, muestra el jardín maduro. Son evidencias de que el jardín tenía forma de montaña artificial, de “jardín en altura” propio de la tradición asiria, estaba cubierto de árboles y contaba con un lago y diversos canales de agua.

Jardín de Nínive en tiempos de Asurbanipal. Dibujo de S. Dalley.

La representación visual no permite identificar especies. Los árboles aparecen esquematizados en dos tipos, siempreverdes y caducifolios. Por su propio relato, se sabe que Senaquerib, igual que sus predecesores, introdujo especies foráneas para asombrar a propios y visitantes: árboles productores de frutos de toda la tierra, todas las aromáticas de Hatti… cada tipo de vid silvestre, de árbol frutal exótico, de árboles aromáticos y de olivos, así como árboles productores del algodón [Gossypium arboreo]. Esa idea de totalidad refleja abundancia, diversidad, rareza y universo, en suma, un jardín botánico espectacular.

Senaquerib solo nombró unas pocas especies. La palmera datilera fue una de ellas, se plantaba en Nínive, un  terreno poco propicio, pero como dice Dalley, la importancia cultural sobrepasaba las desventajas ecológicas, porque se la relacionaba con el culto de Ishtar, la diosa mesopotámica del amor y la belleza, de la vida y la fertilidad. Tanto era su valor simbólico que Senaquerib, en vez de usar el título de “rey de Asiria”, se autotituló “Palmera de Asiria”.

Hecho el suntuoso palacio y plantado el espléndido jardín, Senaquerib tenía que asegurar el mantenimiento verde de su magnífica colección de plantas, necesitaba una fuente de agua abundante y constante y un método para elevarla a la altura deseada.

Por un lado, Senaquerib diseñó un magnífico sistema de canales, pozos, túneles, presas y acueductos con arcos de piedra, que se internaban en las montañas y traían agua fresca, desde más de 80 km de distancia, hasta la ciudadela de Nínive. Parte de esa obra fue descubierta en los años 30 del pasado siglo (restos de un gran acueducto ) y parte en 2012 (restos de cinco acueductos más).

Por otro lado, el rey inventó un nuevo método de fundir y esculpir el bronce. Y lo usó para crear figuras de leones y otras criaturas de tamaño enorme (hasta de 30 t), y también máquinas (tipo tornillo de Arquímedes) para elevar agua desde unas cisternas hasta arriba del elevado jardín.

El resultado de todo eso fue que el Jardín de Nínive tenía la maravillosa cualidad de mantener su verdor todo el año. Cuando el resto del territorio estaba reseco, un verdor así podría parecer un milagro a quien lo viera; de hecho, era uno de los atributos del paraíso y del jardín mitológico de Alcínoo, que Homero incluyó en La Odisea.

Esta versión de los Jardines Colgantes que Dalley defiende concuerda con las descripciones de los autores clásicos. En todo ello se basó el artista inglés Terry Ball (1931-2011) para realizar una nueva interpretación visual de cómo debieron de ser los Jardines Colgantes de Nínive.

En cuanto a los nombres “Babilonia” y “Nabucodonosor” de las versiones clásicas, Stephanie Dalley sugiere que la denominación Babilonia, que significa “puerta de los dioses”, era un epíteto de ciudad, para babilonios y asirios, y Nínive fue también a veces conocida como Babilonia. Algo semejante pasó con los nombres de los reyes, que se usaron indistintamente como arquetipo de gran rey.

El misterio de los Jardines Perdidos más famosos del mundo ha sido desvelado. Como concluye Dalley, todo el proyecto del rey Senaquerib, es de una magnífica concepción, espectacular ingeniería y brillante como obra de arte. El novedoso y asombroso complejo de palacio, jardín y sistema de riego, sin duda, se merecía ser incluido en la lista de las Siete Maravillas del Mundo.

La nueva narración científica es tan fascinante como la leyenda antigua. Desde las brumas del tiempo los célebres Jardines Colgantes surgen como un ejemplo pionero de jardín bien logrado, nacido del culto a la belleza vegetal intemporal y de la consciencia de su valor simbólico. En su imitación del paisaje natural y milenios antes del paisajismo inglés, fueron precursores del jardín llamado romántico. Fundaron la estela de los “jardines por amor”, tradición que dio otra Maravilla al Mundo, el Taj Mahal. También, inauguraron los “jardines de los cinco sentidos” brindando frutas abundantes,  árboles fragantes que aromatizaban el pasear y arrullos y cantinelas del agua. Y, lo que más me entusiasma, los Jardines fueron creados para provocar el asombro, el sentido que más nos conecta con la grandeza de la naturaleza.

Escrito por Rosa, jueves 23 de marzo de 2017.

Fuentes:
– Milton, J. (2005). El Paraíso Perdido. Ed. bilingüe de Enrique López Castellón. Abada, Madrid. 2. – Dalley, S. (2013). The Mystery of the Hanging Gardens of Babylon: An elusive world wonder traced. OUP Oxford.
La Epopeya de Gilgamesh (2008). Versión de A. George. Traducido por Fabián Chueca. Debolsillo, Barcelona.
– Yasuda, Y., Kitagawa, H., & Nakagawa, T. (2000). The earliest record of major anthropogenic deforestation in the Ghab Valley, northwest Syria: a palynological study. Quaternary International, 73, 127-136.
 Los saqueos destruyen ciudades milenarias de Irak y Siria en El País. 

De Aromas y Perfumes

El mundo natural está lleno de olores maravillosos. El olor a mar es uno de mis preferidos pero los más atractivos para todos son sin duda los olores aromáticos que desprenden las plantas. Un bosque de pinos, una frondosa higuera, unos naranjos en flor emanan olores deliciosos. El olor refrescante de unas hojas de menta o el perfume meloso de una dama de noche en la oscuridad puede arrebatarnos y llevarnos a un momento repentino de éxtasis.

El Alma de la Rosa. J. W. Waterhouse, 1908.

El Alma de la Rosa. J. W. Waterhouse, 1908.

El olfato es un sentido asombroso. Capta los efluvios odoríferos y los conecta con emociones de vivencias guardadas en el fondo de la memoria, en lo más íntimo de nuestro ser. El olor a mar siempre me arrastra de vuelta a la costa donde nací; el olor a lápiz, a todos nos transporta a la escuela de la infancia donde nos iniciamos en la escritura. Por el olfato alcanzamos un mundo de gozos y evocaciones inimaginables.

Por ello, desde las sociedades tribales, con las sencillas quemas de inciensos y ramas, hasta el mundo moderno, con los refinados y complejos perfumes, el ser humano siempre ha perseguido el sueño de arrancarle a la naturaleza el secreto de sus aromas.

Todo lo que rodea a los perfumes posee un hálito de misterio. Aún sabiendo que los efluvios aromáticos que emanan las plantas son compuestos químicos volátiles con diversas funciones biológicas, no dejamos de admirarlos como un fenómeno prodigioso de la naturaleza. Por otra parte, el conocimiento y dominio de los aromas naturales se ha desarrollado casi siempre en secreto. Se han guardado como tesoros el hallazgo de nuevas especies odoríferas, el descubrimiento de las técnicas más eficaces de extracción de esencias y  la fórmula de ingredientes más arrebatadora. Quizás por ello, la descripción de los perfumes sea tan críptica, oscura e impenetrable, casi un código secreto al alcance solo de iniciados.

Yo también me he sentido atraída por el misterio de los perfumes, sobre todo por saber qué clases de árboles hay detrás de los valiosos frascos de fragancias. Quizás sea en esas sustancias evanescentes donde los árboles sean más invisibles.  Para satisfacer mi curiosidad y explorar los aromas de árboles más aclamados por los perfumistas, viajé a la capital del mundo del perfume, la ciudad francesa de Grasse, el lugar más idóneo para iniciarse en los entresijos de este arte.

La Ciudad de los Perfumes

Cartel de Roger Broders, 1927.

Cartel de Roger Broders, 1927.

Grasse es una pequeña urbe medieval, situada en la confluencia de los Alpes, la Costa Azul y la Provenza, a más de 700 metros de altitud, que lleva siglos dedicada al conocimiento de los aromas naturales. Desde el Hotel Mandarina Grasse, enclavado en lo alto de la ciudad, se divisaba a lo lejos la bahía de Cannes y por todo el valle los campos donde en primavera y verano florecieron la rosa, el jazmín, el clavel, el nardo y la violeta.

Gracias a su favorable microclima, los cultivos de plantas para perfumes se dieron bien y  poco a poco  aumentaron las especies cultivadas. El jazmín llegó a Grasse desde India en 1650; la rosa también por esa fecha; el nardo fue importado de Italia en 1670; la lavanda y la mimosa en el año 1875. Hoy en Grasse se cultivan campos espectaculares de rosa, jazmín, nardo, violeta, azahar, lavanda y mimosa.

Por el desarrollo de excelentes cultivos y de las mejores técnicas de extracción y de creación, Grasse es conocida como “la ciudad de los perfumes” desde el siglo XVII, siendo desde entonces cuna de famosos perfumistas y escuela de referencia mundial. La calidad de sus esencias naturales la mantiene hoy, a pesar de la globalización, como uno de los centros mundiales en producción, proceso y venta del Perfume.

Si quieres saber de perfumes, tienes que visitar Grasse. Todo en la ciudad ronda en torno al perfume: las tiendas de fragancias y jabones, las tienda-museos de las perfumerías Fragonard, Molinard y Galimard, los cursos de creación de perfumes, la Fiesta de la Rosa de mayo, la Fiesta del Jazmín, las Noches Perfumadas de verano… Y el Museo Internacional de la Perfumería con su Jardín de Plantas para Fragancias, donde encontré algo de luz sobre los árboles más admirados en este reservado arte.

Catálogo de aromas

“En perfumería, el artista termina el olor iniciado en la naturaleza”,  manifiesta el protagonista de A contrapelo, la novela del escritor francés J. K. Huysmans (1848-1907). Para los naturalistas, el olor de la rosa nos parece de un acabado perfecto; para los perfumistas, la perfección se alcanza cuando después de extraer la esencia a una planta la mezclan con otras para crear algo nuevo de superior categoría.

La naturaleza crea el perfume en el momento en que las plantas fragantes sintetizan aceites esenciales volátiles. Estos aceites con aroma tienen funciones biológicas muy importantes para las especies, sirven, entre otras cosas, para atraer a insectos para la polinización, repeler a herbívoros y xilófagos, atacar microorganismos patógenos o comunicar mensajes a las otras plantas del entorno. Dependiendo de las especies, los aceites se fabrican en las flores, las hojas, los frutos, la raíz, la madera o la resina.

Las materias primas fragantes se catalogan en siete clases (según la clasificación tradicional exhibida en el Museo Internacional de Grasse): Florales, Frutales, Maderas, Herbáceas, Especias, Bálsamos y Animales. En total suman setenta materias; en otras clasificaciones, el número es muy superior.

La recolección de las materias primas naturales es el momento más delicado de todo el proceso; para que el aceite sea de la mayor calidad hay que conocer el momento del día más propicio y recoger con delicadeza la materia, los pétalos, por ejemplo, para que den la mejor de sus fragancias.

La segunda fase es la captura de los aromas. Se realiza por diferentes procesos, dependiendo del tipo concreto de materia prima. Las técnicas más frecuentes son la destilación al vapor después de macerar en agua; la expresión de las cáscaras de los frutos; y la disolución en grasas animales o disolventes volátiles. Las esencias extraídas no son sustancias simples. En realidad, cada aceite esencial es una mezcla muy compleja de más de cien compuestos químicos. De estos, los que aportan los aromas son los terpenos, fenoles, aldehídos, cetonas, ésteres y alcoholes. La esencia de rosa, por ejemplo, tiene 275 componentes. El aroma natural en la planta es ya un aroma múltiple.

La última etapa es la elaboración de una fragancia. Una “nariz”, como se conoce al perfumista, dispone hoy de una gran cantidad de esencias (incluyendo las sintéticas) que puede mezclar. Esos frascos de esencias son como la paleta de colores para el pintor. Un perfume puede contener entre 200 y 500 ingredientes, (casos extremos son el “Molecule 01”, de una sola molécula y el “Beautiful”, de 2000).  El arte reside en crear una mezcla o composición que tenga armonía y atractivo.  Se necesita un sentido del olfato muy desarrollado capaz de memorizar de cada aroma los olores que la componen, la persistencia en el tiempo, el modo en que se afecta por otros, así como los grupos o acordes de esencias que mejor funcionan.

Dentro de esta rica y variada paleta el perfumista dispone de una serie de esencias que proceden de árboles. Hay árboles con flores perfumadas, otros con frutas de olor seductor, los hay con maderas de intensa fragancia y también los que lloran lágrimas aromáticas y por supuesto los árboles de especias.

Flor de la mimosa, dulce abrazo

Los aromas florales son los más bellos y cautivadores, yo diría que es la belleza natural en forma de aroma. La rosa y el jazmín emiten unos olores que son pura delicia, emblemas de este tipo de fragancia de origen floral, pero muchas otras flores también nos hacen gozar. En este importante grupo de materias fragantes, las flores del naranjo (Citrus spp.), del ylang ylang (Cananga odorata) y de la mimosa (Acacia spp.) son los tres aromas florales de árboles que más se usan en los perfumes.

De la flor de la mimosa dicen que su olor es un milagro de la naturaleza, tan  dulce y reconfortante como el abrazo de una madre. El nombre “mimosa” («muy aficionada a caricias» según la RAE) le viene de maravilla. También el nombre de “aromo”, como se le conoce en Chile;  parece que su flor sea el aroma por excelencia, el más agradable de todos, o tal vez por la evocación más universal,  oler a abrazo de madre.

En realidad, aromo y mimosa son nombres aplicados a diversas especies de leguminosas. En perfumería se usan principalmente dos: la Acacia dealbata, de origen australiano, y la Acacia farnesiana, de origen americano, la preferida de los perfumistas, a ella voy a referirme en esta entrada.

La mimosa (A. farnesiana) es un árbol pequeño y espinoso, a veces arbusto, único por sus flores de color amarillo intenso, pequeñas, globosas, muy perfumadas, que florecen antes que ninguna a final de invierno.

Es originaria de América tropical, desde Texas y California hasta Perú. Actualmente se cultiva en Argelia, Marruecos y sur de Francia, principalmente en la región de Grasse, también en Oriente Medio y la India. Y se ha naturalizado en otras regiones tropicales, subtropicales y templado-cálidas, probablemente extendidas por la acción humana.

Crece bien en todo tipos de suelo, con régimen de lluvias hasta los 900 mm anuales. Ecológicamente es una especie importante porque es parte de la vegetación secundaria que sucede al bosque tropical caducifolio y es indicadora de sitios perturbados.

La especie tiene importancia económica. Se emplea como ornamental y para mejorar los suelos (fijadora de nitrógeno), y de ella se extraen colorante, curtiente, condimento, combustible, forraje, medicina herbolaria y el aceite esencial para perfumería.

La historia de su nomenclatura es curiosa y muestra lo caprichoso que puede ser el origen de un nombre botánico. Este árbol posiblemente era bien conocido y utilizado en la América prehispánica, recibiendo diversos nombres locales, por ejemplo huizache en México.

La primera referencia botánica en Europa es de 1625, por el botánico y médico Tobías Aldino, en su obra en latín “Exactissima descriptio rariorum quarundam plantarum, quae continentur Romae in Horto Farnesiano” (Descripción exacta de las plantas del Jardín Farnesio de Roma). Le llamó Acacia Indica Farnesiana; el epíteto latino farnesiana nos lleva así a la colina palatina de Roma, cerca del arco de Tito, donde en 1550 la familia noble Farnesio creó uno de los primeros jardines botánicos privados de Europa, el Horti Farnesiani, muy popular en el XVIII y XIX. Parece que los jesuitas, en 1611, llevaron semillas de mimosa desde su tierra nativa Santo Domingo, como regalo para el Cardenal Eduardo Farnesio, que las plantó en su jardín renacentista, donde serían descritas y dibujadas con gran precisión por Aldino.

Cuando en 1753, Linneo alumbra su obra “Species Plantarum”, marcando el nacimiento de la moderna nomenclatura botánica, asigna a este árbol el nombre Mimosa farnesiana, curiosamente eligiendo como referente la primera ubicación europea (siguiendo el criterio de Aldino) en vez del origen dominicano o americano. El vocablo genérico Mimosa procede del latín, mimus, y alude a las especies (como M. pudica) que se retraen cuando las tocamos, de ahí que a la mimosa también se la denomine “púdica”, “vergonzosa” y “sensitiva”.

Posteriormente, en 1806, el botánico alemán Carl Ludwig Willdenow, en la cuarta edición del “Species Plantarum”, reasignó la mimosa al género Acacia, con el nombre Acacia farnesiana. Quedó así incluida en un gran género de árboles y arbustos con más de 1300 especies distribuidas por todo el mundo.

Recientemente se ha comprobado que el gran grupo del género Acacia es polifilético (que deriva de varios ancestros) y se ha dividido en cinco géneros. La mimosa ha sido asignada al género Vachellia, que fue acuñado en 1834 por los botánicos Robert Wight y George Arnott, en su obra «Prodromus Florae Peninsulae Indiae Orientalis» (Flora de la India), estableciendo como especie tipo a Vachellia farnesiana, a partir de plantas cultivadas en la India. En esta ocasión, el nombre genérico Vachellia nos conduce a la región de Macao en el sur de China y guarda relación con el Reverendo G. H. Vachell (1799-1839), capellán de la fabrica de la Compañía Inglesa de las Indias Orientales en Macao, que recolectó plantas de la región y descubrió un número considerable de nuevos taxones.  Extraña historia la de este nombre botánico que asocia a la mimosa americana a un capellán inglés en Macao y a un palacio renacentista en Roma.

Por otra parte, el árbol recibe muchos nombres comunes diferentes en cada idioma. En Francia la llaman cassie, en inglés sweet acacia,  en México, huizache.

Desde los Jardines Farnesio, la especie fue introducida en la Provenza por el delicado olor de la flor, al menos a partir de 1825. Hoy la mimosa es la flor reina del invierno en la comarca de Grasse. La explosión de la floración es tan espectacular que de enero a marzo se organiza la “Ruta de la Mimosa” a lo largo de 130 kilómetros de la Costa Azul, cuando la tierra se cubre de oro y brilla entre el azul de mar y cielo.

Las descripciones de aromas de los expertos en perfumes amplían las sensaciones olfativas con matices visuales, táctiles, gustativos o sonoros. Así, a la fragancia de la mimosa la describen como un aroma floral con tono aterciopelado y tonalidad polvo. Tres escritoras del blog Fragantica encuentran en perfumes del mercado centrados en esta flor de oro estos matices sorprendentes:

De «Mimosa Pour Moi», dice Juliett Ptoyan,  que huele a color amarillo y que esta “eau» es como una montaña rusa de principios de primavera hasta el corazón del verano, fresca y caliente, picante y dulce.

De «Une Fleur de Cassie», cuenta Raluca Kirschner que huele como si cientos de dorados y esponjosos pompones de mimosa estuvieran rodando por una colina de sándalo tomando algunos tonos especiados de clavel en su camino, clavel que añade una especie de efecto de piel humana: un poema erótico en una botella.

Para Sandra Raicevic, el aroma de la mimosa representa a la perfección los días de verano en medio de un invierno frío y nevado que traen mucha felicidad y alegría.

Fruta del bergamoto, estallido brillante

Los olores de las frutas son muy atractivos para los pájaros y para nosotros; en este caso, los árboles sintetizan el aceite esencial en la piel del fruto. Los aromas de los cítricos son muy empleados en perfumes, especialmente el naranjo (Citrus aurantium) y el bergamoto (Citrus bergamia), el favorito de los perfumistas porsu carácter excepcional.

¿Qué tiene la esencia de bergamota? Es muy perfumada, con una acidez no aguda como en otros cítricos sino más sutil, resultando tan fresca que se considera “brillante”. También presenta una persistencia mayor que otros cítricos, lo que es muy importante para un perfume. Y armoniza con una amplia gama de mezclas de esencias, favoreciendo, además, que sus componentes se complementen entre sí. Es una de las notas más comunes en la paleta del perfumista. La versatilidad de la  bergamota es tal que la podemos encontrar tanto en las aguas de colonia más ligeras como en los perfumes más densos.

Si sois tan aficionados al té como yo, reconoceréis el aroma a bergamota en el famoso té Earl Grey, el té favorito del Conde Earl Grey (Primer Ministro británico de 1830 a 1834), que se popularizó a principios del siglo XIX y que sigue siendo predilecto de muchos té-adictos entre quienes me incluyo. El aroma de la bergamota también os puede resultar familiar por las aguas de colonia que todos hemos usado en algún momento de nuestra vida, porque es el principal componente de esta fórmula creada a principios del siglo XVIII como perfume ligero.

El árbol del bergamoto es pequeño de altura, conflores blancas muy perfumadas y una fruta esférica aplanada o piriforme, de pulpa verdosa, y corteza amarilla cuando madura.

Solo se conocen bergamotos de cultivos. En Asia tropical y subtropical, de donde proceden las especies del género Citrus, no se han encontrado bergamotos silvestres, así que su taxonomía ha sido muy discutida. La investigación genética sobre sus ancestros ha determinado que posiblemente sea un híbrido entre el naranjo amargo (C. aurantium) y la lima dulce (C. limetta). Hoy se acepta la clasificación como especie Citrus bergamia, aportada en 1819 por los botánicos Risso y Poiteau.

Sin saberse qué fue de este árbol antes, el bergamoto es citado por primera vez en 1714, en Colonia, Alemania, en los registros  de compras de ingredientes de la empresa de perfumes Eau de Cologne Farina, la marca de perfume registrada más antigua del mundo.

El Agua de Colonia Original (Original Eau de Cologne), fue creada a principios del XVIII por Giovanni Maria Farina. Era una solución de aceites esenciales diluidos en etanol al 4-8%, basada en esencias de limón, naranja, bergamota, mandarina, cedro, lima, pomelo y una mezcla secreta de hierbas.

Cuando se puso a la venta, el aroma sorprendió enormemente. Era una fragancia muy fresca, opuesta a los cargados perfumes que se usaban entonces. Goethe, Voltaire, Napoleón, la reina Victoria y otras personalidades se volvieron locos por ella; gracias a lo cual, el agua de Colonia se exportó a todo el mundo. Y el mundo descubrió el aroma y el nombre del bergamoto.

La primera plantación de bergamoto conocida aparece registrada en 1750 en el  sur de Italia, en la provincia de Reggio Calabria, en una pequeña franja de 150 km de la costa jónica. Desde entonces ese enclave no solo es uno de los escasos lugares donde su cultivo prospera sino que además ha sido el principal productor de bergamoto del mundo. Un pequeño rincón del Mediterráneo con clima subtropical húmedo templado, al resguardo de los vientos por las colinas circundantes, donde el bergamoto, parece encontrar cuanto necesita para desarrollarse y dar de sí la mejor esencia.

Hoy en día en Reggio hay 1500 ha dedicadas al bergamoto, que producen una media de 100.000 kg de aceite esencial de la mayor calidad. El bergamoto se cultiva en otras partes del mundo como Costa de Marfil o Marruecos, pero esas tierras no dan un aceite de la calidad del de Calabria.

El misterio de su origen ha dado lugar a que circulen diversas teorías sobre la procedencia del nombre bergamoto. Unos autores atribuyen el origen a distintas ciudades mediterráneas: Bérgamo, ciudad del norte de Italia; Berga, ciudad de provincia de Barcelona; Pérgamo, ciudad de Turquía.

Otra teoría bastante aceptada es que procede del turco “Beg ar mundi”, expresión traducida comúnmente como “pera del señor”. Sin embargo, H. Chapot, en su monografía Le bergamotier de 1962, descarta esta etimología por considerar que la aparición de la bergamota en Turquía es bastante moderna, además traduce la expresión árabe como “princesa de las peras”, debido al hecho de que, para mayor confusión, existen diferentes variedades de peras (Pyrus spp) que llevan el nombre de bergamota. Chapot sostiene que el bergamoto habría surgido en Calabria o Nápoles,  en forma de plántulas, probablemente como un híbrido, entre los siglos XIV y XVI.

El árbol de bergamoto se cultiva sobre todo para la extracción de esencia, que se extrae de la fruta verde inmadura. Pero también se obtienen de él otros productos: jugo de bergamota de alto contenido en acido cítrico; fruta confitada, a partir de bergamota verde; esencia de fruta amarilla madura para saborizante del té “Earl Gray” y de los famosos caramelos franceses “Bergamotes de Nancy” (desde 1850); esencia de “bergamotella”, de frutas inmaduras caídas al suelo, para uso en farmacia; y esencia del fruto verde cenizo para licores.

Hasta los años 90 del siglo pasado, el aceite esencial también se usaba en bronceadores, pero se descubrió que uno de sus componentes favorece la aparición de melanomas malignos y este tipo de productos se prohibió. La sustancia fotodañina es la furanocumarina, compuesto también conocido como psoraleno y bergapteno, presente en el residuo no volátil del aceite. En la actualidad, al aceite esencial de bergamoto para perfumes se le extrae previamente la furanocumarina.

Los principales componentes aromáticos del aceite esencial de bergamota son el acetato de linalilo, que aporta cierta frescura afrutada, y el linalol que huele más floral. El linalol también es componente del cilantro y la lavanda, de hecho el olor del bergamoto tiene afinidad con el de estas hierbas aromáticas.

La esencia de bergamota se usa en diferentes proporciones en casi todos los perfumes modernos.  En pequeñas dosis, según los perfumistas, añade brillo,  y en grandes cantidades, aporta un fondo radiante a otros aromas.

Son muchos los perfumes que incorporan la bergamota. La “Eau Sauvage” de Dior, creada en 1966 para hombres, contiene un 40% de bergamoto. La propia empresa describe en su web que  “su olor efervescente transmite la pureza cristalina y tonificante de los manantiales de agua mineral y hace un guiño a la fuerza más salvaje e instintiva de la virilidad”.

Shalimar, 1930

Shalimar, 1930

El perfume “Shalimar” creado en 1925 por la casa Guerlain contiene 30% de bergamota, y muchos coinciden en que es donde se puede explorar este aroma en toda su plenitud. Shalimar está inspirado en la historia de amor del emperador de la India, constructor del Taj Mahal, Shah Jahan, con su esposa favorita, la princesa Mumtaz Majal. El perfume, indica la casa Guerlain, se abre en un estallido de bergamota, le siguen delicadas notas florales en forma de sobredosis estructurada de rosa, jazmín y lirio, y termina con una estela de la adictiva vainilla.

El Agua de Colonia Original, descubridora del aroma del bergamoto, Farina la describió como “un amanecer italiano, con narcisos de montaña y azahares de naranjos después de la lluvia, que refrescaba y reforzaba los sentidos y la fantasía”.

La madera de sándalo, aroma sagrado

Otro grupo importante de materias aromáticas son las maderas de los árboles, aunque también se cuelan plantas no arbóreas con ese olor “amaderado” como la raíz de la hierba vetiver y las hojas del arbusto pachuli.

Según la clasificación tradicional (expuesta en el Museo de Grasse), las maderas aromáticas de árboles más usadas son las de cedro, sándalo y abedul. En otras clasificaciones, sin embargo, el grupo es muy amplio, incluye árboles aromáticos de clima templado muy conocidos como araucaria, abeto balsámico, alerce, ciprés, pino, tuya,  higuera, sicomoro, manzano, almendro o ciruelo, y otros tropicales exóticos como palosanto, jacaranda, eucalipto, teca, ébano, baobab, nim, oud. Existen pocas fragancias que no incluyan maderas.

En ese amplio abanico de maderas como materias para perfumes, el sándalo (Santalum album) ocupa sin duda un lugar destacado. Es uno de los ingredientes de perfume más antiguo que se conocen, lleva siglos siendo usado por sus cualidades fragantes, medicinales y escultóricas, y es un árbol con valor espiritual considerado sagrado en la India.

sandalwood

El olor del sándalo se califica como aroma de madera clásico, exótico y oriental. Frente a otras maderas de olores que evocan aires frescos como el pino o el cedro, el del sándalo se percibe como un aroma profundo, acogedor, con matices cremosos, lechosos y dulces. Y muy persistente, la madera retiene el aroma durante décadas.

El sándalo es un pequeño árbol tropical, de la familia de las santaláceas. Siempreverde y longevo, tiene hojas finas y colgantes, flores pequeñas color púrpura y frutos globosos pequeños. En la India crece hasta los 20 metros de altura, menos en otros enclaves. Tiene la particularidad de ser un árbol hemiparásito, parasita las raíces de otras plantas de su entorno mediante unas estructuras llamadas haustorios, emitidas de sus propias raíces, así obtiene algunos nutrientes como fósforo, potasio y nitrógeno. Es pariente del muérdago (Viscum album), otra santalácea nativa de Europa también semi-parásita, que es utilizado como adorno navideño. Su hábitat natural es el bosque tropical caducifolio seco.

Se considera nativo de la India, China, Indonesia y Filipinas. En el norte de Australia también se encuentra, no se sabe si de origen nativo o plantado.  Algunos botánicos consideran que fue introducido en la India desde la isla indonesia de Timor, pero hay testimonios de su presencia en India desde hace 23 siglos, ya que aparecen referencias a él en el Mahabarata (300 años a.C.). Hoy crece en los estados indios de Karnataka, Tamil Nadu, Kerala y Andra Pradesh, y la India es el principal productor mundial.

La madera es de textura fina, muy resistente a hongos e insectos. La albura es blanca e inodora mientras que el duramen es amarillento y fuertemente aromado. En el pasado se usaba para construir barcos y templos. También se usa para tallar figuras. Y desde luego en perfumería así como en medicina tradicional.

El nombre genérico Santalum procede del griego santalon y este del sánscrito candanam, traducido como “madera para quemar incienso”; su nombre hindi es santal. El epíteto album se refiere al color blanco de la albura. El género tiene unas 25 especies, algunas también aromáticas con uso comercial.

El alto valor del sándalo ha llevado a la extensión de su área de distribución. Las esencias procedentes de India son la de mayor calidad y la de Mysore (estado de Karnataka) la más valorada de todas.

Desde 1998 la UICN considera al sándalo dentro de la categoría de “especie vulnerable”, por las amenazas del fuego y el pastoreo y sobre todo por la intensa explotación de la madera para aceite esencial y mobiliario. Como medidas de conservación, el Gobierno de India ha prohibido la exportación de la madera, ha declarado al árbol de propiedad estatal y ha proclamado leyes protectoras; a pesar de ello hay un alarmante tráfico ilegal de madera.

El aceite esencial de sándalo se obtiene por maceración y destilación de las raíces y el duramen de la madera, pulverizados y secos. El tronco del árbol contiene la mayor cantidad de aceite en la madurez, cuando el árbol tiene entre 40 y 80 años, la obtención es costosa y la esencia extraída tiene un precio alto.

En las medicinas tradicionales de India, China y otros países de su región nativa se usa el aceite esencial de sándalo desde antiguo. El principio activo terapéutico es el santalol, que constituye el 90% del contenido del aceite, y es el que protege al árbol. Una de las propiedades reconocidas es la de mejorar las dolencias de la piel. También se le atribuyen propiedades antiinflamatorias, antifebriles y bactericidas.

En la India, el sándalo forma parte de los ritos espirituales. En los templos y en los altares domésticos se quema inciensos de sándalo para recordar lo fragante que es el reino de los dioses. En las prácticas de meditación, el humo de sándalo suele estar presente porque se considera que calma y enfoca la mente. Hay deidades talladas en madera de sándalo y rosarios realizados con las semillas. En las ceremonias religiosas se prepara una pasta de sándalo, llamada “chandanam”, que se aplica en la cabeza, pecho o cuello, así como en las figuras de diosas y dioses.

Según un relato mítico, la diosa Parvati, esposa de Shiva, creó a Lord Ganesha de sándalo, amasando la figura con la pasta “chandanam” e insuflándole después un soplo de vida.

El olor del sándalo es muy diferente a otros aromas de madera. La nota amaderada es delicada y sutil, en conjunto es una fragancia rica, fresca y balsámica, dulce y brillante. Se le atribuye poder afrodisíaco. La esencia de sándalo, usada en pequeñas proporciones, es un fijador que realza las otras fragancias y mezcla bien con la mayoría de los aceites.

Hay muchas fragancias que se basan en el sándalo. “Trayee”, de Neela Vermeire, es una fragancia de 2012 que representa según sus creadores el paisaje espiritual de la época védica. Contiene ingredientes naturales usados en las ceremonias védicas que van desplegándose sucesivamente provocando puras sensaciones de la India, de la vaporosa impresión del humo del sándalo ardiendo al olor a polen de jazmín sobre la piel, siguiéndole el aroma de una ofrenda de flores.

Estamos en diciembre cuando escribo esta entrada. En televisión emiten todo tipo de anuncios de perfumes con imágenes atrayentes y nombres enigmáticos. Ninguno nombra árboles. En París en estos días abren un nuevo museo, el Grand Musée du Parfum, donde seguro aguardan nuevas experiencias y revelaciones.

He sido impermeable a estos productos durante toda mi vida, ahora sin embargo me rindo ante la riqueza de este conocimiento antiguo y renuevo mi asombro por la belleza de estas materias sutiles, los olores, aromas, fragancias, que los árboles aportan a nuestro mundo. Quizás esta Navidad regale perfumes, eso sí, asegurándome que contengan esencias de árbol. Tal vez en esas esencias etéreas haya algo más que compuestos químicos, tal vez sea ahí donde se concentre el alma de los árboles.

Escrito por Rosa, 22 de diciembre de 2016

Fuentes
Museo de la perfumería de Grasse
Descripción de Acacia farnesiana, CONABIO, México
Conservación de Santalum album según UICN
Monografía sobre el bergamota de H. Chapot de 1962
Blog Fragantica
Blog Bois de jasmin

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Mariamar y el árbol prodigioso

Los árboles atesoran propiedades curativas, algunas insospechadas. Desde la prehistoria se han utilizado para combatir las enfermedades en la medicina tradicional. La práctica más común estriba en preparar remedios a partir de hojas, flores, frutos y otras partes del árbol, y aplicarlos de diversas maneras, desde infusiones o ungüentos hasta vapores y humaredas. Menos usual y más reciente es la terapia que se está extendiendo desde Japón de pasear por arboledas respirando el aliento de los árboles y la verde quietud (Shinrin Yoku).

En algunos lugares se recurre a cualidades menos tangibles de los árboles para tratar males del cuerpo y del alma, con prácticas insólitas, extrañas, muy alejadas de las que conocemos. He sabido de una de ellas gracias a la lectura de una novela del escritor mozambiqueño Mia Couto [1]. La obra narra el trance que atraviesa un poblado del norte de Mozambique cuando un grupo de leones devora a mujeres de la aldea.  En dos momentos de la narración un árbol (un tamarindo) protagoniza la terapia que se le realiza a Mariamar, un personaje principal de la historia.

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Mariamar había recibido su nombre definitivo de su abuelo: no solo te doy un nombre, te doy un barco entre mar y amar. Cuando tenía doce años, tras una noche de pesadillas y visiones que no quería recordar, se quedó paralizada, la mitad inferior dejó de pertenecerle y se desplomó como un saco vacío. El abuelo la llevó a la misión católica para que el dios cristiano la curara con un milagro y volvió dos años después recuperada. Pero tiempo más tarde, su padre le refiere otra versión de cómo se curó. Cuenta Mariamar en su diario:

[Mi padre] se demoró contemplando el tronco del tamarindo. Yo rompí el silencio:

—Me puse muy triste cuando se murió este árbol.

Entonces mi padre me lo reveló: cuando estuve enferma de las piernas, la que me curó fue mi madre. No fue la misión, no fue el padre Amoroso. Mi madre hizo “takatuka” conmigo. Transfirió mi dolor a ese árbol que, después, no soportó el peso y murió. El “takatuka” consiste en eso: en trasladar el mal de alguien a una cosa. Eso es lo que pasó conmigo: Hanifa Assulua [mi madre] cambió las heridas de mi alma por la vida del tamarindo. Eso fue lo que mi padre me reveló en su despedida.

En otro episodio, siendo Mariamar ya una joven, Hanifa Assulua, que siempre había fingido no saber que el padre la violara durante años, ante el innegable peso de las evidencias, le echa la culpa de semejante abuso, de provocar a “su hombre”. Y de nuevo recurre al árbol, pero esta vez para castigarla…  Cuenta Mariamar en su diario:

Hanifa Assulua hizo comparecer a un hechicero y ese “uwavi” me hizo beber una poción amarga. Al día siguiente el veneno había hecho efecto. Me había convertido en cuerpo sin alma. Savia venenosa en vez de sangre me corría por las venas.

Mi madre se vengaba: tiempo atrás había transmitido mi enfermedad al árbol de nuestro patio. Ahora hacia “takatuka” al revés: desplazaba de mí la vida para dársela al árbol muerto. En un instante el tamarindo renació verde y altivo. A cambio me convertí en una criatura inanimada. Solo me quedaba un sentido: la audición. Por lo demás, me rodeaba una oscuridad antigua y congénita.

Asombroso. Subyugante. Mágico. Las palabras de Mia Couto, poeta que escribe prosa, son como sortilegios, desde una situación supuestamente realista nos internan encandilados en el reino de lo sobrenatural, de las fuerzas invisibles. La madre de la protagonista, ejecutando la misteriosa práctica del takatuka, maneja esas fuerzas intangibles y logra intercambiar entre el tamarindo y Mariamar algo tan esencial como la energía vital y espiritual, que en el caso del árbol significa la vida y la muerte.

La intervención del árbol y la práctica del takatuka en esta historia bellamente contada, aún tratándose de hechos maravillosos, me atrae con la fuerza de un enigma. África negra guarda muchos misterios tras la bruma de desconocimiento que nos separa de ella. Allí la tierra aún palpita bajo los pies, y el sol y todos los elementos de la naturaleza tienen una presencia cercana y familiar. Las fábulas nacen y viven ahí.

Este tamarindo prodigioso me recuerda al “árbol de las almas” de la película Avatar (2009), de James Cameron, que al final del filme interviene trasladando el espíritu de Jake Sully de su cuerpo humano al de su avatar na’vi. Los dos árboles ejercen la misma función mágico-espiritual, si bien el de Avatar es un árbol-deidad de toda la comunidad, mientras que el tamarindo de Couto es un árbol familiar.

Ambos árboles son creaciones de la imaginación de dos artistas, aunque Mia Couto se inspiró para su novela en un suceso que él mismo investigó y en personajes reales que conoció. En 2008, en un poblado del norte del Mozambique durante cuatro meses unos leones mataron a un hombre y a 25 mujeres. Kulumani, la aldea de la novela, como la real, está en territorio makonde, un grupo étnico del sureste de Tanzania y norte de Mozambique con lengua propia y tradición de esculturas y máscaras en madera. La novela está salpicada de términos makonde, como takatuka. Indagando las causas de tales ataques, el poeta detectó las múltiples tensiones que bullían en la aldea y las viejas costumbres y convicciones que prevalecen en el sentir de la gente.

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Así es África

Entre esas convicciones antiguas, destaca el animismo que aún perdura sin perder su fuerza, a la vez que se profesa otra de las religiones actuales como cristianismo o islamismo. África es en su mayor parte un territorio rural, un continente de aldeas remotas que conservan creencias y costumbres de la cultura tribal. Mia Couto lo subraya en todas las entrevistas: en Mozambique todo lo que no se ve es tan importante como lo que se ve; no hay diferencia clara entre lo figurado y lo real, lo sobrenatural y lo real; el animismo persiste y está arraigado en lo más profundo del alma mozambiqueña. Toda la novela, y no solo el episodio del takatuka, se mueve entre esos dos mundos, el visible o progresista y el sobrenatural o arcaico. Fuerzas que fluyen parejas, sin conflicto, como el escritor ha conseguido plasmar muy bien. No obstante, para los que nos interesan los árboles, surge la incógnita ¿el takatuka se practica en realidad en Mozambique?

El antropólogo Harry G. West ha investigado la importancia del mundo invisible en Mozambique, y para ello ha realizado entrevistas a curanderos, hechiceros y otras figuras mozambiqueñas relacionadas con la cultura de lo sobrenatural [2]. Entre los testimonios recoge el de Carmelita Milonge, una anciana curandera especialista en takatuka. Carmelita manifestó que la llaman para hacer takatuka en los casos de heridas serias como huesos rotos o punciones profundas, y que su tarea es transferir las heridas del paciente a la rama de un árbol, rama que se seca y muere mientras el paciente queda con una pequeña herida en otra parte de su cuerpo.

El takatuka es pues una tradición antigua practicada aún hoy en esa parte de África. Carmelita Milonge no explica en qué consiste exactamente su método, pero imagino que debe de ser un ritual de magia porque en África la medicina tradicional abarca desde los herboristas hasta otros tipos de curanderos, tales como espiritualistas, ritualistas y adivinos. Esta antigua tradición incluye tanto el dominio de la herbología indígena como aspectos de la espiritualidad ancestral. La medicina tradicional tiene un valor enorme aún hoy día, porque es el único sistema de salud asequible y accesible para la mayoría (60-80%) de la población en África.

La integración de lo espiritual con lo corporal entraña un modo diferente de entender la enfermedad y los medios para curarla. Los curanderos africanos normalmente explican la enfermedad en términos de desequilibrios con el entorno social o el mundo espiritual; y actúan con la creencia de que la religión penetra cada aspecto de la existencia humana. Normalmente se prescriben remedios vegetales no solo por sus propiedades curativas sino también por su significado simbólico y espiritual. La separación entre la herbología y la hechicería no siempre es clara, si bien cada curandero se especializa en un método concreto, así Carmelita Milonge en el takatuka.

Los curanderos diagnostican muchas veces por medios espirituales o adivinatorios. Si el padecimiento es grave, el paciente puede que decida ir a la misión religiosa o al hospital; si es menos grave, acude a un curandero herborista o a otro tipo de ayuda. Por ejemplo, si es por hechizo, un hechicero debe emplear la magia; si es por un enfado de ancestro o demonio, un ritualista debe aplacarlo; si es por infligir las reglas o tabú de la comunidad, debe celebrarse un acto de restitución.

Aparte de los aspectos espirituales y mágicos, en África se manejan ampliamente los remedios extraídos de árboles y otras plantas. Este uso de árboles medicinales tiene siempre su origen en la observación cuidadosa de cada especie y en la experiencia personal respecto a cada árbol. Las características observadas de las especies, su relación con otros elementos de la naturaleza -agua, viento, animales- y la apariencia de su follaje, sus flores y sus frutos captan la atención y se transforman en propiedades, fuerzas y energías que se ven como poder, inspiración o fuerzas ocultas [3].

De las 6.400 plantas explotadas en el África tropical, más de 4.000 se emplean como medicinales. La fitoterapia es una tradición en auge en África; en Durban (Sudáfrica) existe un mercado que atrae cada año a más de 800.000 personas de Sudáfrica, Zimbawe y Mozambique. El conocimiento de las propiedades medicinales de los árboles y plantas es un valor cultural de África, un patrimonio que enriquece el mundo, y que puede contribuir a la identificación de elementos bioactivos para elaborar medicina sintética.

 El tamarindo prodigioso

Mia Couto, biólogo además de poeta, es gran conocedor de la flora y fauna de su país; para su novela eligió el tamarindo (Tamarindus indica), un árbol popular africano que goza de la reputación de poderoso, por su aspecto imponente y los muchos beneficios que se obtienen de él, los verdaderos prodigios que dispensa.

kohler 2El tamarindo pertenece a la familia Fabácea y es un árbol de la sabana africana. Es siempreverde, longevo, con un espeso follaje que da una generosa sombra y con frutos comestibles. Crece salvaje en muchos países del cinturón tropical y también se cultiva como especie multiuso en las aldeas.

Además de sombra y frutos (que se comen fresco, secos o procesados), proporciona leña, madera, fibras y taninos. Y también remedios medicinales que se emplean para tratar dolencias digestivas, cardiovasculares y fiebre, infecciones de gusanos parásitos y lombrices, y para aliviar el esfuerzo físico como refrescante y tonificante. Se suele tomar en la forma de infusión de las hojas secas, la pulpa diluida en agua o el jugo.

Mujeres que van por leña en Mozambique

En la novela La confesión de la leona, el tamarindo está en el patio de la casa de Mariamar. Un patio donde hacen la vida las mujeres, las verdaderas protagonistas de la historia. En sus vidas hay otros árboles, los que les dan leña, pero esos están muy lejos, en medio de la sabana. El escritor pone voz a las mujeres africanas; la obra, dice él, es una metáfora en la que la bestia salvaje que las devora no es un animal sino la sociedad patriarcal machista arcaica en la que viven.

Mariamar lo desvela así en fragmentos de su diario:

Cada día las mujeres se despiertan para una guerra antigua e interminable. Amanecen de madrugada como soldados y recorren el día como si la Vida fuese su enemiga.

Todas las mañanas se anticipan al sol: recogen leña, van a buscar agua, encienden el fuego, preparan la comida, trabajan en la huerta, dan vida al barro, todo lo hacen solas. Y regresan de noche sin que nada ni nadie les reconforte de las batallas a las que se han enfrentado.

Mientras los leones rodean la aldea, los hombres siguen enviando a las mujeres a vigilar las huertas, siguen mandando a sus hijas y esposas a recoger leña y agua de madrugada…

Terrible, injusto, desolador. Sobrecoge el corazón. Las voces de las mujeres africanas retumban como rugidos de  leonas en la vastedad de la sabana, y nadie las escucha.

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Me gustaría vivir cerca de un árbol al que pudiera soltarle mis penas del alma para que él las desvaneciera en la profundidad de su savia sin perjudicarse. Si los árboles pudieran absorber las tristezas de este mundo, tal vez todos nos afanaríamos en plantar semillas para cubrirlo entero de árboles.

Escrito por Rosa, jueves 29 de septiembre de 2016.

Fuentes
[1] Mia Couto. La confesión de la leona. Traducción de Rosa Martínez Alfaro. Editorial Alfaguara, Barcelona, 2016. (Publicada en 2012 en portugués).
[2] Harry G. West. Kupilikula: Governance and the Invisible Realm in Mozambique. University of Chicago Press, 2005.
[3] E.H. Sène. Árboles, bosques, creencias y religiones en el África saheliana occidental. Unasylva, 54(2), p. 44, 2003.

Enlaces
Medicina tradicional de África en Wikipedia. Recuperado el 30 de septiembre de 2016.
Entrevista a Mia Couto en el diario El País por Berta González Harbour.
Página de Mia Couto

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